La esencia de Mahler en su mejor canción
No es común que La canción de la tierra (Das Lied von der Erde) recale en Miami, cada vez que lo hace es un acontecimiento. En 1990, en las tempranas épocas del Lincoln Theater, Michael Tilson Thomas dirigió a Dolora Zajick y Gary Lakes con su entonces flamante NWS; en el 2001 James Judd y la Filarmónica de Florida entregaron una inolvidable versión con Janice Taylor y Clifton Forbis. Pasó más de una década y recién el año pasado regresó con la Orquesta de UM por Thomas Sleeper y en la exquisita adaptación de cámara de Schönberg/Riehn por Seraphic Fire con Susanne Mentzer y Bryan Hymel.
En el ocaso de la presente temporada, vuelve esta sinfonía vocal de la mano de Michael Tilson Thomas que así practicamente completa su ciclo sinfónico mahleriano con la NWS, sólo le quedaría la Octava, obra monumental por ahora improbable en Miami. Será interesante escuchar a MTT después de 25 años en la misma obra aportando un enfoque cimentado la experiencia con el concurso de dos estrellas como solistas, el tenor wagneriano neozelandés Simon O´Neill (cantó Lohengrin y Parsifal en Bayreuth) y la ascendente joven mezzo Sasha Cooke y la New World Symphony, una orquesta joven que se pone a prueba con la trama sonora urdida por el gran compositor que nunca llegó a verla representada, seis meses después de su muerte la estrenó su devoto Bruno Walter el 20 de noviembre de 1911.
Mahler no había cumplido cincuenta y enfrentaba una crisis devastadora: había dejado la dirección de la Opera de Viena, había muerto su hija de difteria y le habían detectado la afección cardíaca que acabaría con su vida a los 51 (todo esto sin contar el drama de su mujer enamorada de Walter Gropius). Como el protagonista del primer canto, literalmente embriagado en su trabajo, en ese enajenado impulso creador busca refugio, elige siete de los cuarenta antiguos poemas esencialmente taoístas de la colección La flauta china adaptados y vertidos al alemán por Hans Bethge para trabajar febrilmente el verano de 1908 en lo que llamó “sinfonía para tenor y contralto (o barítono)”.
Basta el título de cada canción para intuir su vasta belleza musical: “Brindis por la miseria terrenal” (título original para la serie), “El solitario en otoño” (el consuelo de un corazón cansado), “De la juventud”(la inconsciencia de la edad), “De la belleza”, “El borracho en primavera” (el scherzo de esta sinfonía vocal) y la maravillosa “La despedida” que une los poemas “La espera del amigo” y “Adiós al amigo” para terminar con la imagen de un mundo por floreciente en azul y la repetición de la palabra “eternamente” siete proféticas veces con la música extinguiéndose en el espacio.
La canción de la tierra es el manifiesto esencial del alma de Mahler, allí unió sus dos grandes amores, la voz humana y la sinfonía, en un matrimonio tan único como original que también une a oriente con occidente, es su despedida del planeta y su antorcha de esperanza en la condición humana donde cada uno es testigo de que todo es apariencia, de que “Si la vida no es mas que un sueño por qué tanta fatiga y sufrimiento?”, de que no queda otro remedio que la aceptación frente al desconsuelo y hallar paz y fuerza reflejándose en la naturaleza, al contemplar su inclaudicable terquedad en repetir el ciclo de la vida una y otra vez. Esa desolación mahleriana que hacia el final se vuelve insospechada esperanza y regresa a la semilla de su Tercera Sinfonía “sólo porque la sonrisa es un poco mas grande que el dolor”.
NWS – SABADO 23 DE ABRIL Y DOMINGO 24 DE ABRIL
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