Elektra, cuando sobran las palabras

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La mas brutal y compacta de las óperas de Richard Strauss celebra los ciento cincuenta años del compositor bávaro con la contundencia debida y por partida doble. Callejón sin salida para intérpretes y público, Elektra llega con la misma protagonista en dos notables lecturas incitando a inevitables comparaciones con ilustres predecesoras. Separadas por sólo seis meses, la primera proviene del Festival de Aix-en-Provence (agosto 2013) en DVD y la segunda desde el Philharmonie berliné´s (enero 2014) en CD con la venerable Staatskapelle de Dresden, orquesta straussiana por excelencia y orgullo de la ciudad sajona donde el músico estrenó la mayoría de sus óperas.

Thielemann se encarga de llevar sus músicos a Berlín para esta versión de concierto que puede medirse con la legendaria de Karl Böhm y la misma orquesta en 1960, primer registro estereofónico de la ópera también para DG. Hay una claridad, balance y transparencia camarística en la dirección de Thielemann merecedoras del mayor elogio (haciéndose eco del casi imposible pedido de Strauss de tocarla a la Mendelssohn); el director plasma un poema sinfónico con voces donde sólo podría faltar un ápice de drama. En ese envoltorio de lujo, las tres protagonistas emergen con personalidad distintiva. Es la Crysotemis de Anne Schwanewilms la portadora de un lirismo que evoca a Lisa della Casa con Mitropoulos – Salzburg 1957 – de una pureza que contrasta vívida y justamente con su hermana y su madre. Schwanewilms es la hermana joven, esperanzada, sin las connotaciones viscerales de la referencial Rysanek. Rene Pape es un Orest vocalmente impecable aunque distante, sin la urgencia dramática de un Fischer Dieskau o Hotter, lo secunda Frank van Aken, eficaz Aegisth de turno y por una vez joven, sin caer en la caricatura. Waltraud Meier compone una digna madre del Orest de Pape. Sedosa, temible, acerada, de una intención que atrapa y vocalismo aunque declinante en esta su segunda versión discográfica (la primera fue con Barenboim en 1994) triunfa con su musicalidad a toda prueba. La solapada frialdad de Meier es perfecto pendant para la cataclísmica Evelyn Herlitzius (hasta hoy, y con excepción de Christine Goerke, la suprema Elektra del joven siglo XXI) que en garra e intensidad evoca a Inge Borkh, la Elektra de Böhm (y Mitropoulos) y otra razón para hallar paralelismos con las dos versiones por la misma orquesta separadas por medio siglo. 

Pero, como Herlitzius y Meier son cantantes que deben y merecen verse, el DVD de la puesta de Aix dirigida por Patrice Chéreau sale ganando. Todo exceso vocal – el ocasional vibrato y estridencias de la soprano – queda perdonado ante la intensidad de madre e hija enfrentadas. En el caso de Herlitzius es una asunción alucinada, estremece la liberación final de esa niña-mujer carcomida por la espera. Emblema de una jauría oprimida, su Elektra también inspira compasión y ternura, víctima de todos y ante todo, de si misma. De hecho, Chéreau logra que las tres protagonistas inspiren la compasión de la audiencia. La soprano alemana cubre un espectro amplísimo, diríase total, y cabe preguntarse si esta entrega total no perjudicará a corto o largo plazo su salud vocal. Desde la interacción con cada personaje hasta el último detalle en su lenguaje corporal, no cabe duda de que es Elektra.

En contraste, Waltraud Meier entrega una Klytamnestra diferente a la de Salzburg con Lehnhoff. La mezzo alemana pertenece a la moderna generación de Klytamnestras, no es el monstruo encarnado por Mödl, Höngen, Varnay, Madeira o Resnik, sino una mujer patética, amarga, traicionada, de una tristeza sin retorno quizás cercana a Yocasta, reservada, pudorosa, elegante, manipuladora justificable. Espléndida la Crysotemis por Adrianne Pieczonka, una criatura real que recuerda a Rysanek en su combinación de cordura y carnalidad incandescentes. Memorable el Orest de Mikhail Petrenko así como el Aegisth de Tom Randle y el resto del elenco, entre los que se destacan veteranos famosos asociados a Chéreau en «cameos» en tácita despedida a su maestro: Roberta Alexander, Renate Behle, Douglas McIntyre y Franz Mazura a los 90 años.

Mas allá del monolítico despliegue interpretativo y la claridad orquestal de la Orquesta de Paris lograda por el siempre excepcional Esa-Pekka Salonen, que rivaliza con Thielemann en exquisitas texturas sonoras, quien se lleva las palmas es el lamentado Patrice Chéreau (1944-2013) en lo que sería su testamento artístico (*).

Con sencillez y austeridad extremas, a cada instante y en todo renglón la puesta refleja la decantación artística del genial director francés. El camino transitado desde aquel Anillo en Bayreuth 1976 pasando por Janacek, Mozart, Stravinsky, Wozzeck, LuluTristan hasta esta Elektra final constatan mas de tres décadas de abstracción teatral de refinamiento y elocuencia superlativas. Las paredes, arcos y escalinatas de esta derruida Micenas devenida bunker gracias a su fiel escenógrafo Richard Peduzzi reviven al mejor Adolphe Appia; rotundos claroscuros de malvas, azules, grises y blancos azogados ilustran cada situación con envidiable rigor pictórico amén del vestuario actual que completa este ejercicio teatral de un dinamismo raramente visto en el escenario lírico. Chéreau logra investir inusitado interés a la primera escena de las criadas, ni qué decir de esa reina madre confesando sus pesadillas entre canción de cuna y exigencias de doña traicionada en esta comarca donde los varones se han ido a la guerra para no regresar… Con o sin la música de Strauss, Elektra por Chéreau se erige como la esencial encarnación de la tragedia de Sófocles. Y al sumarse el tsunami sonoro straussiano, añade la catalización perfecta para cada personaje. Su enfoque deja finales abiertos y propone instancias desconocidas a la vez que completa un círculo de una pulcritud asombrosa.

Teatro puro y pura música que erizan la piel y que no sólo reconcilian sino que redimen un género a menudo bastardeado. Con tanto y «tan poco» Chéreau y Salonen redefinen la tristeza infinita de una civilización condenada y reafirman la providencial conjunción de Hoffmansthal & Strauss y del poderoso matrimonio entre música y texto, entre ópera y tragedia, entre creadores e intérpretes y ante el cual es difícil, sino imposible, no sucumbir o al menos quedar conmocionado. Reunión y amalgama de épocas y estilos, de artistas y audiencias participando en una catarsis colectiva – el aplauso final lo prueba – para los anales del teatro musical. Y para ver antes de la ópera, la imperdible entrevista a Chéreau como jugoso bono al DVD.

En síntesis, una recomendada versión discográfica con una orquesta en estado de gracia y un DVD obligatorio que junto a Friedrich/Böhm y Lehnhoff/Gatti se suma a un trío de imbatibles Elektras filmadas.

(*) Obituario de Miami Clásica 

* R.STRAUSS, ELEKTRA, THIELEMANN, 2CD, DG479 3387

* R.STRAUSS, ELEKTRA, SALONEN, DVD BEL AIR BAC110

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