Brisas y fulgores Schubertianos
Un rápido vistazo a la variedad y calidad que hoy exhibe el canto de cámara en todos los registros posibles de la voz humana – soprano, mezzo, contralto, contratenor, tenor, baritono y bajo – confirma el alto nivel adquirido por la presente generación de cantantes líricos. Otra prueba del legado de colosos del canto, famosos “Liederistas” devenidos maestros imprescindibles tales como Dietrich Fischer Dieskau o Elisabeth Schwarzkopf cuyas líneas de estilo y disciplina continúan sus ilustres sucesores. En este renglón, el de los artistas que se abocan al canto de cámara por sobre la ópera, no deja de sorprender la cantidad de excelentes intérpretes surgidos en Europa, América y Asia capaces de dominar desde la música temprana a la contemporánea y eximios en el repertorio romántico, núcleo indiscutido del género.
Como referencia, este espléndido compacto de canciones de Franz Schubert (1797-1828) por el joven tenor libanés-americano Karim Sulayman acompañado por Yi-heng Yang en un pianoforte Graf vienés de 1830 que proporciona la sonoridad que seguramente le dió el mismísimo compositor en sus famosas tertulias musicales denominadas “Schubertiadas”, lejos del bullicio del gran teatro de su contemporáneo Beethoven, mas cómodo y atento al delicado equilibrio intimista.
Provistos de buen gusto e imaginación, Sulayman y Yang diseñan su propio ciclo schubertiano a la manera de La bella molinera, El viaje de invierno o El canto del cisne (a decir verdad no pensando como ciclo) escogiendo sus favoritas, consiguiendo un recital que como una brisa refrescante pasa tan rápido que pide por mas. Y lo mas curioso es que si bien se relacionan con nocturnos y angustias nocturnas, la magia de ambos intérpretes funciona como un bálsamo curativo disipando toda tiniebla, creando una intimidad necesaria a menudo elusiva en otros cantantes mas conocidos.
El “ciclo” comienza con la canción del pescador a los Dioscuros en medio del mar y entonces la claridad y limpidez de Sulayman conquista desde el vamos, dicción inmaculada y la urgencia requerida para avanzar en el relato que incluirá una notable versión de Am Meer (Junto al mar) asi como la celebérrima La trucha (Die Forelle) que cobra inusitada vivacidad y dramatismo en el metal luminoso de la voz del tenor, cuya soltura y naturalidad no dejan de sorprender gratamente.
Hay canciones tempranas, algunas verdaderos hallazgos por lo poco frecuentadas, otras tardías y algunos clásicos, destacándose Des Fischers Liebesglück que contrasta vivamente con la última Das Rosenband, joyita del Schubert adolescente antecedida por la inmortal Rey de los alisios (Erlkönig), verdadera ópera en cuatro minutos de ardua ejecución, complementada con la inusual El padre con el niño. De hecho, temáticamente van en pares lo que enfatiza el sentimiento y el objeto elegido. La tarde de invierno, dos cantos a la luna – el Opus 57 y el D 259 – rivalizan con Noche y sueño y Canto nocturno asi como dos dedicadas a las estrellas tanto o mas bellamente cantados que Al laúd.
En sintesis, el equipo Sulayman-Yang combina la luminosidad vocal del tenor y la añeja sonoridad del antiguo pianoforte para un recital inolvidable que literalmente se desliza en un viaje desde la noche romántica a la frescura primaveral alabada por los poetas del período. Ideal para esta época de reflexión y recogimiento, para conectar con lo mas íntimo de cada uno y descubrir universos interiores.
SCHUBERT, Where Only Stars Can Hear Us, Sulayman, Yang, AVIE AV2400