Lo esencial es invisible a los ojos
David Bowie (1947-2016)
Es curioso. Todos tenemos algo que decir, todos queremos decir algo, todos queríamos a David Bowie. Es imposible obviarlo y no sumarse a la tristeza. Su muerte confirma nuestra mortalidad.
Se lo quería y se lo querrá porque alguna de sus facetas camaleónicas se identificaba con alguna o muchas nuestras. En otra época habría terminado en la hoguera, un ojo azul otro marrón señal del demonio. Se salvó en esta, tan demoníaca como aquella.
Como otra «B» que acaba de partir – Boulez – trascendió su música y su generación.
Era temiblemente querible. No me gusta ni frecuento el rock y su mundo, sin embargo Bowie me enseñó a respetarlo. No me pasó sólo a mi. Bowie era único porque era un artista que “no despertaba resistencia”. Inspiraba el respeto tácito a ignorantes como yo. Respeto y curiosidad porque curiosidad e inteligencia eran sus ingredientes, iban de la mano con su talento. Raro, elusivo, tierno, agresivo, ingobernable, vulnerable, cómplice, humano, de una belleza extraña, músico, mimo, pintor, actor, laberíntico, todo desde una estética formidable, desde un buen gusto ejemplar.
Quizá porque en su multiplicidad era único, seguramente porque todos reconocíamos al artista total, hecho y derecho. Aquel alienígeno que cayó a la Tierra era Bowie, investigándose, encontrándose, siendo mil y uno y siempre fiel a su esencia.
Después vinieron otros, los demás, mas discutibles, mas famosos, mas o menos intelectuales, mas o menos transgresores, algunos bastante mas aburridos y pretenciosos.
No habrá ninguno como él, ni hombre ni mujer ni andrógino ni marciano ni nada sino nada mas y nada menos que Bowie. Siempre descubriéndose y compartiendo, siendo fiel a si mismo, la esencia de su legado, impecable hasta en cómo y cuando se fue, como El principito de Saint-Exupery, regresó a su planeta….una vez mas, «lo esencial es invisible a los ojos».