Un Requiem que celebra el Bicentenario de Verdi
El próximo 10 de octubre se cumplen doscientos años del nacimiento de Verdi e iniciar la celebración del bicentenario con un réquiem podría parecer contradictorio o resultar poco halagüeño pero no es así, este flamante Requiem por Barenboim con las fuerzas de la Scala y un soberbio cuarteto de solistas es motivo de celebración. Mas allá de la polémica que tarde o temprano surgirá cuestionando lo «verdiano» del director y solistas, su intimidante solidez impone un breve racconto de casi un siglo de grabaciones que lo preceden.
Nada queda por decir de una obra magistral que resume las bondades del genio de Busetto. Ni que es su mejor ópera, ni que es «una ópera en atuendo eclesiástico» (cortesía de Hans von Bülow), ni que es una misa que supera toda connotación religiosa. En todo sentido es universal, profundamente humana. Se está frente a una conjunción prodigiosa de madurez artística donde “no sobra ninguna nota”; donde una y otra vez naturalmente surge la comparación con El Juicio Final de Miguel Angel, como si la Sixtina hablara (mejor dicho, cantara) al mismo tiempo que alerta a los mortales con la pasión y ternura que constituyen la esencia del canto verdiano.
Con mucho más de un centenar de registros es una de las obras más grabadas, una donde podría no quedar nada por decir y que sin embargo, por polifacética justifica cada nueva versión; una obra donde vale apreciar las dos grandes corrientes que podrían definir su enfoque, la italiana y la anglosajona, por no decir «las demás». Hay para todos los gustos.
La primera encabezada por Toscanini, Serafin (la versión mas corta, 73 minutos) y de Sabata seguidas por las imbatibles – y conste que cada uno grabó varias – de Giulini (tradicionalmente la de referencia), Muti (pisándole los talones), Abbado (mas variable) y el hoy excepcional Pappano como quizás la de Chailly, de pronta aparición.
En la vertiente no italiana, imposible no mencionar enfoques tan valiosos y diferentes entre sí como los de Fricsay, Reiner, Barbirolli, Markevitch, Ormandy, Szell, Shaw, C. Davis, Bernstein, Gardiner, Solti, Rilling y Celibidache (la más larga, 102 minutos). Las ausencias mas obvias y lamentadas son Furtwängler y Carlos Kleiber (existe una de su padre Erich Kleiber en Viena, 1955).
En este aspecto, Barenboim se ubica histórica y paradojalmente cercano a Herbert von Karajan, responsable de al menos cinco grabaciones entre 1949 y 1984 que reflejan su imparable ascenso y posterior declive preso de una sofisticación tan impecable como anodina. No obstante, su versión escalígera filmada por Henri-Georges Clouzot en 1967 con un cuarteto de lujo (Leontyne Price, Cossotto, Pavarotti, Ghiaurov) marca un hito en la carrera del director y de la obra.
Casi medio siglo después, el argentino-israelí – ahora director de la Scala tal como fuera Karajan – con la misma magnífica orquesta y espectacular coro se da el lujo de registrar en CD y DVD este requiem celebratorio. Ominoso, intenso y vívido, el resultado impresiona, impacta, intimida. Barenboim tiene una importante relación con la obra – la grabó en Chicago con Marc-Meier-Domingo-Furlanetto en 1993 – refleja la expresividad necesaria para plasmar su magnitud; cuenta además con una excelente toma sonora (Decca fue importante factor del éxito de la espaciosa grabación con Solti que junto a la de Shaw-Telarc son dos de las mas notables en este renglón).
Vale recordar la clase de canto impartida por intocables como Tebaldi, Gedda, Bjorling, Ludwig, Cossotto, Siepi, Christoff o Ghiaurov o la merecida evocación al joven di Stéfano y la incandescente Susan Dunn. Se volverá a discutir el supuesto engolamiento de Jonas Kaufmann o la liviandad mozartiana de Garanca e incluso hasta de Pape; no debería olvidarse que importantes grabaciones han sufrido alguna flaqueza en el cuarteto (desde una poco verdiana Sutherland con Solti a la trémula Schwarzkopf con Giulini cuando no afectada con de Sabata hasta el despropósito de Bocelli con Gergiev, por nombrar sólo algunos). Si siempre atrae la lectura de artistas no asociados comúnmente con la obra (léase Vishnevskaya, Rysanek, Nilsson, Wunderlich, Vickers, Norman, Fassbaender, Brewer, von Otter, Konya, Arkhipova o Janet Baker) debe admitirse que Barenboim ha reunido a lo mas granado de hoy y en su mejor momento. Viril, bruñido, Kaufmann crece en el Ingemisco así como en el Hostias acercándose a la dimensión sobrehumana de Vickers con Barbirolli; la aterciopelada Garanca no se queda atrás tanto más cálida que lo usual y la autoridad de Pape hoy día tiene pocos contrincantes, ambos conmueven en el Lacrymosa.
En su radiante humanidad Anja Harteros supera su excelente actuación con Pappano (EMI). Y en este terreno compite con todas y sale airosa al combinar la sedosidad de Caballé con la expresividad de Scotto, la fiereza de Baltsa y el velado metal de Arroyo. No es perfecta ni mucho menos, se trata de una toma en vivo, pero podría decirse que en Harteros coinciden Grümmer con Callas, otra ausencia imperdonable en esta obra seminal. Basta con su última frase “Libera me Domine de morte aeterna” que estremece en su sencillez y convicción para redondear un Requiem severo, soberano, digno del bicentenario.
En su inveterada humildad, Verdi dijo que la obra haría historia no por la naturaleza de la música sino por el hombre a quien estaba dedicada (el poeta Alessandro Manzoni). Se equivocaba, su réquiem hizo historia no sólo por eso sino también por su desbordante humanidad, tan inmensa como la de un compositor capaz de componer uno que infunde vida a los vivos.
* VERDI, REQUIEM, DECCA, 0289 478 5245 2