Orpheus y Perianes, fieles al espíritu de la música
En los albores del 2018, la inauguración de la temporada clásica del Arsht se inició con una combinación poco frecuente en nuestras costas, la de la mas famosa orquesta de cámara del mundo que toca sin director y la participación solista del mas notable pianista español en lo que va del siglo. Si no era seguro que la química entre ambos funcionara – el resultado se ve en el escenario – debe constatarse que funcionó. La química fue ideal desde el principio porque tanto Javier Perianes como los miembros de la Orpheus Chamber Orchestra se zambullen en su pasión, la de sólo hacer música, nada mas (y nada menos).
En estreno mundial, abrió el fuego una obra encargada por el conjunto a James Matheson. Still Life (Naturaleza muerta) emergió como una composición tan accesible como tonal, con curiosas alusiones orientales que pintaron un paisaje de austera evocación, enfatizando las vigorosas cuerdas del ensamble que brillaron incandescentes durante toda la velada, metaformoseándose con cada estilo correspondiente. En este caso, para enseñar la dualidad entre la aparente simpleza de una Naturaleza muerta como metáfora de la composición pictórica y la compleja arquitectura que oculta esa engañosa sencillez.
Con modestia ejemplar el solista entró junto a los músicos para brindar un Mozart mucho mas que exquisito sino trascendente y de ribetes personales en enfoque y sonoridad. En primera instancia, Perianes mostró un espíritu de ensemble digno de destacar, obviamente feliz de hacer música con los Orpheus, siendo totalmente correspondido por sus colegas, seguramente porque con el pianista andaluz se está frente a un músico de músicos, alejado del inextirpable show de moda que incluye la competición por quien toca más rápido (o quien canta mas fuerte en el caso de la lírica). Perianes va por otro sendero, y lo prueba sin vuelta de hoja. Por lo tanto, Mozart es un asunto espinoso que le va como anillo al dedo. En la interpretación mozartiana el Everest se llama naturalidad, y éste fue el rasgo fundamental en su lectura del Concierto 27. A partir de soberana naturalidad, la innata y la obtenida en el rigor musical, Perianes fue agregando capas de transparente, rotunda dulzura que dejaron apreciar las luces y las sombras, la alegría y la amargura,la levedad contrastante con el dramatismo que no se ve y que debe verse en cada Mozart, quien aguarda su intérprete lo revele. De hecho, en el Larghetto – el momento mas íntimo y conmovedor de la velada – Perianes alertó tácitamente que se trataba del último concierto de un genio que sabiéndolo (o no) estaba listo a partir, y entonces ese tierno lamento, casi un juego amoroso, adquirió trascendencia inédita, agigantándose, evocando y hermanándose con el organillero de El viaje de invierno de Schubert o el «Muß es sein?» (¿Debe ser?) «Es muß sein!» (¡Debe ser!)» beethoveniano. Esa atemporalidad universal fue su mejor y mayor logro, su regalo implícito a los tres compositores y por ende, al ensemble y audiencia.
Con las rústicas Bagatelles de Dvorak (brillantemente orquestadas por Dennis Russell Davies) y la Sinfonía 33 de Mozart (que nunca sonó tan camarística) regresó la Orpheus en la segunda mitad para demostrar su vigencia a cuarenta y cinco años de fundada; en su momento significó una revolución musical en varios niveles. Su rechazo a todo autoritarismo, su particular perspectiva, su diversidad pionera, su libertad inclaudicable se respira incluso en sus miembros mas veteranos. Asimismo es evidente que la nueva generación trae brisas renovadas y aporta el ímpetu de la juventud. En todo caso, el postulado inicial de “combinar la intimidad y calidez de un conjunto de cámara con la riqueza de una orquesta” quedó firmemente documentado con ejecuciones de altísimo nivel.
Como broche de oro y en homenaje al Orfeo que les da nombre, La danza de las furias de Glück fue un bis que emergió con la debida ardiente intensidad sin olvidar impecable diferenciación estilística con el Mozart previo. El alemán versus el austríaco y dos universos juntos pero no revueltos en el mejor cóctel, el de la buena música.
La serie continúa el 6 de febrero con la Filarmónica de Israel y Zubin Metha, información