Die Walküre, atrapando el fuego sagrado



Si Wagner es el aliado ideal para esta inquietante cuarentena ni que decir de El anillo del nibelungo, saga musical de dieciséis horas, delicia de wagnerianos y enigma del resto de los mortales atónitos ante la posibilidad que semejantes longueurs encierren tanto placer insospechado. A la hora de convertir nuevos fieles varias compañías los tientan con transmisiones online gratis, así se han visto la versión del Met firmada por LePage, Viena, la Scala y aún puede disfrutarse la británica de OperaNorth.

Asimismo en DVD empiezan a llegar las últimas funciones del Anillo en Covent Garden en la críptica puesta de Keith Warner dirigida por Antonio Pappano y como la mas popular de las cuatro óperas que conforman el ciclo es La valquiria, OPUS ARTE hace bien en editarla primero. Vale la pena.

Razón tiene Sir «Tony» Pappano al considerar cada uno de los tres actos como eventos únicos, separados, suerte de óperas en si mismos; un sabio crítico inglés sostuvo que el Anillo es una alegoría dramática sobre la ética, donde el amor es todo, el miedo el comienzo de la muerte y la lucha por poder enraizada en ese miedo. Exactamente, es ese miedo tácito el que impregna y campea en toda la representación, como impreso en las paredes de las ruinas victorianas que son el despacho de Wotan y también la choza de Hunding presidida por un chase-longue de cuero negro en el que también Brunilda comenzará su sueño al final de la jornada. En la escenografía del lamentado Stefanos Lazaridis, una escalera caracol evocará la cadena del ADN emergiendo del árbol primigenio de la vida y un muro giratorio con una pequeña puerta separa a las revoltosas walquirias de su augusto padre. Escombros de un pasado esplendoroso que narran el arco de la historia a partir del teatro, quizás Ibsen y Thomas Mann entretejidos, hijos o nietos de la revolución industrial. Frente a la espectacular puesta metropolitana y su complicada “máquina” esta londinense resulta austera, tanto mas plena de símbolos, mas rica y a la postre, efectiva. La cabalgata de las valquirias – para la anécdota, Lisa Davidsen, la nueva super estrella wagneriana es Ortlinde – es un juego de sombras chinescas, cada guerrera juega con la calavera de su corcel, mas brujas de Macbeth que valquirias simbolizan la oscura intensidad propuesta para el viaje por Warner.

Sarah Connolly (Fricka) y John Lundgren (Wotan) – foto roh


Es en la orquesta del Covent Garden, noble, lírica, opulenta, espléndidamente liderada por Pappano, siempre justa en cada instancia y matiz, y en el soberbio equipo de cantantes donde esta Valquiria saca chispas para encender el anillo de fuego final y la merecida ovación de un público rendido ante la entrega total de cada artista, en última instancia ante el fuego sagrado. Es un torneo no sólo vocal sino actoral, la interacción de cada personaje, cada rasgo plasmado a la perfección, se está en presencia de genuino teatro cantado.

Si, Wagner pide siempre más (tantas veces, demasiado) y aquí lo tiene, constatado en la fervorosa Sieglinde de Emily Magee – abusada, sometida, rescatada por su hermano incestuoso – evidenciando una entrega que supera a sus límites, en el impresionante Siegmund de Stuart Skelton dueño de un vocalismo apabullante que hace olvidar un físico poco agraciado, a los que se suma el aterrador Hunding del joven estonio Ain Anger.

La bonanza actoral prosigue en el segundo acto con la implacable Fricka de Sarah Connolly, de una fiereza vocal e histrionismo avasallador, capaz de mostrar cada faceta de la diosa, una clásica Juno victoriana de encendidos cabellos convertida en centro de atención y tensión escénica. Poco queda por decir de Nina Stemme, a los cincuenta y seis años y con una década de las tres Brunildas ininterrumpidas a cuestas, sigue asombrando en todo renglón. Sorprende que una voz tan oscura aborde con tal luminosidad – y seguridad – la tesitura soprano del personaje, deslumbra la naturalidad y consustanciación con Brunilda. Stemme engarza con su legendaria compatriota Nilsson, con la ferocidad descarnada de Astrid Varnay y la garra de la mejor Gwyneth Jones. Es un lujo de nuestra época. Asimismo el monolítico Wotan de John Lundgren cala profundo con su impactante estampa y voz de ébano, un dios nórdico tristemente vencido, capaz de arrancar la divinidad a su hija en un estremecedor beso de amante. La escena final señala la culminación de una larga velada que no ha decaído un minuto, cuando generalmente intérpretes y audiencia suelen acusar cierto lógico cansancio, aquí Stemme, Lundgren, Pappano y orquesta parecen rendir aún más confirmando la magia de la creatividad interpretativa hecha adrenalina pura.

Una Valquiria para visitar muchas veces, durante y después de esta cuarentena porque se instala entre las mejores opciones disponibles.

*WAGNER, DIE WALKÜRE, PAPPANO, ROH, OPUS ARTE DVD OA1308 D