Tchaicovsky por Stefan Herheim

Una versión radical que por una vez convence. Y es, otra vez, Stefan Herheim quien se sale con la suya para una puesta reveladora, audaz y brillante de la penúltima ópera de Tchaicovsky, producción que le fuera encargada en 2016 por la Opera Nacional de los Paises Bajos para celebrar su medio siglo de existencia.
Hasta ahora, y mas obvia, sólo Eugenio Onegin había sido tratada a menudo como suerte de velada autobiografía tchaicovskiana usando a la sazón como vehículo el libro de Pushkin. Con La dama de picas, Herheim va mucho mas allá. El joven régisseur noruego hace del compositor la figura central de la ópera, lo convierte en el Príncipe Yeletsky, prometido a Lisa (una relación destinada al fracaso como la suya con la infatuada Antonina Milyukova) más su obsesión con lo sobrenatural y la muerte aunado principalmente a sus conflictos y tendencias homosexuales. Es una mezcla explosiva, peligrosa que funciona gracias a la inteligencia y astucia de Herheim. En una vuelta de tuerca impactante, Tchaicovsky no sólo aparece como el protagonista de la ópera sino clonado en cada miembro del coro, asi contribuye a tejer una red alucinada e infernal que empieza y termina con su posible suicidio: el brindis con un vaso de agua helada, tal como el que bebió Tchaicovsky para contraer cólera y también evocación de las frías aguas del Neva donde intentó suicidarse y donde perece Lisa. En agonía, el Tchaicovsky de Herheim compone la ópera que vemos en escena, Pique Dame tan querida por él, como presencia constante, a veces semejando un espectro, siempre como un paria alienado apartado de la sociedad por su preferencia sexual. Y la anciana condesa como una suerte de Nadezhda von Meck, su misteriosa mecenas que no se dejó ver y acabó quitándole su favor por motivos nunca del todo claros.
Siempre extravagante y desmesurado, Herheim y su escenógrafo-figurinista Philipp Fürhoffer apuesta a un suntuoso decorado clásico, un gran salón tradicional sólo en apariencia, magníficamente iluminado por Bernd Purkrabek.  Además, una jaula de oro simboliza al artista aprisionado, Papageno y Papagena en el divertimento evocando su amor por Mozart y la aparición de la zarina Catalina la Grande al final del acto que no resulta otro que  Herman con quien ha tenido un encuentro sexual durante el preludio de la ópera.
Excelente equipo de cantantes en lengua nativa, destacándose el Herman del ucraniano Misha Didyk y Alexei Markov como el Conde Tomsky quien dicta su Balada de las tres cartas al mismísimo “Tchaicovsky” al piano. La Lisa de Svetlana Aksenova acusa algún excesivo metal en los agudos pero es una encarnación idónea asi como la condesa – ese cameo rol joyita para veteranas –  la impecable Larissa Diadkova, uniéndose a la larga lista de ilustres intérpretes del papel como Mödl, Arkhipova, Ludwig, Crespin, Rysanek y Obratszova. Mención especial para una deliciosa Anna Goryachova como Polina. No obstante, es el Yeletzky-Tchaicovsky de Vladimir Stoyanov quien merecidamente se yergue como núcleo interpretativo de la representación.
Como lujo innegable, el teatro recibe a la Orquesta del Concertgebouw en el foso bajo la dirección de Mariss Jansons. El inspirado maestro letón abraza una lectura apasionada que se refleja en la iridiscencia y fogosidad de las cuerdas y bronces en perfecta sintonía con el trabajo del regisseur, resulta la segunda colaboración ejemplar entre dos maestros, anteriormente fue Onegin.
Si con aquella controvertida puesta de Onegin, Heirheim se había atrevido a narrar la historia de Rusia, aquí cuenta la historia secreta de su mas grande compositor. Es un doble juego ya que la primera es mas íntima, pues bien, Herheim cambia los enfoques de ambas. Si en Onegin cabían las objeciones, aquí  brillan por su ausencia. Luego de haberla visto, es difícil separar a Yeletzky con lel músico. Un experimento curioso y de todas maneras, fascinante.
TCHAICOVSKY, PIQUE DAME, JANSSONS, UNITEL, C MAJOR, DVD 743908