WAGNER 200 – Reencuentro con el Holandés

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La profesora de geografía preguntó “¿Quién se anima esta noche al Buque Fantasma? Tengo dos entradas y no puedo ir”. Sin saber de qué se trataba levanté la mano. No sabía que la bendita curiosidad me depararía uno de los mejores debuts de mi vida.

En aquellos años, en los países latinos El holandés errante seguía llamándose El buque fantasma según la costumbre francesa. La obertura me atrapó. A los quince minutos mi compañero huyó en pos de otras aventuras perdiéndose una velada electrizante que disfruté solo, casi como un encuentro pasional. El monólogo no me pareció tan largo como me habían prevenido, con la balada de Senta quedé fascinado y para la redención por amor final estaba rendido. Salí en una nube, literalmente arropado por las velas eternas del buque maldito. Wagner, personaje que hasta ese momento me caía muy antipático, tenía un adicto más. Había ganado la partida. 

El disco no se hizo esperar, fue el único que encontré, a tientas sin saber. Me hizo revivir y apreciar más todavía aquella noche mágica. Hoy se reedita esa misma versión a la que me acerco no sin cierta trepidación. ¿Volverá aquel deslumbre inicial?. Me reconforta comprobar que no sólo sigue intacto sino remozado gracias a la óptima digitalización. En su cenit vocal, Dietrich Fischer Dieskau compone un Holandés espléndido, tortuoso, visionario, estremecedor. Desde su monólogo inicial – Die Frist ist um (El plazo se venció) –  combina la belleza intrínseca de su instrumento con una dicción líquida, de una perfección tal que lima las aristas del alemán, cada palabra saboreada como un manjar para coronarlo con un agudo antológico. Ese último clamor  –“Eterna aniquilación… hazme tuyo!” – hoy como ayer pone la piel de gallina.

Dietrich Fischer Dieskau sabe mejor que nadie que no es Hans Hotter«el» holandés de leyenda colosal e intocable (o en su defecto Hermann Uhde o George London) pero, compensa la ausencia de una voz realmente heroica con la sagacidad de su privilegiado intelecto y las bondades del estudio de grabación. Lo secundan incomparables Gottlob Frick (Daland, el padre de la novia) y Fritz Wunderlich, timonel de lujo y definitivo. A su lado, Rudolph Schock es un solvente Eric, nadie puede contra Wunderlich. La orquesta y coro de la StaatsoperUnter den Linden” berlinesa resplandece bajo las órdenes de Franz Konwitschny. Es 1960, pronto el muro golpeará a Berlin y el coro espeluzna en la casi tangible confrontación entre los vivos y la amenazante tripulación espectral, uno de los primeros grandes golpes de teatro del mago de Leipzig.

El único reparo continúa siendo el renglón femenino, un punto por debajo. Eficaz, correcto, digno pero sin la imaginación y medios de sus rivales masculinos. La Senta de Marianne Schech, que como en el caso de la versión Hotter con Clemens Krauss es el flanco débil del registro, Viorica Ursuleac, a la postre la señora Krauss. No obstante, con la digitalización Schech gana fuerza y claridad al igual que la Mary de Sieglinde Wagner.

Una versión que pudo ser de absoluta referencia pero que sin el delirio requerido (y garantizado) por una Leonie Rysanek o Astrid Varnay pierde con una eficiente Senta, un papel que da para más y que es al fin y al cabo una Isolda en ciernes. De todos modos, esta lectura es una infaltable para todo wagneriano y quien busque un primer Wagner a precio ridículo no se arrepentirá; quizás hasta termine agradeciendo a una anónima profesora de geografía y a la curiosidad de un estudiante adolescente☼

* Der fliegende Holländer, Brilliant Classics 94664

Dietrich Fischer-Dieskau[5]

Dietrich Fischer Dieskau