Die tote Stadt, mas viva que nunca

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Si algo sobrevive a Erich W. Korngold es la Canción de Marietta de su ópera La ciudad muerta. No sorprende, en poco mas de cinco minutos el prodigio vienés de 23 años condensó toda una era en un Lied que aprehende la nostalgia de un tiempo mejor como ningún otro.

Fiel reflejo de un mundo que fue y que ya no volverá, opresivo en su opulencia y de una sofisticación rayana en el kitsch, Glück das mir verblieb encapsula la imagen de Stefan Zweig sobre la decadencia y últimos días del imperio “el aire se sentía perfumado e insalubre, la moral corrupta sobre nosotros pesaba como una pesadilla”. Lo cierto es que por bellísima la canción sobrevivió guerras, modas y repertorios, y por difícil se salvó de ser eterna candidata al bis de la soprano de turno y correr el destino de O mio babbino caro. Fue grabada infinidad de veces, desde Lotte Lehmann (con Richard Tauber), Hilde Zadek (con Anton Dermota), Melitta Muszely (con Rudolf Schock) y Rosa Ponselle pasando por Stella Roman, Elisabeth Schwarzkopf, Pilar Lorengar, Leontyne Price y Beverly Sills hasta llegar a Kiri Te Kanawa y Renée Fleming más un sublime arreglo de cámara para la mezzo Anne Sofie von Otter, con toda razón ninguna quiso perderse semejante bombón vienés. Es una melodía adictiva, hechizante, con alto contenido de wagnerismo asfixiante, ecos del Liebestod, del mejor Strauss y del cine que vendrá y del que Korngold exilado será pionero y adalid.

Pese a que el motivo reaparece en muchas instancias, la canción – de hecho, una escena con el  tenor – emerge algo desconectada del total de esta ópera que conoció en 1920 un éxito colosal en su simultáneo estreno hamburgués con la glamorosa Maria Jeritza (también fue vehículo para su debut en el Met al año siguiente) y en Colonia (con Otto Klemperer) y que se hundió con el mundo al despuntar la segunda gran guerra. Cayó en desgracia por Entartete Musik y Korngold nunca regresó de Los Angeles donde había sido invitado a trabajar por unos meses. El Anschluss decidió por él y como en tantos otros casos, la pérdida de Europa fue la ganancia de América.

Favorita de Puccini, no lejos de la leyenda celta de Tristan e Isolda y basada en el libro Brujas la muerta del simbolista belga Georges Rodenbach, en este clásico de entreguerras ambientado en la lúgubre Brujas (perfecta imagen de una Europa que se extingue) Korngold prolonga la tradición de Mahler, Richard Strauss y Zemlinsky, coquetea con la atonalidad pero regresa a la comodidad del fin de siglo vienés. En ese laberinto de callejuelas y canales establece el nexo entre la ciudad y la fallecida mujer de Paul, destruido, obsesionado por su muerte. Todo idolatra al pasado, todo está estancado, inmóvil, literalmente muerto.

Gracias al registro integral pionero de Erich Leinsdorf (vienés, judío y exilado como Korngold), La ciudad muerta reapareció en los años 70 y de a poco fue recuperando terreno. Se sucedieron puestas en Viena, Londres y otras ciudades más una recordada versión de Willy Decker dirigida por Donald Runnicles en Salzburgo y San Francisco no disponible en video. Las de Berlin, Estrasburgo, Venecia y Estocolmo llegaron al DVD. Sin embargo, la presente originada en Helsinki las supera.

El inquieto Kasper Holten halla la horma de su zapato en esta ópera multifacética y oscura. La sitúa en la época del estreno, en el dormitorio del obsesionado viudo, un mausoleo donde guarda  todas las pertenencias de Marie; desde esa tumba viviente el mundo se ve como en un calidoscopio, quizá un homenaje del director danés a Vértigo de Hitchcock, film que guarda curiosos paralelismos con la ópera. Holten es un mago revelando imágenes como salidas de Paul Delvaux y sus contemporáneos, creando estampas oníricas que desdibujan los límites entre sueño y realidad gracias a la soberbia escenografía de Ed Devlin y la extraordinaria iluminación de Wolfgang Goebbel que pinta con un color cada acto para simbolizar el doloroso periplo emocional de Paul.

Más lírico y juvenil que sus antecesores René Kollo, James King y Siegfried Jerusalem; Klaus Florian Vogt es un Paul excelente al igual que la Brigitta de Sari Nordqvist y el Frank de Markus Eiche a cargo del Tanz-Lied de Pierrot, el otro «hit» de la ópera. El gran papel es Marietta – la bailarina con quien Paul está infatuado por su parecido con Marie – asumido por Camila Nylund, capaz de negociar la tremenda tesitura de un rol que combina muchos de los escollos de Salomé con otras hermanas de la época. Magnífica, la soprano finesa canta con una textura en la voz que se combina idealmente con la orquestal, y cabe imaginar que hubiera hecho una Leonie Rysanek con ese personaje. En el podio, Mikko Franck arrasa con una orquesta de la ópera finlandesa capaz de mostrar a pleno la exuberante partitura Korngold que además incluye celesta, órgano, harmonium, mandolina, campanas, percusión y coros.

Excesiva como su tiempo, es una ópera para redescubrir. Desigual, por momentos almibarada pero tan efectiva como sus mejores contemporáneas en una versión impecable. En manos de Holten y Franck, una ciudad definitivamente mas viva que nunca y que no es sólo la pegadiza Mariettas Lied, aunque cueste sacársela de la cabeza….

* KORNGOLD, DIE TOTE STADT, FRANCK, OPUS ARTE OA 1121 D

https://www.youtube.com/watch?v=nAUpl8nLmqs