Adiós Judy, diva made-in-Miami

foto archivo del Miami Herald



A menudo me pregunto cuántos de los que cada noche asisten al Adrianne Arsht Center al pasar por el cartel de la sección del Boulevard Biscayne que lleva su nombre saben quien fue Judy Drucker. Pocos, demasiado pocos entre los más jóvenes, cada vez menos, y es otra buena razón para recordarla ahora a raíz de su reciente desaparición. A los noventa y un años este intrépido personaje se extinguió por complicaciones del Alzheimer que la alejó del medio hace un tiempo. Un triste final poco acorde con un temperamento volátil y arrollador que la hizo “one of a kind”.

Pese a haber nacido en Brooklyn, “La Drucker” fue en mas de un sentido la única, peculiarísima y auténtica diva que produjo Miami, poco importaron sus condiciones artísticas (con estudios en Juilliard, Curtis y Miami fue primero pianista y luego soprano del coro de la entonces Miami Opera) sino su infatigable vocación de comunicadora en el papel de inveterada “Impresario”, una categoría por poco única donde dejó una impronta singular que la hizo merecedora del título de diva. Temperamental, ambiciosa, pintoresca, solidaria, generosa, disparatada, impulsiva, impredecible, algunos dicen ruda y vengativa, Judy reunió todos los ingredientes para conquistar esa categoría tan elusiva como polémica.



Para quienes aterrizamos en Miami hace unas décadas, su nombre simboliza un faro que iluminó el pálido panorama de la música clásica en este extremo del sur americano. Judy se ocupó de este páramo cultural como una madraza y lo hizo a lo grande decidida a probar que la buena música podía germinar en una ciudad balnearia, que Miami estaba destinada a ser tanto mas que «Mar & Mall». No se contentó con poco, siempre apuntó a lo mas alto y la mayoría de las veces logró lo que se proponía. Signada por décadas arduo de trabajo con lógicos altos y bajos lo suyo fue como no podía ser de otro modo, una vertiginosa montaña rusa. Desde el modesto comienzo organizando conciertos en el templo Beth Sholom de Miami Beach en 1967 para luego expandirse a otros auditorios – el vetusto Jackie Gleason de Miami Beach que trató de remozar, el Olimpia y Dade County Auditorium – hasta llegar al Broward Performing Arts y finalmente al imponente Adrianne Arsht Center del que fue una de sus pioneras y donde la suerte no la acompañó en su ocaso como regente de la baqueteada Great Artists Series de la Concert Association.

Basta leer la realmente increíble nómina de artistas que gracias a su tesón y olfato engalanaron estas costas para borrar todo reparo posible. Su secreto fue trabar amistad con los de su raza, la de los artistas. Los conocía como nadie porque era uno de ellos. No era una simple empresaria sino una colega y amiga que los mimaba como en ninguna parte. Banquetes, flores, limousinas, residencias lujosas cuando no banquetes que ella misma preparaba eran parte del paquete ante el cual era imposible resistirse. Asi afirmó Beverly Sills, así llegaron los jovencísimos Itzhak Perlman (como años después Gil Shaham y Maxim Vengerov) y su amigo Pinchas Zukerman, asi los mismísimos Vladimir Horowitz, Rostropovich, Szering, Yo yo Ma, Isaac Stern, Leontyne Price, Marilyn Horne, Richard Tucker, Robert Merrill y otras rutilantes estrellas literalmente impensables para Miami actuaban “ para Judy». Asi trajo orquestas legendarias como la Chicago Symphony con Georg Solti y Claudio Abbado, la New York Philharmonic con Leonard Bernstein, la Israel Philharmonic con Zubin Mehta, la Berlin Staatskapelle con Daniel Barenboim, las cinco grandes orquestas londinenses, Cleveland, Filadelfia y tantos otros ensembles que fueron cimentando el gusto y la tradición por la buena música en la naciente metrópoli. No estuvo exento el ballet fuese el American, Twyla Tharp, Baryshnikov, o el Alvin Ailey, ni la ópera en versión de concierto, desde Aída con Martina Arroyo, James McCracken y Cornell MacNeil a Tosca con Kiri te Kanawa y Norma con Maria Guleghina.

El canto fue el gran amor de Judy y que mejor que su «compinche» Luciano Pavarotti que la apodó Judy Beauty para acompañarla en cada instancia y evento. Si Jessye Norman, Montserrat Caballe, Placido Domingo, Eva Marton, Jose Carreras, Renee Fleming, Bryn Terfel, Deborah Voigt, Soile Isokoski, hasta Maria Callas en su última patética gira de 1974 y especialmente Dmitri Hvorostovsky – «te paga, te mima y te alimenta como una madre» – desde el comienzo al fin de su carrera marcaron hitos inolvidables, también pianistas como Rudolf Serkin, Shura Chercassky y los debutantes Arcadi Volodos y Evgeny Kissin, otro de sus mimados favoritos que regresó a auxiliarla cuando la asfixiaron las finanzas para un magnífico recital en el flamante New World Center gracias a la intervención de su admirado Michael Tilson Thomas.

En el plano estrictamente personal es mi deber agradecerle no sólo tantas oportunidades para escuchar y conocer artistas notables sino su respeto y confianza en mi tarea, el haberme legado amigos entrañables y reuniones deliciosas a menudo presididas por su famoso brisket; desde aquel fin de año en que esperamos en vano a Elie Wiesel a organizarme un cumpleaños sorpresa backstage (y mas de un momento hilarante) hasta haberse aparecido con el postre favorito de Javier Perianes para darle la bienvenida en su debut miamense. Pintoresca, efusiva, intempestiva, la incorregible Judy fue una diva hecha y derecha hasta el final.



De la abundacia a la bancarrota y vuelta a la cima, fue un ave fénix que supo renacer varias veces hasta hasta apagarse hace dos semanas. Quedará el recuerdo del irremplazable personaje que en el espinoso reino de divos, divas y agentes, jugó a la par balanceando la cuerda de los egos con destreza innata; Judy supo cómo atraer, domar y mimar a sus, en definitiva, colegas. Por eso, cuando pase por el Judy Drucker Boulevard recuerde quien fue y cuánto hizo por la ciudad a la que le entregó su vida. Chapeau.

*JUDITH REVA DRUCKER, NEE NELSON 20 DE JUNIO DE 1928, BROOKLYN – 30 DE MARZO DE 2020, MIAMI