Luces de Berlín (segunda parte)
LUCES DE BERLIN (primera parte)
En 1959 y 1962, la televisión alemana tuvo la buena idea de filmar los recitales de Callas en Hamburgo, a la postre uno de sus contados testimonios filmados. En estos legendarios documentos se aprecia su capacidad de «encarnar» cada personaje desde el vamos, sin haber siquiera cantado una nota. Con Joyce Didonato sucede lo mismo, la compenetración es inmediata. Así lo demostró en la rutilante Maria Stuarda donizettiana que en versión de concierto cantó en la Deutsche Oper berlinesa rodeada por un elenco de kilates.
Admirable desde todo punto de vista e impresionante su arsenal técnico al servicio de la expresión, fue una reina que tuvo a sus pies una audiencia electrizada con el “Figlia impura di Bolena!” mientras construía un crescendo dramático que culminó con una magnífica plegaria secundada por el colosal coro dirigido por William Spaulding. No se quedó atrás Carmen Giannattassio, bravo pendant con una fiera Elizabeth. Soprano y mezzo enfrentadas en todo momento hicieron gala de dos tradiciones, la italiana y la americana agregando una cuota extra de interés al de por si fascinante duelo belcantista. Entre ambas brilló el maltés Joseph Calleja, dueño de un sonido lustroso, único, antiguo, de aquellos «en extinción», completando este trio de grandes voces actuales y diferentes, lo que hoy es doble mérito. Los secundaron los excelentes Marko Mimica y Davide Luciano y una orquesta espléndida bajo la dirección de Paolo Arrivabeni. No sólo fue un concierto memorable sino que recordando aquellos de Callas, se tuvo la sensación de estar presenciando uno histórico.
* * *
A sólo tres cuadras, el Schiller-Theater aloja temporalmente a la Opera del Estado mientras se renueva a pleno el edifico de la clásica Staatsoper Unter den Linden. En ese ámbito tradicional del teatro de prosa alemán, la premiere de Ascenso y caída de la ciudad Mahagonny fue casi un deber ya que Kurt Weill y Bertolt Brecht simbolizan el espíritu berlinés y la tempestuosa república de Weimar. A mas de setenta años de su estreno en Leipzig sigue siendo un desafío escenificarla, incluso para la sazonada audiencia berlinesa. La perspectiva brechtiana engarza o colisiona con la conjunción de Weill (y el jazz) para esta ópera que situada en América desnuda a la sociedad toda, dejando en evidencia un mundo donde el mayor pecado es no tener dinero. Berlin ha conocido varias producciones y ésta de Vincent Boussard oscurece y al mismo tiempo aligera el trabajo de Weill gracias a la escenografía de Vincent Lemaire y los trajes de Christian Lacroix. Una cortina de eslabones se interpone entre intérpretes y público (¿literal efecto de distanciamiento?) sirviendo además de pantalla, es un recurso original y efectivo que se añade al profuso neón, espejos y una puerta entre cielo e infierno, virtud y pecado, bien y mal que sirve de separación a la puesta de su cercanía con el teatro de Broadway.
Esa perversa ciudad de tiburones y rufianes, que enloquece y rechaza, que levanta y hunde, encontró en Wayne Marshall una batuta capaz de enfatizar cada ritmo y darle la continuidad requerida liderando un elenco desigual aunque eficiente apoyado por la precisión y opulencia de la orquesta y coro de la Staatskapelle (otro lujo berlinés). La veterana Gabriele Schnaut, otrora gran Turandot y Brunilda, sacó partido de la viuda Begbick con su presencia y porte imponentes en un rol de carácter a su medida. La pareja protagónica a cargo de la talentosa Evelin Novak y Michael König como Jenny y Jim cumplieron dignamente al igual que Arttu Kataja (el contador) y el estupendo Moses de Tobias Schabel. En Mahagonny la comprensión del texto es fundamental, y a diferencia de la Deutsche Oper que subtitula en inglés y alemán, el Schiller sólo lo hace en alemán. Un dato a tener en cuenta.
Desde ya, no se concibe Berlin sin una visita a su ilustre Filarmónica. Es una obligada cita de honor. Vale destacar que a medio siglo de su inauguración, el hall diseñado por Hans Scharoun continúa siendo un referente cuya acústica e intimidad desmienten sus 2200 plazas deslumbrando al aficionado mas quisquilloso. El ansiado regreso de Lorin Maazel al frente de la célebre orquesta para la conmemoración del 150 aniversario de Richard Strauss sufrió otra cancelación por parte del veterano maestro cuya identificación con la obra para orquesta del compositor bávaro pudo extrañarse en su paleta cromática y elocuencia.
Afortunadamente no fue el caso. Como hiciera en 1985 con Riccardo Muti, se encargó de reemplazarlo Semyon Bychkov con brillantes resultados pese a que la oferta straussiana se redujo sólo al Don Quijote. Bychkov cambió la segunda parte del programa por la Grande en Do mayor – Octava o Novena consideraciones aparte – de Schubert, entregando una versión camarística, leve y fluida, de transparencia y fragilidad incontestables enfatizada por los cellos y el requerido eco de nostalgia en las maderas y bronces. Minucioso, preciso, en absoluto control el maestro ruso se inclinó hacia la flexibilidad en los tempi y un renglón más lírico que dramático rasgo que también se apreció en el Strauss por parte de una orquesta que no necesita halagos y donde cada integrante es un solista excepcional, en esta oportunidad testimoniado por el clarinetista Andreas Ottensamer, el flautista Emmanuel Pahud y el oboísta Albrecht Mayer.
El caballero de la triste figura del elusivo poema tonal straussiano fue ilustrado con la necesaria poesía y teatralidad para culminar en una soleada exploración hacia la nada, hacia el mas allá con un mágico silencio tan elocuente como imprescindible. Sus protagonistas antagónicos fueron impecablemente plasmados por el eximio joven Bruno Delepelaire – parisino de 24 años flamante cello principal de la orquesta – y el húngaro Máté Szücs, principal viola de los berlineses, un delicioso Sancho Panza que marcó la contraparte justa al delirante caballero. Mas allá del excelente liderazgo de Bychkov, la extraordinaria suntuosidad sonora y belleza tímbrica de la orquesta – hoy mas internacional, algo menos teutona en comparación con la venerable Staaskapelle de Dresde – no deja de maravillar.
En resumidas cuentas, cinco noches con cinco universos musicales que ciertamente evocaron al Kurt Weill de Berlin im Licht, una canción tan apropiada entonces como ahora: “Quieren saber qué clase de ciudad es? Enciéndanse las luces y vean lo que hay para ver, no digan nada y asómbrense viendo cómo alumbran las luces de Berlin”.
nota relacionada: LUCES DE BERLIN (primera parte)