Christine Goerke, maestra total
Un huracán azotó Miami y en lugar de sembrar ruina y desolación a su paso dejó un inaudito saldo de caras felices y esperanzadas. El ciclón como tal tuvo nombre – y apellido – se llamó «Christine Goerke». Llegó, dió su clase magistral y partió. Fue un literal gol de media cancha para el Miami Summer Music Festival y su director Michael Rossi que logró traer a la solicitada megadiva para una clase en todo sentido memorable y que dejó una impronta indeleble en las ocho afortunadas jóvenes sopranos que oficiaron de «víctimas» ante tan benéfica sacerdotisa del canto.
Las mentadas Masterclasses pululan – mas aún desde la pieza teatral homónima sobre las célebres clases que dio Maria Callas en Juilliard en 1971 – convertidas en vehículo de uso y abuso para estudiantes, organizadores y sobre todo cantantes famosos (y no tanto) empeñados en demostrar lo que saben (o no). Son un arma de doble filo y en algunos casos, un nocivo despliegue de narcisismo por parte del maestro en cuestión que acaba por causar mas daño que otra cosa al aterrado pichón de artista. Si las hay de todo tipo y color generalmente son las impartidas por grandes cantantes – en ejercicio o retirados – las que concitan mayor atención. El atractivo es obvio, puede observarse a la divo o divo en acción y con un poco de suerte, oírlo cantar aunque sea dos o tres notas lo que en todo caso constituye un preciado trofeo. En este renglón las hay mas o menos intelectuales, solemnes, tentativas, egocéntricas, prácticas, insufribles y las que dejan sabor a nada.
No fue el caso de Christine Goerke en el Thompson Hall de Barry University que puso corazón y alma en cada segundo de una cabalgata de tres horas ininterrumpidas de entrega a su vocación. Ejemplar desde todo ángulo y por experiencia ganada literalmente con sangre, sudor y lágrimas. Hoy por hoy, «la» soprano dramática americana por excelencia, ganadora del premio Birgit Nilsson (1997) y Richard Tucker (2001) puede dar cátedra de crisis vocales porque las ha sufrido – y superado – y de feroces heroínas porque las ha encarnado – desde Fiordiligi, Ifigenia, Agrippina y Donna Elvira a la Tintorera, Elektra y Brunilda pasando por Norma, Eboli, Leonora, Lady Macbeth e Isolda – con una voz inmensa, multicolor y segura sustentada por técnica y musicalidad excepcionales. El merecido estrellato llegó algo tarde para terminar de enriquecer a la persona que fue y que obviamente sigue siendo, Goerke es la antidiva “Down-to-Earth” por antonomasia. Ese fue su mensaje principal y mas valioso, la posibilidad de ser uno mismo a través del arte, en este caso el canto, y la práctica denodada para llegar y mantener el mas alto nivel posible con el disfrute mas absoluto como premisa básica. Y qué disfrute deparó el ventarrón Goerke a sus discípulos apuntalados por el impecable acompañamiento de Caren Levine al piano. En primer término un derroche de humor y alegría que distendió y contagió ganas, respeto, pasión y amor por la ópera. Devoción y falta de pretensión es su secreto.
Obviamente, no se puede hacer mucho en los pocos minutos dedicados a cada joven cantante y su aria respectiva; sin embargo Goerke obró maravillas no sólo interpretativas sino también técnicas. Fue una chef revelando ingredientes secretos de sus mejores recetas, fue una amiga capaz de contener emociones, fue una cómplice susurrando trucos, fue una colega respetuosa regalando experiencia y fue una maestra guiando al principiante para evitar pasos en falso. Más todavía, fue una más entre todas. De igual a igual. Los resultados fueron evidentes e inmediatos reflejándose en el asombro de los protagonistas. Y sería injusto mencionar a cada cantante, su material y desempeño, porque todos se lanzaron al ruedo con el mismo entusiasmo ante la irresistible incitación de Goerke de explorar y llegar al fondo de cada aria y personaje. Quedará en el recuerdo que se prestó a ser la Turandot de una novel Liú, o la sonora melliza de Aïda y Leonora, que no descansó ni un segundo y que cuando cantó – por absoluta necesidad, no por mera exhibición – su voz atronó deleitando, estremeciendo sala y asistentes. Y por si esto fuera poco, todo visto como un juego pero el mas serio de los juegos como definió al arte el romántico Caspar David Friedrich. En resumidas cuentas, mas que una clase magistral Goerke brindó una de profesionalismo, integridad, básicamente, de vida.
Consejo final: todo aficionado debería asistir al menos una vez en su vida a una Masterclass, comprendería el largo y extenuante proceso desarrollado antes de emitir una sola nota en ese precioso último reducto que hoy es la lírica, donde se aprecia el asombroso potencial desarrollado de la voz humana sin amplificación, un trabajo de orfebre tan delicado y profundo que inspira la mayor admiración incluso mas allá del resultado.
Si tiene oportunidad no la pierda, y si le toca en suerte Christine Goerke, tanto mejor.
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Información del MIAMI SUMMER MUSIC FESTIVAL.
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