Della Casa & Vishnevskaya, adiós calma y tempestad
Hacía mucho que no cantaban pero hasta el final cada una hizo la otra cosa que mas les gustaba: una, fumar y la otra, batallar; actividades poco recomendables para señoras tan mayores aunque ellas parecían tonificarse con aquello que a otros mata.
Con Lisa Della Casa – porcelana de Meissen encarnada- y Galina Vishnevskaya – temperamental “Callas Rusa” – se van dos sopranos irremplazables. Y si la prensa de hoy se atreve a proclamar que las cantantes de ópera bellas y esbeltas son producto de nuestra época, deberían saber que la rusa y la suiza son pruebas contundentes de que la belleza femenina en el escenario lírico no es novedad.
Antes de Kiri Te Kanawa, antes de Renée Fleming, la radiante – palabra que la define mejor que ninguna otra – Lisa Della Casa fue la soprano straussiana y mozartiana emblemática, mal que le pese a su pendant y rival, Elisabeth Schwarzkopf. Con diferencia de meses, la suiza se le adelantó, fue la primera en grabar las Cuatro últimas canciones, también piedra fundamental del repertorio de Schwarzkopf. Para colmo, Della Casa fue favorita de Rudolf Bing y cantaría todos los roles de la prusiana en el Metropolitan hasta que en 1964, el maquiavélico intendant las reunió en el mismo escenario para que se sacaran chispas en Der Rosenkavalier. Serenas y amigables, Schwarzkopf fue la Mariscala y Della Casa el Octavian. Además, Della Casa fue una de las poquísimas sopranos que cantaron los tres protagónicos femeninos de la ópera: el caballero, la dama y la damita; como antes Lotte Lehmann y como su contemporánea Evelyn Lear, otra belleza de entonces que también se fue este año.
La Mariscala, Donna Elvira, las condesas Almaviva y Madeleine, Fiordiligi, Pamina, Ariadna, Butterfly, Gilda, Mimí, Eva, Elsa y por sobre todas las demás, Arabella que pareció compuesta para ella y donde sucedió a la malograda Maria Cebotari que la había recomendado para el rol. Años después, con menor suerte intentó dos Strauss mas «pesados», Chrysotemis (de Elektra) y Salomé, de los que juiciosa se retiró a tiempo pero, cuando poco después la vida de su única hija peligró por un aneurisma casi fatal llegó el retiro definitivo de la lírica. La soprano de voz purísima y asombrosa belleza, la Liz Taylor de la ópera hacia un sorpresivo mutis á la Garbo.
Alejada del negocio de la música, con el que nunca simpatizó, el resto de su existencia transcurrió plácida en el castillo Gottlieben sobre el lago Constanza junto a su marido, Dragan Debeljic.
De cantar quedaba apenas el recuerdo y como la Susanna de Wolf-Ferrari, su secreto era fumar… porque “Cantar es mucho, muchísimo mas peligroso” aseguraba la incomparable Arabellissima.
* Lisa della Casa (2 de febrero de 1919, Burgdorf–10 de diciembre de 2012, Münsterlingen)

Galina Vishnevskaya
Antes que nada, sobreviviente. Una vida de ópera. Bastaría con que sólo fuera cierto la mitad de lo que cuenta en su autobiografía para despertar admiración incondicional. Todo fue cierto, en la tumultuosa existencia de Vishnevskaya y su libro– Galina: una historia rusa– hasta inspiró la ópera homónima de Marcel Landowski. Abandono, tuberculosis, miseria, guerra, sitio, privaciones y lo que vendría, casi o tan intenso como el principio…
Musa inspiradora de Shostakovich, Prokofiev, Britten y la poeta Anna Akhmatova, Prima Donna Assoluta del Bolshoi de los cincuenta y sesenta, producto de exportación del régimen como Maya Plisestkaya, David Oistrakh o su tercer marido y padre de sus dos hijas, Mstislav Rostropovich. Ambos criticarán la invasión a Checoslovaquia y en 1974 por amparar a los disidentes Andrei Sakharov y Alexander Solzhenitsyn serán «muertos civiles» obligados a exilarse. La revancha llegará con la perestroika, regresararán triunfales. Hoy quedan atrás las intrigas y luchas de poder, el desafío al Kremlin, las rivalidades con colegas sopranos o mezzos portentosas (Arkhipova y luego, Obraztsova), la adoración de Rostropovich de quien enviudó en 2007 y su última cólera con el Bolshoi por la puesta en escena de Onegin del enfant terrible Tcherniakov.
Decidió ser cantante a los diez años, cuando escuchó Evgeny Onegin y paradojalmente, fue Tatiana, su máximo personaje, y el de su debut y despedida. Voz inmediatamente reconocible, cruda, salvaje y exquisita a la vez. Voz que parece venir de ningún lugar y vagar por el espacio. La voz de Katerina Izmailova (y Lady Macbeth de Mtsensk), Lisa de Pique Dame, Natasha de Guerra y Paz, Iolantha, Juana de Arco, Marina en Boris Godunov y otras rusas porque la suya – feroz, suplicante, plañidera, nostálgica – era una voz rusa hasta la médula. Liu y Butterfly, y tempranas Aída y Violeta, fueron sus mejores incursiones en el repertorio italiano donde, durante el exilio en Occidente y ya en declinación, no pudo competir con sus colegas mediterráneas.
Y cuando decretó que su corazón no resistía más, se fue a morir a la dacha donde habían escondido al autor del Archipiélago Gulag y había peleado feliz con el cellista y marido de su vida.
Pero antes, el gran Alexander Sokurov supo aprovecharla. Compuso una inolvidable abuela de soldado en Chechenia en Alexandra y junto a Rostropovich protagonizó el documental Elegía de vida. Ya no había voz, sólo quedaba la máscara de la tragedia. En cada tono, mirada y pausa, una Galina esencial y decantada cuenta la muerte del hijito que tuvo a los 18 años y es una estremecedora aria sin música, una masterclass digna de La Madre de Pudovkin. El último minuto de la documental es aún mas revelador: cuando la sorprende un feroz primer plano, Galina mira a la cámara alerta y desafiante como siempre; de pronto, su rostro se disuelve en una sonrisa que resume toda una vida. Gana su corazón, gana el espíritu ruso☼
* Galina Pávlovna Vishnevskaya (Leningrado, 25 de octubre de 1926–11 de diciembre de 2012)