Schwarzkopf, implacable obsesión encarnada
Pocas dudan quedan, Elisabeth Schwarzkopf (1915-2006) fue la mas importante soprano alemana de posguerra y quizás del siglo XX. Tuvo la suerte de ser profusamente testimoniada en grabaciones, máxime desde 1946 gracias a su carrera internacional impulsada por Walter Legge, productor de EMI, visionario, mentor y marido que murió tres días después de que su mujer se retirara de los escenarios en 1979.
Como su «hacedor», Schwarzkopf amaba grabar y el intrincado proceso en estudios; Legge fue un maestro en el arte de producir y dejar legados discográficos esenciales (imposible no recordar a Callas, la otra principal beneficiada). El síndrome Pigmalión dejó a todos con ganancias que llegan hasta la fecha. “Cuando me conoció era una soprano lírica con aceptable coloratura” recordaba Dame Elisabeth, siempre a la defensiva, siempre su peor detractora “Nunca estuve contenta ni satisfecha, siempre pensé que pude hacerlo mejor, nunca fui suficientemente buena pero, uno no puede cambiar su voz, sólo queda pulirla”.
Hipnotizado por esta prusiana de garra, diríase uñas y dientes, que le espetaba «Pruébeme. No quiero que compre un gato en una bolsa y luego se arrepienta. No me ofrezca mas de lo que cree que valgo» Legge será artífice de esa metamorfosis, triunfo de la dedicación y la inteligencia de este soldado de la música que esgrimía como Biblia el respeto a la partitura y la coloración de cada palabra a niveles impensados. Así la suprema mozartiana (y straussiana) del siglo lograba la espontaneidad que la eludía gracias al trabajo exhaustivo “A pesar de eso, no habría cambiado mi voz por otra. La idea era conseguir algo estupendo pero sin imitar. Mis modelos fueron los violinistas. Ese fue mi desafío y exigencia”.
En una bienvenida edición de cinco compactos a precio tan increíble como irrisorio se reeditan sus grabaciones tempranas bajo la tutela de Legge, son más de seis horas de música para gozar, aprender y atesorar bajo el título The complete 78 rpm Recordings 1946-1952, reflejando sus primeros seis años profesionales; se casarían en 1953. Quienes guardan como estándar dorado su Mariscala, Condesa, Elvira, Fiordiligi, Schubert, Wolf y tanto más, se fascinarán con esta Schwarzkopf entre los 30 y 37 años, en el cenit de sus capacidades vocales, quizás no interpretativas, y donde aparecen claramente los pro y contras de una artista tan respetada como polémica. La inmaculada pureza del instrumento, el legato y control absoluto, hasta en la desesperación e histeria, y el principio de los amaneramientos que con el tiempo serán su Talón de Aquiles; está todo aquí, al comienzo de su era Legge, recuérdese que ya a fines de los años treinta había grabado para Telefunken y hasta 1943 en transmisiones radiales para la monumental e inconclusa edición planeada por Raucheisen.. pero de esos tiempos prefirió no hablar y supo zafar con antológica astucia y elegancia.
Entre tantas joyitas vale destacar un Exsultate jubilate de 1946 absolutamente celestial (así como las canciones de Mozart y una temprana Elvira modélica), un Bach frontal, catorce Lieder de Nikolai Medtner con el compositor al piano, varios Hugo Wolf que prueban por que fue su máxima sacerdotisa, única en revelar intimidades, exageraciones y también artificio, Brahms, Schubert, Richard Strauss, Schumann así como un refrescante Voces de primavera del “otro” Strauss en la Musikverein vienesa. Hay defectos y transferencias que ella hallaría imperdonable pero que añaden naturalidad y encanto a la edición. Las curiosidades incluyen una breve intervención como Brangania en el final del segundo acto de Tristan, el aria de Micaela y Louise, sus Mimí, Butterfly, Liu y Violetta, papel que abandonó después de escuchar a Callas en promocionado traspaso del cetro. No faltan las canciones campesinas suizas incluída el inefable Gsätszli, ni una sublime presentación de la rosa straussiana como Sophie. Este verdadero festival concluye con In der Schatten meiner Locken de Wolf, testigo de cómo dos minutos de música pueden llevan décadas de infatigable trabajo.
Ícono total, mito controvertido, fastidiosa vestal, cancerbero de su arte, amada y odiada repetía “El dilema de mi vida fue cómo usar corazón y cerebro para hallar el balance entre palabras y música” . Quiérase o no, Schwarzkopf supo encarnar al artista que emergido de las cenizas de Europa logró rescatar lo mejor de una tradición en peligro de extinción. Esa fue su única, absoluta prioridad; se dedicó como ninguna la obsesión por pulir y decantar el material y a esa literal compulsión se entregó hasta el final cuando pesimista dijo “El futuro es negro. Vivimos la desintegración de la integridad”.
Un imperdible para todo aficionado, ni qué decir para todo estudiante de canto o intérprete inquieto nunca satisfecho. Desde donde esté y mal que le pese, la señora Legge sigue enseñando para que ese futuro no sea tan negro ni se termine de perder la integridad como vaticinó.
*ELISABETH SCHWARZKOPF, 1946-1952, WARNER CLASSICS 019029595175