Thomas Hampson encuentra aquel tiempo perdido

Este recital es como un postre exquisito, mejor dicho, un postre exquisitamente francés. Postre para el que lo escucha y postre para sus intérpretes porque el placer que emana del veterano Thomas Hampson y su espléndido pianista – Maciej Pikulski – en cada canción lo corrobora sin vuelta de hoja. Y ese placer se contagia al oyente. Como un escaparate de tentadora patisserie con delicadezas a cual mas deliciosa. La elección del programa es minuciosa, irreprochable así como el pianista que se ciñe a la imaginación de su cantante y cuando debe, logra volar por si solo. Ambos se sacan chispas; si, chispeantes, efervescentes, rebosantes del obligado pero elusivo charme francés.

Es una buena costumbre. De tanto en tanto, el barítono americano cumple con su público entregando un trabajo diferente, original, de un cuidado y escrupulosidad que garantiza el mas alto nivel. Basta recordar el disco Mahler sobre Des Knaben Wunderhorn con los virtuosos vieneses o el Notturnocon Lieder de Richard Strauss y a los que Serenade se agrega en suerte de feliz trilogía donde el aire del salón del fin de siglo parisino se combina con la exuberancia y extravagancia de la ópera gala, en aquel Paris donde los compositores nativos trataban de encontrar su lenguaje mientras algunos se asomaban con demasiada simpatía al otro lado del Rhin.

Hampson es una biblioteca andante, y añade su sapiencia a cada canción, afortunadamente lo que podría ser indigestante, gracias a su inteligencia y buen tino, no lo es. Por el contrario, es un periplo disfrutable que se inicia con melodies de Gounod, la conocida  Serenade que titula el álbum y la bellísima Canción del Pescador, sobre el texto de Teófilo Gautier que usará Berlioz en una de sus Noches de Estío, y la misma melodía con la que el enmarcará el suicidio de su heroína Safo.

En las canciones de Bizet hay encanto, humor y mas de un acorde que invita a descubrir  la sempiterna Carmen. No puede faltar la Siciliana de Meyerbeer ni el paso por la ilustración con la que se deleita un Camille Saint-Saens o el galicismo a ultranza de un Massenet liberado de ataduras estilísticas. Con Ernest Chausson – Le temps des lilas que luego integrará el Poema del amor y el mar – y Alberic Magnard llega el tsunami wagneriano que culmina con una modesta independencia en la canción que concluye el recital, Les roses de l’amour. A través de todo el disco hay poesía, hay Verlaine, Victor Hugo y también un inequívoco aire proustiano…

Es una serenata de descubrimientos que impulsa a repetidas audiciones, a detener el paso y sumergirse al filo de la belle epoque, donde se advierten tácitos Faure y Poulenc aún cuando no estén, es una amable pero provocativa reunión de compositores que bien pudieron posar imaginariamente para Ingres o Manet y que invita a explorar conexiones obvias y otras que no son tanto. 

También en su madurez, otro gran barítono, Dietrich Fischer Dieskau dedicó varios recitales al canto francés, fue un pionero en extender los horizontes, aquellos donde el inmenso Gerard Souzay reinaba sucediendo a Pierre Bernac y otros gigantes. Asimismo hace hoy Hampson; a esta serenata gálica por uno de los Don Giovanni de nuestra era no le falta nada. Y el barniz final lo imprime la madurez del barítono que a los sesenta y dos años demuestra todo lo que sabe, lo que absorbió e incorporó a su arte en décadas de actividad ininterrumpida, sin contar con su instrumento que hace honor al clásico Baryton-Martin, coloratura y media voz incluídas. Aquí hay elegancia, ironía, énfasis y dulzura precisas, distinción y el saber hacer las cosas. Para desprolijos y advenedizos es una lección de cómo se hace e incluso como se presenta un disco, así, como los de antes, con un imperdible texto de Sylvain Fort y presentación digna de imitar. Chapeau!

*HAMPSON, SERENADE, PIKULSKI, PENTATONE PTC 5186 681

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️