Anita Rachvelishvili y la exuberante impronta georgiana
En estas latitudes occidentales su apellido – Rachvelishvili – es tan difícil de recordar que quizás de ahora en más sea sólo “Anita” y en diminutivo, para no confundirla con otra Anna (soprano ella) nacida en Krasnodar y no muy lejos de Tiflis, capital de Georgia cuna de la “Anita” en cuestión, hija del Cáucaso que aporta personalidad, exuberancia y una voz necesitada.
Descubierta por Leyla Gencer, la georgiana ganó el concurso en honor de esta legendaria soprano turca para, gracias a Daniel Barenboim, irrumpir a los 25 años en La Scala junto a Jonas Kaufmann en una consagratoria Carmen de apertura de temporada 2009. Mucha agua ha pasado bajo el puente, Anita ha crecido como cantante e intérprete y su flamante CD para Sony lo corrobora. A los 33, es protagonista de la nueva generación de mezzosopranos que poco a poco reemplaza a sus colegas veteranas y que encabezan, entre otras, Clémentine Margaine, Ekaterina Gubanova y Jamie Barton, todas mas dramáticas que soberbias mezzos líricas cuando no coloraturas, como Elina Garanca, Joyce DiDonato, Alice Coote, Sarah Connolly e Isabel Leonard.
Anita se diferencia por la cautivadora sensualidad de su timbre aterciopelado y en cuanto a ilustres antecesoras del Este, por un enfoque y ataque mas sutil y cuidadoso. No se está frente a la opulenta rudeza eslava sino frente a un robusto instrumento, carnoso y carnal, más trabajado, capaz de apianar fácilmente, de sugerir y de encarnar heroínas mediterráneas, sólo por momentos un vibrato apenas pronunciado podría empañar un resultado francamente alentador en el actual panorama lírico donde mas que nunca se necesitan mezzos dramáticas.
Anita ha llegado en el momento justo, ha cantado Carmen mas de 300 veces y en su honor registra las inevitables Habanera y Seguidilla reafirmando su gitana que tanta suerte le trajo. Pero es como la Dalilah de Saint-Saens donde se aprecia una identificación especial con el personaje, amén de un francés no siempre fácil, entrega las dos arias con ejemplar elegancia y garra. También el lamento de Safo de Gounod – O ma lyre inmortelle – es acertada elección así como el aria de las cartas de Werther que bien podría incorporar a su repertorio.
De la galería de personajes italianos, Verdi es el ganador con una Eboli de Don Carlo interesantísima en la Canción del Velo y el temido O don fatale rematando con una Azucena de Il trovatore cuidada, apasionada, sin efectismos sino con el requerido esmalte, recuérdese que este papel le brindó una gran rentree recientemente en el Metropolitan neoyorkino. El Voi lo sapete o mamma de Cavalleria muestra una Santuzza con todos los atributos convencer en la tradición de las grandes exponentes del volcánico personaje.
No obstante, como en la bellísima aria casi “a capella” del primer acto de Lyubasha en La novia del zar de Rimsky Korsakov y más aún en la cavatina de la reina Tamar de La leyenda de Shota Roustaveli de su compatriota Dmitri Arakishvili (1873-1953) emerge una cantante que logra fascinar con voz espléndida y en la misma lengua de la monarca que fue llamada “rey” y que gobernó Georgia entre 1184 y 1213.
En síntesis, una nueva figura que provista de un rico bagaje llega en el momento indicado y un recital que pide por más. Por lo tanto, bienvenida Anita.
Anita, Orquesta Nacional de la RAI, Sagripanti, Sony 886446836966