Crónica de una Norma anunciada
Es difícil ser objetivo con Norma, ópera favorita entre favoritas que de tan conocida resulta una suerte de pariente cercano. Tan familiar que no necesito saber el árbol genealógico de antemano y que en un acto de rebeldía me hace escuchar la flamante lectura de Cecilia Bartoli sin leer la explicación adjunta como primero debiera; tratando de acudir sin ideas preconcebidas, como si fuese la primera vez pero al mismo tiempo, como un reencuentro con un ser querido al que conozco bien y al que no veo desde hace mucho. Me prometo leer el texto después mientras la portada evoca a los afiches del neorrealismo italiano y una Norma á la Magnani quasi Santuzza como salida de La terra trema o Stromboli que promete una combinación volcánica.
El que busca encuentra y en esta búsqueda, Bartoli seriamente comprometida en desempolvar y revivir ejemplos históricos se atreve con la máxima sacerdotisa del canto en una movida que puede ser interpretada como astuta maniobra comercial, como resultado de una larga investigación, como única posibilidad de abordar un personaje que está fuera de su alcance vocal y estatura como actriz o como una combinación de todos esos factores.
Bartoli sabe que más que “E qui di sangue scorreran torrenti…” correrán torrentes de tinta (impresa y online) y con eso será suficiente; que se responderá a su producto como a una carrera deportiva donde todos querrán opinar primero, que será la comidilla del año lírico, que habrá veredictos encontrados, alabanzas, polémica y reparos, que significará un “Ladran Sancho señal que cabalgamos” con el fantasma de resultar “Mucho ruido y pocas nueces”.
Se trate de soprano o mezzo, abordar esta cumbre del belcanto indica un tradicional acto de coraje para toda gran cantante y sus consecuentes, garantidos ceños fruncidos y ojos en blanco. La cantante romana podría ser otro caso de la obsesión actual por la originalidad a toda costa y su excusa – válida o no – es reinventar Norma basándose en una búsqueda exhaustiva que revisa la tradición belcantista. La nueva edición crítica debida a Maurizio Biondi y Riccardo Minasi refresca el manuscrito de Bellini y la versión adhiere a claves y tiempos originales, bajando el diapasón a 430 Hz (en vez del 440 actual) resultando más rápida, transparente y grave con una fascinante interpretación por instrumentos originales del grupo La Scintilla bajo Giovanni Antonini que aporta insospechadas sonoridades y texturas. Basta el preludio al segundo acto para comprobarlo.
Pero en este redescubrimiento del Partenón, Bartoli parecería quedarse en los frisos; olvida que ya fue reinventada por Callas (e ilustres sucesoras) y que en última instancia la suya es una continuación u otra «intervención» á la moda. El resultado de esta versión con los roles Norma-Adalgisa invertidos los registros es un impecable pero frío producto discográfico con el micrófono casi en la garganta de su protagonista que exacerba sus vicios vocales y amaneramientos conspirando contra el placer de apreciar una de las voces mas bellas de esta época, de mezza voce, pianisimos y sedosidad admirables. Su mecánica coloratura aspirada e irritantes “errrres” le quitan intensidad afeando la línea de canto, sus apuros dan la impresión de provenir por falta de aire, a veces acercándola a la caricatura. Por otra parte, despliega frases esculpidas con una exquisitez que acaricia como confituras viéndose contrastadas por exabruptos sin dimensión trágica sino fervor y artificio. Se mire atrás hacia Mozart – Bellini fue el Mozart italiano – o hacia Verdi, la ausencia de tensión dramática es el mayor reparo a esta bella Norma arqueológica que intriga y deleita pero que nunca emociona. Y es la imponente emoción que conlleva el personaje lo que hace trascender y proyectarse a Bellini hacia el porvenir.
Si Bartoli emerge tentativa en el primer acto con una Casta Diva problemática va creciendo a medida que avanza y en el tramo final, a partir de Deh Non volerli vittime, su canto raya en lo antológico. Cuando se decide a cantar, sin adornos, ni excusas, ni poses, más cerca de Bellini que de Rossini, plasma una espléndida sacerdotisa. Su producto es respetable, su intención meritoria, su devoción ejemplar, el problema no reside en la edición ni en la modestia de su aterciopelado instrumento sino en una aparente falta de vivencia, de identificación más honda y por eso, al rato, satura. La atmósfera pastoral de La sonámbula cobra demasiada presencia y Norma es mucho más.
