Coqueteos fatales

 
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En teoría el arte trasciende la política; no obstante, es inevitable e ineludible que ambos estén entrelazados desde siempre. Mas allá de que haya artistas alineados y otros rabiosamente apolíticos, desde reyes y papas a líderes y tiranos actuales, el papel del artista es decisivo como “influencers”, para usar una palabreja de moda. Por eso, si alinearse con posiciones implica beneficios también significa asumir responsabilidades y consecuencias. Coquetear con el poder es un arma de doble filo, puede resultar fatal, hoy como ayer.

Cuando se trata de seducir, los políticos se convierten en artistas tanto mas hábiles que los subyugados al halagarles su Talón de Aquiles, la vanidad. Flaqueza que saben manejar magistralmente para usarlos a piacere. Es un sutil juego de dominación y manipulación, máxime si el político en cuestión valora, apoya – y explota – el ser aficionado a disciplinas artísticas. Entran a jugar ambiciones, expectativas, posibilidades, ilusiones para una ecuación irresistible que en ocasiones acaba mal.

Por diferentes razones, desde sin querer al no poder, algunos quedan presos de consignas o pasan a ser emblemas de un régimen. Sin ir mas lejos, durante el Stalinismo y la Guerra Fria, grandes como Rostropovich, Vishnevskaya, Ulanova, Plisetskaya, Oistrakh, Gilels, entre tantos,obligados o por voluntad propia fueron  embajadores del régimen soviético. Los dos primeros cayeron en desgracia viéndose forzados a emigrar, revelando las intrigas de cuando eran los «modelos» soviéticos. En cambio otros, léase Nureyev, Baryshnikov y Makarova “desertaron” a tiempo. Los lazos pueden comprometerlos en diferentes niveles del espectro, podrían mencionarse el caso Alicia Alonso en Cuba, Gustavo Dudamel con Venezuela y tantos más de todas las tendencias políticas; los entretelones, tejes y manejes intrincados y difíciles dan lugar a interminables polémicas. Lograr mantenerse a un lado es al mismo tiempo una auténtica «obra de arte». La línea divisoria es tan sutil como peligrosa pero… el camino del infierno esta empedrado de buenas intenciones.

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El ámbito de la música clásica se ve hoy conmocionado con la actitud y sanciones a Gergiev y sus acólitos, léase la soprano Anna Netrebko, el pianista Denis Matsuev y otros cuyas carreras mucho le deben. Es el director ruso mas importante de las últimas décadas, revitalizó el repertorio ruso, llevó producciones y artistas a Occidente conquistando inmensa fama y fortuna así como adoradores y detractores. Sus estrechos vínculos con el gobierno de Putin le han permitido, entre otras actividades, restaurar, expandir, construir salas y teatros legendarios. Gergiev es el nuevo embajador del imperio. De hecho, su lealtad con el régimen lo compromete a la hora de denunciar que la administración que apoya se excede en imponer su autoridad. El mundo de la música aguarda ansioso y no sin cierta esperanza que se manifieste en contra de la agresión pero, el que calla otorga y hasta el momento ha sido su postura. Tiene derecho a mantenerse en silencio; el público lo tiene en cuestionar su apatía, los teatros le pasan factura.

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Hace ochenta años, no existía el vertiginoso nivel actual de información, y a la vez, desinformación. Quienes rechazaron de plano el Tercer Reich, emigrando y manifestándose en contra tenían razón. Otros quedaron varados, cercados, imposibilitados de opinar; algunos claudicaron, otros adhirieron al régimen. El caso mas triste es el de Furtwaengler, no sólo uno de los mas grandes directores de la historia sino un intelectual ilustre que se equivocó al quedarse, quizás con cierto grado de inocencia y pasividad, creyendo que luchando desde adentro iba a ser justificado. La historia es larga y conocida, nunca fue miembro del partido ni simpatizó pero fue elegido como emblema alemán y lo pagó caro. Juzgado por las fuerzas aliadas dijo “Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible crisis; me sentía responsable por la música alemana, y que era mi misión el sobrevivir a esta crisis, del modo que se pudiera. La preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda ha de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos. Este público, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert, aun teniendo que vivir bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. La gente necesitaba más que nunca, nunca antes anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, estos alemanes que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos”.  

La situación no es la misma ni es el caso de Gergiev, pero hay ciertos paralelismos. Gergiev debería tomar nota, recapacitar antes de que sea demasiado tarde. Otros colegas se han manifestado en contra, quizás algunos en Rusia no puedan. Gergiev permanece en silencio y su pérdida de reputación se acelera a medida que pasan las horas. Será triste si queda del lado equivocado de la historia. Furtwaengler fue rehabilitado liberándoselo de toda culpa; no obstante, quedará como metáfora y emblema de eterna discusión. En un documental reciente, su viuda cuenta su desesperación avergonzado viendo las filmaciones de los campos de exterminio “Nosotros hicimos esto, nosotros! Ya no tendremos derecho a ser felices”. Poco tiempo después moriría en circunstancias que no descartan un suicidio, quizás verguenza o tristeza. Son coqueteos que pueden costar una carrera y una vida. Que la historia no vuelva a repetirse, que las lecciones de la historia sirvan de una vez y para siempre.

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