El alma rusa y el vívido disfraz de la desesperación
Con “El alma rusa” por título y mascarón de proa, la atmósfera festiva que impregnó el lanzamiento de la vigésimoquinta temporada de la New World Symphony invitó a jugar con significados y coincidencias en un concierto que si bien convencional mostró sabia programación.
A través de dos siglos, Stravinsky y Tchaicovsky encarnan el espíritu ruso y Petrouchka y la Cuarta Sinfonía son piezas emblemáticas favoritas del público. Ambas despliegan un caleidoscopio sonoro capaz de poner a prueba el rendimiento de cualquier orquesta y vale destacar que, con una tercera parte de debutantes, la New World Symphony acusó un rendimiento superlativo. Ambas ostentan salvaje dramaticidad atemperada por sagaces acentos cromáticos que definen situaciones y pintan cuadros que evocan a otros de semejante esencia y estirpe, los de la exposición de Mussorsky.
Como tradicional antesala a la inauguración oficial, MTT lideró audiencia y músicos en el Star-Spangled Banner, optando por la conocida orquestación de Sousa en vez de la más polémica de Stravinsky. Luego abordó la curiosa Circus Polka (1942) que el recién expatriado compositor en tierra americana le compuso a Balanchine por encargo del Ringling Brothers and Barnum & Bailey (“Necesitas una polca para…?” preguntó el músico, “Para elefantes” respondió el coreógrafo, “En tal caso, sólo si son elefantes jóvenes” remató el ruso). Breve y más liviana que los animales en cuestión, se estrenó en el Madison Square Garden con cincuenta bailarinas y su equivalente en paquidermos para un “tour de force” que superó las cuatrocientas representaciones. Acoplándose al entusiasmo de la orquesta a cargo del desenfado stravinskiano, acertó la deliciosa animación de Emily Eckstein en las pantallas del hall inspirada en el legado gráfico del constructivismo y las bailarinas de Oskar Schlemmer.
En la Petrouchka de 1947, con infalible instinto teatral, como si descubriera «mamushkas» una dentro de otra, MTT plasmó el mágico y no menos siniestro mundo de la feria de carnaval. Enfatizó uno de los rasgos mas notables del compositor, el del ruso devenido americano, del europeo en California catalizador de culturas y sociedades y sugirió las influencias que ejercería sobre Aaron Copland o Leonard Bernstein sin descuidar la raigambre del ballet ruso ni del neoclasicismo que representa. Las intervenciones solistas de flauta y bronces, entre otros encargados de las geniales viñetas ilustrativas de esta obra total, tuvieron excelente desempeño. Asimismo bienvenidas fueron las imágenes que colorearon la ya de por si colorida partitura y las indicaciones en la pantalla que contribuyeron a su fácil comprensión e incluso a relacionarla con el dibujo animado, por entonces gran aliado de la música clásica.
No fue el espectro del infeliz muñeco vociferando su célebre acorde, sino los de los ballets de su predecesor los que parecieron desfilar en el vals del primer movimiento de la Cuarta Sinfonía. La NWS exhibió renovado lustre y fuerza en las cuerdas, que supieron apianar y sugerir la indispensable veta eslava y además, funcionar como un solo hombre tanto en el famoso pizzicato del tercer movimiento como en la poderosa escalada procesional del segundo.
Obra de contrastes tormentosos como el fatídico año que la compuso y del que es desolador espejo, las fanfarrias anunciaron su destino, con algún desliz en la ejecución, mientras brindó solaz la impecable cantilena del oboe y el preciso aporte del piccolo. Obra icónica en la producción tchaicovskiana que enlaza épocas y estilos y de la que el mismo Mahler se hará eco, otro infrecuente ángulo que MTT se ocupó de señalar. En el último movimiento, tan autobiográfico como su Eugene Onegin, imprimió un vertiginoso tempo que evocó un posible regreso a la feria carnavalesca stravinskiana del comienzo.
Detrás de tal opulencia orquestal, los dos platos fuertes de la noche comparten un secreto que los hermana por fuera y por dentro: las dos disfrazan con exquisito detalle y lirismo poético la desesperación de dos criaturas marginadas, parias incomprendidos en la ficción (el muñeco Petrouchka) y en la realidad (el compositor Tchaicovsky). Michael Tilson Thomas exploró esa veta, la de la máscara de la tragedia detrás de la comedia y navegó ese invisible hilo conductor para tensarlo en justo crescendo hacia el cataclísmico final. La orquesta respondió con palpable entusiasmo y alegría en las caras de los recién llegados que junto a los otros tripulantes de la «Nave Academia NWS» han zarpado por un año de música sin tregua☼