NWS: Memorables Hillary Hahn y James Gaffigan
En su primera incursión del año en el Knight Hall del Arsht Center, la New World Symphony presentó un programa atractivo con tres compositores que en las antípodas permitieron constatar una vez más la versatilidad de la academia orquestal americana. Acostumbrados a escucharla en su residencia natural del New World Center de Miami Beach, siempre interesa comprobar cómo la sonoridad de la orquesta negocia otro ámbito, en este caso tanto más grande y con diferentes propiedades acústicas.
La obertura de Las vísperas sicilianas evidenció toda la nobleza y fervor con que Verdi ilustró la rebelión palermitana durante de 1262 contra los franceses. Fue plasmada con la requerida amplitud y tersura por el ascendente James Gaffigan, un magnético director para seguir de cerca, que enfatizó los aspectos más líricos de las tres composiciones. En la plataforma de concierto -en lugar del habitual foso en una función de ópera- se tuvo un Verdi opulento acentuado por la riqueza de los cellos.
De los cinco conciertos para violín que Mozart escribió en sólo nueve meses de 1775, quizás el quinto sea el mas conocido. Vale recordar que Mozart no sólo fue pianista, sino un violinista de kilates que llegó a ser concertino en la orquesta del arzobispo de Salzburgo. La negativa de regresar al violín fue un acto de rebeldía contra el arzobispo Colloredo y su padre Leopold. De hecho, ya instalado en Viena colgó el violín para cambiarlo por la viola. A diferencia de los primeros, influenciados por italianos como Tartini, el quinto se acerca al estilo clásico con el solista emergiendo claro, menos fusionado con la orquesta. Dos oboes, dos cornos y cuerdas le dan marco para culminar con un rondó a la turca extraído del ballet de Lucio Silla, y que por «turco» cambia lo oriental por aquello meramente exótico.
Aunque Hillary Hahn ya actuó en Miami en varias oportunidades, el pasado sábado marcó su debut con la NWS. Y fue uno de campanillas porque la eximia violinista se acopló de maravillas a sus jóvenes colegas. Atentísima e involucrada con el ensemble, Hahn entregó una lectura camarística que hubiera hecho las delicias de Mozart; cristalina, luminosa, refinada, con precisión de láser aportó una frescura de helada filigrana que terminó de redondear su imagen semejante a una porcelana de Meissen en movimiento. Para esta suerte de distante Pamina, la orquesta trazó el acompañamiento perfecto. Como bis, Hahn regaló una soberbia Giga de la Tercera Partita de Bach, cambiando estilo y color con pasmosa limpidez.
Desde Beethoven, toda Quinta Sinfonía conlleva un destino especial en el canon sinfónico, para muestra bastan Sibelius, Tchaicovsky, Mahler, Shostakovich y esta de Prokofiev que ocupó la segunda parte del concierto. Si mucho le debe a la homónima de Shostakovich compuesta siete años antes, es la consumación de su obra creativa y del espíritu humano en las postrimerías de la batalla última de la segunda gran guerra. Aparte de la Primera (Clásica) y esta Quinta firmemente establecidas en el repertorio, menos promocionadas que las de su contemporáneo, no vendría mal ocuparse del resto del Prokofiev sinfónico, postergado, a la espera de un merecido revival.
El joven director neoyorquino (de importante actuación europea) convenció con una versión sin amaneramientos ni efectismos innecesarios donde preponderó un lento, casi imperceptible crescendo hacia la jubilosa resolución. Se ocupó en desentrañar el entramado orquestal y el mensaje que esconde esta sinfonía ambigua, otra obra para leer entrelíneas, mas que el aparente manifesto soviético propagandístico, el agridulce triunfo del hombre sobre la devastación externa y la propia. Después de las melodías que evocan los devaneos del teniente Kijé y las andanzas de Julieta, el humor negro y la opresión tomaron el mando con una sorna que Gaffigan esbozó sin excesos optando por una melancolía sutil rematada por el violín burlón del final. Además del ganador debut de Hahn, la energía y elegancia de Gaffigan fue la otra excelente sorpresa de la noche.