Aquel nuevo mundo, versión Nuevo Mundo
En la apertura de temporada de la New World Symphony, su artífice y director Michael Tilson Thomas reconfirmó que en nuestro ámbito local es el único que puede darse el lujo de llevar adelante un programa tan atípico como original, asi como desafiante para público y orquesta en una noche inaugural.
Dentro del teatro – y afuera en el concurrido Wallcast en noche de luna llena – propuso un periplo por rarezas del siglo XX que en mas de un sentido fue tan musical como pictórico y además, un muestrario del gran viaje realizado por tantos talentos desde el otro lado del océano, su establecimiento e influencia en tierra americana. En contra de toda suposición, la Sinfonía en Do del familiar Stravinsky que abrió la noche resultó lo más formal y severo. Obra que refleja al compositor con un pie en cada continente, huyendo de las desgracias europeas (y por si esto fuera poco, familiares), experimentando el aire nuevo de California y que no está lejos del impacto que décadas después exhibiera David Hockney con sus pinturas inglesas versus las californianas. Son dos mundos que ambos lograron plasmar y que en el caso de Stravinsky permitió el lucimiento de todos las secciones de una orquesta bien pulida para iniciar su ciclo, vaya especial mención al desempeño de los vientos.
Una breve pero exacta alocución del maestro disipó todo temor del público ante el siempre y todavía desconfiado Schönberg. Sí, su Concerto para Cello son apenas dieciséis minutos que encierran una ferocidad virtuosística que hasta el mismísimo Pablo Casals, a quien en principio estuvo destinado, frunció el ceño pero también muestran la notable maestría del compositor en transformar y aggiornar una pieza barroca para clavecín del 1746 debida a Georg Matthias Monn. Al igual que las intervenciones pictóricas hoy tan de moda, Schöenberg deconstruye el paisaje pastoral pintado por Monn otorgándole no sólo una, sino varias dimensiones simultáneas y perspectivas diferentes como sucede en las naturalezas muertas de Braque o Gris. Los planos sonoros se intercalaron conjugándose en la orquesta mientras el cello, a cargo del intrépido Tamás Varga – eximio concertino de la filarmónica vienesa – sacó chispas al instrumento con su virtuosismo.
Vuelta a Stravinsky para una segunda parte à la Americana impregnada de jazz con su Scherzo à la russe, una broma literal e irónica del inmigrante que debía ganarse la vida con encargos no del todo inspiradores resueltos con impecable oficio. El Scherzo, en la misma vena de la Circus Polka que abrió la temporada 2012, funcionó como introducción a la última obra programada, todas conectadas a la legendaria banda de Paul Whiteman, la orquesta que encargó y estrenó la Rhapsody in Blue de Gershwin asi como la versión original de 1944 del Scherzo que ejecutó la NWS.
Si en 1925 la visión europea del americano George Antheil resultó demasiado avanzada para que los muchachos del entonces rey del jazz la enfrentaran con la rapsodia en cuestión, no lo fue en 2014 para los miamenses que con A Jazz Symphony asistieron a este curioso broche festivo de noche inaugural. Se hizo justicia con una obra poco escuchada, máxime porque se trató de su versión original con tres pianos y dos banjos secundados por la orquesta. Ni las vertiginosas proyecciones multimedia en las pantallas del teatro de Clyde Scott ni la inclusión de bailarines coreografiados por Patricia Birch lograron opacar el fulgor de una partitura efervescente brillantemente ejecutada por los solistas Peter Dugan, Yu Zhang y Amy Yamamoto y un ensamble a la medida donde las obvias alusiones a Petrouchka regresaron al Stravinsky del principio, a las formas y colores de Picabia, Delaunay, Léger y Matisse y donde la agudeza de Antheil recordó un mundo tan alocado y peligroso como el actual cuyo balance parecería rayar en lo meramente providencial.
Una noche del viejo nuevo mundo gracias a entusiastas jóvenes del nuevo mundo que no hizo mas que recordar paralelismos entre dos épocas tan distanciadas y a la vez, tan semejantes.