Macbeth, Peyton Place à la rusa
Después de su polémico, revelador, irritante Eugene Onegin, el régisseur Dmitri Chernyakov vuelve a atacar desde la Opera de París (y como última estocada de Gérard Mortier) con un Macbeth de Verdi igualmente polémico, menos revelador e igual o más irritante que el Tchaicovsky debido a su visión de enfant terrible moscovita.
Tan devastador como acre, su enfoque inquieta por lo cotidiano, por la sordidez y normalidad de la situación que usa para plasmar la tragedia. Chernyakov confiesa «no sabía cómo barajar Macbeth», y en algunas instancias se nota, aunque logra redondear un producto originalísimo; pese a que Verdi y Shakespeare queden en evidente segundo plano.
Chernyakov indaga, espía a la par de la audiencia, entrometiéndose desde el espacio (via Google Earth) en un villorio anónimo, que tiene tanto de siberiano como del Peyton Place americano (AKA, «la caldera del diablo»). Dos cajas escénicas heladas, suscintas (la escenografía también lleva su firma), le sirven para pintar la ambición, codicia y mediocridad en una atmósfera doméstica asfixiante donde las brujas son todos los habitantes del pueblo y la pareja protagónica mata para llegar a ser presidentes de un consorcio.
Su mayor acierto es la interacción del elenco, su peor defecto es añadir sonidos extramusicales que fastidian y distraen, sin aportar nada como ya sucedió en Onegin. La propuesta de Chernyakov es fascinante, es en los detalles donde embarra el resultado total.
Musicalmente es un Verdi «á la rusa», hecha la salvedad, este renglón estimula, enmienda y reconforta. Desde la dirección despiadada, enérgica, impactante del joven griego Teodor Currentzis (colaborador de Chernyakov en Novosibirsk), a Violeta Urmana que canta (y actúa) una Lady con toda la garra y crudeza pedida por el compositor; inexplicablemente la gran soprano lituana opta por obviar el último, famoso pianissimo. Dimitris Tiliakos es un partenaire de igual nivel, capaz de recorrer la gama vocal sin dificultad a pesar de un amplio vibrato que asoma por momentos. Stefano Secco canta un excelente Macduff y el veterano Ferruccio Furlanetto es un Banco de lujo.
En el último cuadro, cuesta ver al protagonista en tuxedo, corbata y boxers, acurrucado en posición fetal mientras una bola de demolición destruye la escenografía, de un patetismo que despierta la misma incómoda ambigüedad del final de Boris Godunov. Vigente, aciaga evocación de su frase “la vida es un cuento relatado por un pobre idiota”☼
Sebastian Spreng©
* VERDI, MACBETH, DVD BEL AIR BAC054