Dos caras del mismo naipe

Si más tempestuosa y alucinada – pero al igual que Eugene Onegin (1879) –  La dama de piques (1890), revela al mejor Tchaicovsky, el más personal y genuino. Son su espejo las obras de Pushkin en que basó ambas óperas, donde las semejanzas, paralelismos y alusiones entre el compositor y sus personajes centrales (llámense Eugene o Hermann) se advierten y confirman a medida que transcurre el tiempo. Si en Onegin apela a la introspección más lírica, en Dama los resortes dramáticos y excesos del género detonan una urgencia y arrebato sólo superadas en los acentos mas lacerantes de sus últimas sinfonías.

En los extremos del espectro, se enfrentan dos versiones – Paris (2005) y Barcelona (2010) – recientemente editadas en DVD casi al mismo tiempo. La puesta de Gilbert Deflo con los elegantes decorados de William Orlando para el Liceo barcelonés exhibe una opulencia poco habitual y también un tradicionalismo que denota algún insalvable cliché. Irreprochables Emily Magee y Misha Didyk en los protagónicos mientras Ludovic Tézier brilla como Yeletsky. El rol secundario (pero fundamental) de la condesa – la “dama de piques” en cuestión – es el centro de atención de la velada gracias a Ewa Podles. La célebre contralto polaca encarna una condesa exagerada, decrépita, antipática y aunque enervante, previsiblemente, se «roba el show». Los demás papeles están muy bien servidos por Elena Zaremba como Paulina, la veterana Stefania Toczyska (todo un lujo su breve aparición como la gobernanta) y  Lado Atanelli como el conde Tomsky. Desde el foso orquestal Michael Boder cumple una labor encomiable para una noche de ópera que definitivamente funciona como gran espectáculo.

En las antípodas, la lectura del famoso director teatral siberiano Lev Dodin transcurre en un manicomio. Atrapado en su mente, Hermann ve pasar su vida en continua alucinación. El escenario prácticamente desnudo se divide en dos niveles; en el inferior sólo la cama del protagonista, mientras por el superior desfilan quienes lo acosan y atormentan. Si la puesta despoja el esplendor inherente de ésta grand-opera, el anticlima angustiante pergeñado por el director del teatro Maly de San Petersburgo inclina la balanza hacia el original de Pushkin. Engañosamente árido y monocromático, el enfoque de Dodin puede aburrir en su austeridad pero se ve premiado por un notable Vladimir Galouzine en el extenuante papel de Hermann, llamado “el Otello ruso”. Acertadas Hasmik Papian e Irina Bogatcheva como Lisa y su abuela, una condesa distante, señorial y en este caso, relegada a un digno segundo plano. Tézier repite su justamente aclamado Yeletsky y la dirección orquestal del venerable Gennadi Rozdestvensky, sin llegar a las alturas de Gergiev, es portentosa e idiomática, con el sello inconfundible de quien es capaz de hacer sonar una orquesta (y coro) francés como ruso.

Estas flamantes Damas enfrentan seria competencia encabezada por dos versiones de principio de los años noventa: la de Graham Vick en Glyndebourne (con la electrizante condesa de Felicity Palmer) y la del Kirov liderado por Gergiev con la joven Maria Guleghina. ¿No sería el momento indicado para que el Metropolitan Opera editara alguna función guardada en sus archivos?. Mas tentador todavía que el telecast de 1999 de la puesta de Elijah Moshinsky con Plácido Domingo, Galina Gorchakova y Elisabeth Söderström, es el estreno de la misma con Valery Gergiev en 1995 dirigiendo a Heppner, Mattila, Hvorostovsky y la incomparable Leonie Rysanek en su última, recordada aparición en la sala. Si existe tal filmación, no cabe duda que sería el as en la manga de la enigmática Dama 

© Sebastian Spreng

* TCHAICOVSKY/ PIQUE DAME/ OPUS ARTE OA 1050 D

* TCHAICOVSKY / PIQUE DAME / ARTHAUS MUSIK 107 317