Miami y los ecos de Casandra
Suena descabellado y sin embargo, existe un curioso paralelismo entre el calentamiento global y la actividad musical en algunas ciudades. Para corroborarlo basta con Miami, coincidentemente uno de los polos más vulnerables y polémicos en el caldeado tema ambiental.
Sean capitales culturales firmemente establecidas o benjaminas como Miami, el ingrato ejercicio de la crítica musical no es ni tiene porqué ser simpático y menos caer en la condescendencia, amén de alguna vez tentarse con el loable pretexto de sostener esfuerzos artísticos locales usualmente al borde del colapso económico. Pero la crítica complaciente (léase “hacer la vista gorda”) es un arma de doble filo y no falta quienes la tomen por garantizada como un instrumento mas de relaciones públicas. Son dos tareas muy distintas y mezclarlas lleva a resultados poco recomendables para todos. Ambas implican deberes y responsabilidades tan incompatibles como intransferibles.
El caso es que después de treinta y tres meritorias temporadas de gran música, el domingo 18 de mayo marcó el último Sundays Afternoons of Music. La agridulce ocasión trajo el sensacional debut en Miami de Isabel Leonard, una fulgurante joven estrella del panorama lírico que armada de inmenso talento cautivó a los asistentes. No obstante, este último e inolvidable concierto trae aparejadas dudas sobre la supervivencia del género en nuestra área en vista de su literal ausencia en la temporada venidera, mas allá de alguna que otra bienvenida contribución de relevantes artistas locales. La falta de estrellas de la lírica internacional en los escenarios miamenses priva al público de referencias que le permitan no sólo disfrutar sino comparar y formar su apreciación artística puesto que la impresión causada por una gran voz al natural no se compara con grabaciones o transmisiones en HD. Una situación parecida ocurre con solistas instrumentales así como las visitas de grandes orquestas que recalaban regularmente como parte de sus giras y que hoy se ven reducidas a un mínimo. Sería muy triste que el fin de Sunday Afternoons – un “oasis musical” según su fundadora Doreen Marx – esté anunciando otro fin y entonces, preocupa ver esos oasis secándose uno a uno en tragicómico paralelismo con el calentamiento climático mientras avanza el desierto cultural ante una descorazonadora apatía general.
Sería absurdo recurrir al remanido «todo tiempo pasado fue mejor» porque Miami ha crecido y hoy goza de excelentes instalaciones y de una oferta amplia y variada pero ese crecimiento conlleva otras responsabilidades. Sin querer encarnar a la agorera Casandra, la crítica se percata y por lo tanto alerta la posibilidad de enfrentarse a un caballo de Troya con consecuencias nefastas si pronto no se rectifican rumbos.
Un rápido vistazo a la programación de la próxima temporada genera cierta preocupación. Salvo honrosas excepciones, se advierten los riesgos de programaciones poco atractivas, fáciles, monótonas o repetitivas donde el público culto e informado – y hay mas del que se supone – no tiene opciones ni incentivos para salir de casa y pagar una entrada onerosa que justifique la excursión. Hay que afinar la puntería y el sempiterno argumento de falta de fondos de las castigadas entidades musicales es válido hasta cierto punto, está visto que en los momentos mas difíciles es cuando se recurre a la imaginación y creatividad, las que tarde o temprano acuden al rescate.
A esta delicada situación se agrega otro agravante, el envejecimiento natural de audiencias sin que se vea el recambio con jóvenes debido a, entre otras cosas, la falta de interés (léase «educación») – algo semejante al eslabón roto en la cadena alimenticia – sumado a la ausencia de propuestas captadoras de ese estrato ávido que respondería al estímulo correcto. No puede ni debe claudicarse y menos, bajar el nivel. No basta con un encuentro casual, música sorpresa en elevadores, malls o aeropuertos, ni una sola velada de ópera o un concierto espectacular sino la oferta consistente y estimulante. Como en todo aprendizaje, la insistencia, la repetición y el habituarse a la calidad es lo que establece públicos fieles y exigentes a un género determinado llámese ópera, cámara o sinfónico. Redunda en el bien de todos, y es una responsabilidad compartida entre ambos bandos, oferta y demanda, organizadores y público.
Ni profecía, ni sermón, ni paranoia, sino simple y llano sentido común. Como las aguas que suben inexorables, quienes advierten estos síntomas no pueden dejar de expresar su inquietud; que sean tenidos en cuenta es otra historia, pueden quedar relegados a ser meros ecos modernos de Casandra cuyus vaticinios no fueron escuchados. El resultado es bien sabido.

Escultura de Isaac Cordal – Berlin