PASSIO: desafío consumado por Seraphic Fire

 

Abordar Passio de Arvo Pärt ha sido un acariciado sueño y a la vez, plantearse un enorme desafío para Patrick Quigley y por consecuencia su grupo Seraphic Fire. Ambos se atrevieron con la hermética obra del compositor estonio el último viernes en la First United Methodist Church de Coral Gables, ámbito ideal para esta versión contemporánea de la Pasión según San Juan.

Con ella, Seraphic Fire cerró una imaginaria y ambiciosa trilogía para esta temporada que se inició con little match girl passion de David Lang continuó con La Pasión según San Mateo de Bach y culminó con la obra de Pärt. Triple desafío del que director y grupo salieron airosos y vale decir, en los tres casos. Pero la composición de Pärt es especialísima, encierra trampas detrás de su aparente simplicidad, requiere cuidado extra para intérpretes así como para un público expectante que vió cumplidos sus deseos. He aquí una vuelta de tuerca original y moderna de la historia bíblica aunque se remonte a la música mas temprana, donde el canto gregoriano tiene una aparición tácita y poderosa sumado a la tradicional repetición minimalista que invita al espectador a sumirse en una especie de trance que lo conduzca a una experiencia trascendental.

Quigley iluminó este desafío tan monumental como monolítico, mas allá de que su duración apenas exceda la hora, sumergiéndose en la partitura, concentrando toda su energía en crear las texturas yuxtapuestas que crean la serena trama sonora de Pärt mientras que atentísimo daba cada entrada al ensemble constituído por diecisiete miembros de Seraphic Fire más nueve coreutas del programa de SF de la Universidad de Los Angeles y el grupo de cámara integrado por violín, cello, oboe, fagot y órgano a cargo de Yu Dean Zhang.

El originalísimo cuarteto de Evangelistas ideado por Pärt y que suplantan al único solista de otras Pasiones contó con la excelente participación de Steven Eddy, Patrick Muehliese, Jolle Greenleaf y Virginia Warnken enfrentados con el resto de coreutas que enmarcaron las vicisitudes del calvario con entrega ejemplar. El tenor Stephen Soph fue un Pilatos de lujo – incisivo e lapidario – mientras que Jesus a cargo del barítono James Bass señaló el broche de oro de la velada. La tesitura del personaje se aviene perfectamente a la calidez de su instrumento que en su canto y declamación fue bálsamo, resignación, gravedad y consuelo, un genuino regalo para los oídos. Su último, definitivo “Consummatum est” actuó como envolvente escalofrío que precedió al estremecedor «Amén» final.

Un noche diferente y memorable de una obra tan serena como espinosa de la que SF supo emerger triunfante.