Reveladora Lucrecia de Britten

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“Eres el tigre en el bosque de mis sueños” sentencia Lucrecia a punto de ser violada por el etrusco Tarquinio.  Todo en la heroína sugiere ambigüedades y ese tigre es en realidad David McVicar. El director es una fiera que ataca sigilosa, sin aviso, como la partitura de Britten al fin de cuentas, ese bosque oscuro donde busca su presa.

Después del éxito de Peter Grimes, Britten se concentró en economizar sus medios al máximo para La violación de Lucrecia, logrando una ópera de cámara parca, hermética, inquietante, sórdida; una sencilla obra maestra reflejo de la austeridad de posguerra y, como no podía ser de otro modo, de sus obsesiones. Ópera perturbadora, visceral, tensa como su tejido vocal, dueña de un aire enrarecido que incomoda del principio al fin. Intima y terrible como el tema que trata.

Y aquí la combinación Britten-McVicar resulta tan afortunada como letal. Dejando a la vista esa suerte de tinglado sobre la que descansa la partitura y su puesta; el coro griego reducido a una voz femenina y una masculina inmersos en la acción además de comentar, el vestuario una exacta combinación de antigüedad con atemporalidad y la escenografía de un minimalismo zen que no obstaculiza la tragedia escénica, sino que la refuerza en luces y sombras.

Gracias a McVicar, en este canto alegórico compuesto en 1946, la estilización musical de Britten alcanza su apogeo, uno asfixiante que sucede en un escenario casi vacío. La noble romana violada por el hijo del rey tirano y su consecuente suicidio que precipitará el establecimiento de la República, es también la violación de Europa y la redención en la nueva era después de la demencia nazi. Ese perfume de fin de mundo y su después, invade la partitura, permea la puesta.

Clara y detallada la dirección de Paul Daniel con la orquesta del English National Opera. Se suman un ensemble que no puede resultar mas adecuado, comenzando por el coro a cargo de un impecable John Mark Ainsley (el papel fue compuesto para Peter Pears) y Orla Boylan; siguiendo por Clive Bayley y Leigh Melrose como Collatinus y Junios, sin olvidar a las exquisitas Catherine Wyn-Rogers y Mary Nelson como Bianca y Lucia.

Por su parte, Christopher Maltman encarna a Tarquinio, ese tigre seductor, malvado, peligroso, amenazante, iracundo, impredecible, arrogante, la suya es una interpretación tan memorable como la de la protagonista.

Creada para Kathleen Ferrier y revivida por Janet Baker, Lorraine Hunt Lieberson y Jean Rigby entre otras recordadas mezzosopranos, el aporte de Sarah Connolly es sencillamente paradigmático. Además, el DVD sirve como un fascinante souvenir de la cantante hace una década y hoy la máxima exponente británica en su cuerdaDistante, desolada, contenida, vulnerable, la doliente Connolly compone una heroína en la gran tradición clásica, digna hermana de Dido, Safo, Fedra y Cleopatra. Actriz espléndida, vocalmente soberbia, hasta su estampa y porte soberano contribuyen a dejar una impresión inolvidable. Connolly es Lucrecia, no hay mejor halago.

Originada en el Snape Maltings Hall en 2001, esta edición es un regalo, una auténtica propina de lujo al año del centenario de Britten puesto que permaneció más de una década languideciendo en los archivos de la BBC por lo que debe agradecerse la gestión de sus protagonistas el haberla rescatado para la posteridad. Un magnífico homenaje a un maestro de ambivalencias, a ese tigre en su bosque de pesadillas.

* BRITTEN, THE RAPE OF LUCRETIA, OPUS ARTE DVD OA 1123