Una mariposa atrapada entre dos mundos
Dentro del canon pucciniano, Madama Butterfly es una ópera que no conoce términos medios en el favor de la audiencia. Quienes adoran la exquisita pintura oriental á la italiana del maestro de Lucca deben lidiar con quienes no toleran la historia de la geisha engañada por el «yanki vagabundo» y que, todavía hoy en algunos teatros, recibe su escarmiento con abucheos durante el saludo final.
Después del desastroso estreno escalígero de 1904 y su reentree triunfal revisada por su autor (más de cuatro veces hasta 1907), el derrotero de Cio-Cio-San ha sido fructífero y variado hasta llegar al presente donde la exploración temática e histórica reverdeció aspectos fundamentales y enfoques diversos del choque de culturas simbolizado por la pieza de David Belasco y luego por la ópera de Puccini.
La versión con la que Florida Grand Opera abrió su temporada septuagésimo cuarta – un desafío que necesitará del máximo apoyo de sus abonados según la directora general Susan Danis que con apremiante preocupación se dirigió al público en el intervalo – recurrió a una puesta en escena absolutamente tradicional con escenografía acorde de David Gordon proveniente de la Opera de Sarasota y que se vió remozada por la colorida ambientación lumínica de Kenneth Yunker y los elaborados trajes de Charles Allen Klein pertenecientes a FGO. Dentro de una puesta clásica y convencional, el director Marc Astafan trató de huir de los clichés asociados a la historia con diversa suerte. En este renglón tuvo aciertos y otros que resultaron menos felices en el personaje de Goro y en el cambio de ropas del niño al final del segundo acto, un anticlimax que quitó magia a la íntima espera de Butterfly enmarcada por uno de los mas sublimes momentos de la literatura operística, el célebre coro boca a cerrada, muy bien preparado por Michael Sakir.
Avalados por su vasta experiencia en los respectivos roles de Butterfly y Sharpless, Kelly Kaduce y Todd Thomas encabezaron un elenco entusiasta integrado principalmente por jóvenes cantantes egresados o integrantes del Young Artists Program de la compañía. El más destacado fue el tenor uruguayo Martin Nusspaumer que abordando su primer Pinkerton mostró soltura vocal y escénica además del adecuado psyche-du-role para el teniente de la marina americana. La Suzuki de Caitin McKechney suplió la complejidad de un papel a menudo desagradecido junto a un elenco que no desentonó y que en la intervención del tío Bonzo del debutante Jeffrey Beruan tuvo una figura sobresaliente. Al aplomado cónsul de Thomas, se sumó la notable actuación de Kaduce que literalmente encarnó a la geisha en todas sus facetas demostrando envidiable naturalidad en ilustrar la metamorfosis de esa mariposa que se debate entre dos mundos, de quinceañera feliz a mujer traicionada hasta el inexorable final jugado con conmovedora maestría.
La dimensión sinfónica de la ópera así como la inveterada teatralidad del autor y el carácter de cada personaje definido por certeros dibujos musicales fueron plasmados sin vuelta de hoja por una orquesta que tiene en su director Ramon Tebar un pilar de incontestable calidad sumada a una afinidad especial por el compositor y que adquirió justo protagonismo en el interludio entre el segundo y tercer acto; ese esplendoroso amanecer que no anticipa la tragedia inminente y que llegará como magistral golpe de teatro de la mejor cepa pucciniana.