Seraphic Fire: hacer Haydn, hacer música
Debería suceder siempre aunque no haya garantías ni pasa tanto como debiera; es parte del juego de asistir a cualquier espectáculo en vivo y comprobar la diferencia tan imperceptible y a la vez fundamental entre tocar música y hacer música. Y esto último fue lo que afortunadamente sucedió en la función del viernes 11 de la iglesia metodista de Coral Gables cuando Seraphic Fire abordó Las Siete Ultimas Palabras… de Haydn.
Y el término exacto es “abordó”, porque el grupo pareció tomar por asalto la obra con una pasión, un fervor y una honestidad tan elocuentes e irrefutables que dio por resultado un concierto inolvidable. Vaya una doble felicitación a SF por programar una obra maestra poco frecuentada merecedora de mayor difusión y por atreverse con un híbrido que funcionó exacto a las condiciones y aptitudes del conjunto: la fusión de la parte coral con un cuarteto de cuerdas.
Atento al estilo y sin traicionar la sombría esencia de la composición, su director Patrick Dupré Quigley enfatizó las diversas facetas hasta conjugar un canto de alabanza donde cada integrante pareció competir por una excelencia lograda desde el vamos y donde ecos de oratorios posteriores como La creación y Las estaciones, enraizados en la medida y contundencia clásicas, se hicieron presentes con una incandescencia patente en voces y cuerdas.
El cuarteto Spektral no sólo proporcionó un marco de gran jerarquía, rivalizó con arrebatar el protagonismo al coro y obviamente lo hizo durante sus intervenciones solistas en los que deslumbró su primer violín, Aurelien Fort Pederzoli, además de magnífico acompañante de la soprano en Vater vergib ihnen. Desde el pizzicato en la segunda introducción a ese insólito y espectral terremoto final concebido por «Papa» Haydn, los miembros del Spektral exhibieron una pureza de línea y un color dramático que se ajustó perfectamente al enfoque de PDQ, proyectándose y uniéndose a la labor vocal donde cada intervención tuvo definición y distintiva presencia.
Desde la jubilosa levedad de Estelí Gomez a la esmaltada redondez de Meda Dailey pasando por la calmada gravedad de Amanda Crider y Virginia Warker sin olvidar el robusto acento en James Bass y Charles Wesley Evans; tanto Sara Guttenberg como Patrick Muehleise y el resto de los integrantes de Seraphic Fire apuntaron a una unidad obtenida a partir de diferencias. El resultado fue una tan envidiable como espontánea armonía multicolor que plasmó las dolientes instancias de la composición en un alemán preciso, claramente enunciado.
Por lo tanto sería injusto señalar un momento entre tantos memorables ya que la posible «larga» hora de música ininterrumpida literalmente «voló» gracias a tanta frescura y convicción. Una velada donde ganó Haydn y donde cada espectador se llevó la reconfortante sensación de haber presenciado la magia – fugaz e inaprensible – que se manifiesta cuando se dan las exactas coordenadas y simple y llanamente, se hace música.