Kalichstein & Borodin, paisajes en la música

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Joseph Kalichstein & Cuarteto Borodin en Miami – photo Peter McGrath

En contadas ocasiones, afortunadas tanto para crítico como para intérprete, el ejercicio de la crítica está de más. Es un alivio, un descanso para el que escribe y el que lee. Pero eso sólo sucede cuando la música se impone y por ende, no vale analizar nada, sólo disfrutarla y después, si es posible, tratar de contar las sensaciones.

Como frente a una pintura de Rothko donde el único recurso válido es la contemplación. Pintura pura, música pura como fue el caso del concierto brindado por el Cuarteto Borodin con la participación de Joseph Kalichstein para Miami Friends of Chamber Music. En el programa obras de Shostakovich y Dvorak que literal (y sin proponérselo) pasearon al público reunido en la Congregational Church de Coral Gables por paisajes fácilmente imaginables.

La precisión del cuarteto ruso – como anécdota, el original fundado en 1945 tocó para los funerales de Stalin y Prokofiev que tuvieron la mala idea de morirse el mismo día, más el último que el tirano – se hizo evidente en las dos composiciones – Opus 9 y 11 – de Shostakovich, músico con el cual tuvieron una relación estrecha y del que interpretaron cada cuarteto en privado para el compositor antes del estreno público. Si los miembros originales ya no están, es inegable que la esencia queda y está bien presente. Esa maestría quirúrgica pintó un paisaje invernal, helado, donde las notas parecieron gotas congeladas o mejor aún, revelando la estructura irrepetible del cristal de nieve. Este dibujo trazado por el movimiento originado por la música contó con el sello sonoro inconfundiblemente ruso de los ejecutantes.

Del crudo invierno a un lírico verano al borde del otoño resultó el Quinteto para piano de Dvorak. Definitivamente uno de los hitos de la presente temporada gracias a la ideal conjunción del Borodin con Kalichstein. El pianista fue un modelo de adaptación y estilo, jamás se impuso a las cuerdas, se amalgamó admirablemente sin dejar de aportar un sonido cristalino, liederistico, frente al lustre severo regalado por los violinistas Ruben Aharonian y Sergei Lomovsky, el violista Igor Naidin y el chelista Vladimir Balshin.

De los funestos blancos y grises soviéticos al verde verano, ardiente y ventoso en los bosques de Bohemia y donde la última – genial- frase de Dvorak evocó la llegada del otoño anunciando una despedida tan sutil como melancólica, fueron los colores emanados de la música los que rubricaron una velada memorable donde sobró la crítica. Suficiente con la música, y qué música.

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