En ese contexto, la Adalgisa de Sumi Jo refleja la juventud y pureza frente a la conflictuada rival y resulta muchísimo mejor que lo esperado, al menos en el estudio de grabación. Obviamente no se está frente a la usual mega-mezzosoprano calibre Stignani, Cossotto, Obraztsova o Zajick; en su momento, mezzos mas líricas como Horne, Troyanos (en la grabación de 1979 en perfecta sintonía con Scotto) y Ludwig (en la segunda grabación comercial de Callas) supieron aclararla, Frederica von Stade en el Met fue la más juvenil Adalgisa como Joyce Di Donato (en Salzburg junto a Gruberova) sin olvidar a sopranos como Freni, Cuberli, Mei y Caballé en su grabación con la veteranísima Sutherland.
El soberbio Pollione de John Osborn es un total acierto, en estilo y esmalte es el más ubicado en este cruce de caminos, es un procónsul que sale airoso del desafío así como el dignísimo Oroveso de Michele Pertusi y la Clotilde de Liliana Nikiteanu que exprime al máximo las posibilidades de su pequeña intervención completando un elenco acorde con el proyecto.
Desde Pasta, Grisi y Malibrán a Lilli Lehmann que prefería «cantar tres Brunildas a una Norma» (dicho sea de paso, Flagstad la aprendió pero no se animó) pasando por Mazzoleni, Ponselle, Cigna, Raisa, Muzio y Milanov se arriba al punto de inflexión de Callas que inicia la segunda época de Normas a la que se plegaron, coqueteando con mayor o menor suerte, sopranos y mezzosopranos (Sutherland, Caballé, Cerquetti, Gencer, Scotto, Deutekom, Suliotis, Sills, Verrett, Bumbry, Dimitrova, Margaret Price, Hunter, Eaglen, Gorchakova, Aliberti, Anderson, Guleghina, Gruberova, Dessi, Papian, Cedolins y Devia); desde esta perspectiva, quizás Bartoli esté iniciando una tercera época de Normas abriéndole la puerta a la nueva generación de asopranadas mezzosopranos modernas.
Curioso observar como el gusto del público por el personaje se ha dividido a través del tiempo entre latinos y anglos; éstos prefirieron el impacto vocal de Sutherland (si era con Horne, mejor todavía) al favorecido por los primeros hacia la exquisitez de Caballé y su referencial Norma en Orange. En este largo camino, la heroína “imposible de reunir en una sola cantante” – según Richard Bonynge – ha protagonizado triunfos, polémicas, desatinos y ambiciones desmedidas. El caso Callas y Norma es único, hasta en sus falencias vocales había una identificación profunda, casi visceral, reflejada en una comunión entre voz y sentimiento que iba más allá del hecho puramente musical; quizás Callas intuitivamente se dio el lujo de mejorar el producto de Bellini otorgándole una nueva dimensión. La estatura de Norma se agigantó, multifacética mujer heroica, política, amante, madre, guerrera, sacerdotisa, amiga, rival, despechada y cómplice. Realmente volcánica.
Sin querer ni pretender ni poder emularla, Bartoli justifica y documenta su búsqueda y su regreso al personaje original, al sacarle las capas de barniz acumulado a esta Gioconda de la lírica hasta entregar una Norma restaurada y virginal para quien quiera redefinir su apreciación y gusto. El desafío es grande especialmente este año en que se representará en el Metropolitan (con Radvanovsky y Meade) y que acaba de mostrar la asunción de Mariella Devia (a los 65 años) junto a la soprano lírica Carmela Remigio además de la misma Bartoli ahora directora artística de Salzburg (qué lejos está aquella reunión entre estas Norma y Adalgisa aguardando el consejo de Karajan.).
La legendaria Zinka Milanov, asimismo legendaria por corrosiva, dijo “Es muy fácil cantar Norma…» – luego de la pausa histriónica agregó – «… mal”. No fue la soprano croata un eximio ejemplo del rol ni es este el caso del noble intento de Bartoli pero me temo que aunque hoy nos interese como amantes del belcanto y apasionados buscadores de la elusiva verdad musical en un tiempo nos habremos olvidado de esta curiosidad, en última instancia, un válido, encantador y meritorio experimento. Por ahora, Bartoli ha buscado y ha encontrado a una Norma con la que se hermana por sobre todas las cosas en el coraje y la sinceridad de su entrega. El tiempo dará su veredicto.
* BELLINI, NORMA, ANTONINI, DECCA, 2CD 478 3517
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