Al margen: El 6 de junio de 1918 «no fue un día cualquiera»….
Este año se conmemoran los centenarios de Lenny Bernstein y Birgit Nilsson, y sin querer caigo en la cuenta de que también debo celebrar uno un tanto más doméstico y mucho mas cercano, el de mi madre, que a diferencia de la sueca acabó improvisada valquiria por obligación.
Ella se ufanaba haber nacido en el año que acabó la Primera Guerra Mundial dándose corte con que, como broche de oro, había sido “El Dia D”, adorno que obviamente pudo agregar recién veintiséis años después de nacida. Parafraseando a su amigo poeta José Pedroni, “No fue un dia cualquiera… alabado sea” ya que este 6 de junio Haydée Rossler hubiese cumplido los cien.
Para este centenario no se me ocurre mejor homenaje que evocarla con las pocas anécdotas que recuerdo de las cientos anotadas en aquel cuaderno que sucumbió a la inundación en nuestro sótano a fines del sesenta. Con tinta verde, en papel cuadriculado – odiaba los renglones – venía anotando sus tiempos de maestra, sus andanzas, aventuras y desventuras como flamante egresada del magisterio, típica maestra normal argentina convertida en atípica maestra rural en la pampa santafesina recorrida en tren, bicicleta, moto, auto y sulkys varios, cualquier medio de locomoción disponible con tal de llegar a clase y regresar a la casa paterna en la “urbe” de Esperanza, donde la aguardaban sus hermanos a la espera de la anécdota del dia. Corría 1938, en Argentina el horror de lo que vendría quedaba demasiado lejos y del cual esta nieta de alemanes zafó por obra y gracia de la ubicación geográfica.
Unas pocas anécdotas que hoy, antes de que sea tarde, me apresuro a dejar constancia. Mamá soñó con publicarlas, sueño que se avivó cuando el maestro uruguayo José María Firpo publicó su genial Qué porquería es el glóbulo! y que acabó pasado por agua y sin consuelo para ella gracias a la funesta inundación marplatense.
Afortunadamente, también las contaba, y cómo!. “Haydée, contáme de nuevo aquella de….” pedía China y mamá se entusiasmaba. Finalizada, la Zorrilla sentenciaba al público de dos, cuatro o los que fueran, no importaba cuántos, “Y qué bien la cuenta!”. En vista de semejante clienta, mamá sentía que había ganado el Oscar.
Pero a los veinte, sus dotes declamatorias no eran tales, así fue que después de aterrorizar a la clase con la oda al libertador Nido de cóndores de Olegario Andrade – Enjambre de recuerdos punzadores!, Pasaban en tropel por su memoria!, Recuerdos de otro tiempo de esplendores!!– vio como dos alumnos discutían durante el recreo. Al verla uno pidió muy circunspecto a la maestra oradora que dirimiera la cuestión “Señorita, no es cierto que San Martín era un cóndor?”.
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De todos los alumnos devenidos personajes ninguno como “El Toto Galopín”, pecoso pelirrojo de familia de colonos piamonteses de Nuevo Torino, uno de los pueblos del derrotero escolar de “la señorita Rossler” al que sumaba Humboldt, Pilar, Grütly y algún otro que se pierde en imágenes como salidas del sepia de Luna de Papel de Bogdanovich. Mamá se ocupó de hacer de Toto su actor principal, y no era para menos. Al comenzar el primer día de clase en la fila de bancos de primer grado (en el aula única de las escuelas rurales cada fila correspondía a un grado y estas maestras pioneras del multitasking se las ingeniaban para atender a todos al mismo tiempo acorde al correspondiente nivel) nuestro héroe de seis años lanzó un reverendo esputo al que siguió este diálogo, un clásico de mamá imitando el particular acento del niño:
-“Toto, que te pasa?”
-“E….maistra, sstranio el ssigarissho…”
-“Pero Toto…. vos fumás?”
-“E….un pocco”
Perpleja y alarmada llamó al padre que respondió “Señorita, los chicos deben fumar porque un poco de humo es lo mas mejor para matar los microbeos”. Viendo que no había nada que hacer por ese lado se erigió en samaritana salvadora de los pulmones de Toto:
“Toto, ves este dibujo? Sos vos por adentro. Sos muy tiernito y si metes humo por aqui los vas a perforar, asi que a partir de hoy no vas a fumar mas, entendido?”, Toto la miraba fijo no muy convencido…. “Y además, todas las mañanas te voy a oler la boca y pobre de vos, me entendiste? pobre de vos con que huelas a tabaco!“. Toto asintió frente a las amenazas políticamente incorrectas de la señorita maestra retirándose obediente y en silencio.
Cada mañana la señorita Rossler registraba el aliento de Toto: impecable, impoluto, fresco, delicioso. Semanas después, mientras almorzaba en la rectoría oyó por la ventana lo que Toto llegando a la escuela montado en su yegüita, muerto de risa, contaba a sus compañeros “La maistra cree que no fumo pero yo…yo… la JODO a la maistra!!!….má si, yo fumo e despué masstico la ojaderuda” (la picante hoja de ruda macho). Demás está decir que el hecho de sentirse “jodida” por el Toto, acabó de conquistar su corazón.
