Encanto y ecos de La Serenísima en la NWS
Para experimentar con éxito cuando de música se trata, pocas – o ninguna – salas se igualan a la diseñada por Frank Gehry en Miami Beach para la New World Symphony. Repertorio sinfónico, camarístico, experimental e incluso ópera (recuérdese el extraordinario Castillo de Barba Azul de Bartók hace dos temporadas) encuentran el ámbito ideal con la capacidad de espectadores justa, cantidad que se ve multiplicada cuando se realizan transmisiones a la gigantesca pantalla del parque del complejo edilicio. Eso fue lo que sucedió la noche del primer sábado de marzo con la propuesta barroca de Bernard Labadie (que para delicia de los aficionados a esa disciplina, casual y convenientemente, se programó durante la semana del Tropical Baroque Festival de la Sociedad Bach) dirigiendo las huestes de la NWS.
Por un lado, el notable director canadiense – creador de Les Violons Du Roy – demostró las posibilidades del hall y por otro, la flexibilidad y capacidad de adaptación del ensemble al movimiento historicista o de práctica informada. En ambos casos, el experimento fue un éxito rotundo. La idea de recrear la Venecia musical del siglo XVII- y el sonido de la Catedral de San Marcos – se trabajó con la utilización de los cinco escenarios del teatro – central, laterales y posteriores – para un fascinante “Viaje Antifonal” que jugó con ecos y otros efectos propios de la época.
Cada mitad del periplo se inició con obras de Giovanni Gabrielli y sus canciones para siete y nueve tonos de la Sacrae Symphoniae a cargo de los impecables bronces de la orquesta dispuestos en los escenarios superiores laterales. El efecto fue tan impactante como los dos conciertos para violín de Antonio Vivaldi que las siguieron. En primer término, el apropiadísimo Per eco in lontano (RV 552) y en la segunda parte el Concierto en Do para violín y dos orquestas RV 581 dedicado a la asunción de la virgen María. Respectivamente Audrey Wright (24) y Foster Wang (25), ambos integrantes de la orquesta, se desempeñaron como solistas de fuste capaces de eclipsar a cualquier famoso.
Si la Octava Serenata – Notturno – para cuatro orquestas del veinteañero Mozart en algún sentido empalideció el resultado general por tratarse de un curioso (los cuatro grupos funcionaron como un reloj) pero en última instancia mero divertimento clásico que el genio de Salzburgo compuso como entretenimiento para fiestas, el otro plato fuerte de la noche fue la actuación del sensacional contratenor bretón Damien Guillon que brilló en los Salve Regina RV 616 y RV 581, poseedor del virtuosismo, sonoridad y expresividad exactas aunado a una memorable limpidez en el registro agudo.
Habiendo disfrutado del conjunto Juilliard415 con Jordi Savall solo tres días antes, no cabe mejor elogio que equiparar a Labadie, Guillom y los miembros de la New World Symphony con el destacadísimo ensemble de la academia neoyorquina. Otro espléndido viaje al pasado, esta vez con ecos de la Venecia del monje rojo, única e incomparable La Serenisíma.