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Llegando tarde a clase un día vio a Toto cabizbajo y meditabundo en la puerta de la escuela. “Toto, qué te pasa?”. La respuesta fue lacónica y rotunda “E….cagó el nono”. Brutal capacidad de síntesis para decir que había muerto su abuelo. Así como su innegable rapidez en matemáticas. La pobre maestra no lograba que escribiera una sola suma, resta, multiplicación o división.
-“Es corenta” (40),
-“Si Toto, muy bien, dejame atender a los demas, anotalo en el cuaderno”.
-“Y para qué si es corenta?”
-“Porque es mejor anotarlo, asi no te olvidas”
-“No, es corenta, no me voy a olvidar”
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Clase de geografía e historia!. La redondez del planeta y el descubrimiento de América y mamá trayendo globo terráqueo, manzana, vela (el sol) en un show improvisado para darles una idea del asunto. El primer problema surgió cuando la madre de un alumno le mandó decir “Que dejara de enseñar mentiras, la Tierra es cuadrada”. El inefable Toto no podía faltar ni no salirse con la suya y en su composición sobre el viaje del navegante Cristóbal escribió, textual:
“Colón salió a dar una vuelta para ver si la Tierra era redonda. Camina, DALE, camina, la tierra es cuadrada”.
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Clase de zoología! Con un títere en una mano, a los mas chiquitos les daba datos para adivinar un animal – “tengo cuatro patas, como pasto, tomo leche, etc etc etc….”. La composición donde los niños debían contar de que animal se trataba llevaba por título “Adivina quien soy?”… Esta fue la del Toto, poesía concreta se llamaría hoy….
“Soy la liebre?
No!
Soy la perdiz?
No!
Soy la yegua?
No!
Soy el carancho?
No!
Quien soy?
Sonsa (sic) No endivinaste!
Soy la perdiz!”
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Llegó el invierno y en clase de higiene, la señorita Rossler explicaba cómo prepararse un baño de agua caliente, hasta esas cosas había que enseñar. Sentadito en el primer banco Toto la miraba fascinado como quien mira un ser de otro planeta, de hecho, era. De pronto se dio vuelta y rugió a la clase “La maistra se baña en el invierno!”. El coro de carcajadas la dejó estupefacta. “Este…. pero… Toto, no te bañas en invierno?”. “Noooo….Y para qué?“. La mundana maestra respondió “Sin embargo se te ve muy limpito” a lo que Toto asestó “E…es que yo me paso un trrrrrapito!… mire maistra, una vez mi hermana la Telma se lavó la cabeza en el invierno e se enfermó, ahora no se lava mas!”.
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Entre el trapito, la hoja de ruda, ser tachada de zonza, la tierra chata y el humo para los microbios, la señorita Rossler entró en etapa de resignación automática que se hizo borrachera cuando tuvo que censar cada granja y chacra respetando escrupulosamente la directivas del inspector de censos “Señoritas maestras, sepan que son la visita del año. Acepten lo que les ofrecen en cada casa”. Como la obligación resultó en aceptar cada “copita de licor”, al llegar a la vigésima se quedó dormida en el sulky que la llevaba, nunca se sabrá cuántos quedaron fuera del censo.
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Eran pueblitos definitivamente pintorescos, una vez asistió a un remate. Entre los objetos a rematar, un bidet. El rematador a los cuatro vientos ofrecía “Y ahora vamos a rematar esta….esta…. esta bañaderita con forma de guitara!”.
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Como final mi anécdota favorita: “Los Perez”, únicos hermanitos morochos en ese mar de pelos rubios y zanahorias. Discriminados por no ser “oiropeos” o suficientemente “claros”, no pertenecían, no eran partícipes de juegos, ni de golosinas, agazapados en un rincón del patio durante el recreo, calladitos, bien portados, los Perez soportaban santa resignación.
Un día Los Perez faltaron. Y otro dia, y otro mas…. pasó una semana para que volvieran a aparecer en el carrito tirado por caballos que los depositaba en clase. Mamá adoraba contar la escena en el patio durante el recreo y que ella presenció desde la rectoría, digna del Amarcord de Fellini:
“Y así fue que los pobres Perez quedaron rodeados, cercados por un horda de piamonteses amenazantes… entonces, uno se adelantó altivo y preguntó PERE… PERQUE FALTASSTESS?… y uno de los dos “Pere” musitó “Por que mi papá mató de diez puñaladas a mi tío”. Al mismo tiempo, los tanitos dieron violento salto hacia atrás como con un resorte y desde ese dia, Los Perez fueron las estrellas de la escuela, los primeros convidados e invitados a todo…PERE, QUERE JUGAR?… PERE, QUERE UNA MASITA?…. PERE, PROBA ESTO CARAMELOS TE VAN GUSTAR!”.
Como epílogo a cada performance, mamá remataba con aquel colono que no iba a misa “Para qué voy a ir? para que el cura me diga que voy a ir al infierno?… mire maistra, si yo que no soy bueno sería incapaz de meter a mi vecino en el horno, cómo es que Dios que es el mas bueno me va a meter en un horno por no ir a la iglesia”.
Al igual que Toto con la aritmética era imposible no darle la razón.
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Pequeño tributo Edípico
Te para dos, su eterna «piece de resistence» aporreando el primer piano que tuviera a mano