Siglo XXI Cambalache

 

 

¡Todo es igual, nada es mejor!
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No pienses más, siéntate a un la’o
Que a nadie importa si naciste honra’o

Profético Discepolín otra vez sobrevolás sobre los argentinos como ave negra con aire triunfador, porque la mejor definición del engendro presentado en el Teatro Colón para agasajar a las agotadas victimas del G20, léase los jefes de estado de las naciones mas poderosas del planeta, y a los enceguecidos invitados felices del magno evento fue un CAMBALACHE, con mayúsculas.

Hoy resulta que para todos antes de la crítica objetiva entran a imponerse factores partidarios y emocionales. La condescendencia arrasa en cada vertiente, los intereses personales triunfan, el resentimiento asalta como inesperado puñetazo, el fanatismo obnubila la razón asi como las preferencias políticas, sea izquierda, derecha, centro. Resultado: la negación o imposibilidad de aceptar que se estuvo frente a un auténtico CAMBALACHE de vulgaridad y mediocridad rampantes.

Ningún público educado, informado, medianamente sensato pudo aprobar y menos disfrutar del espanto kitsch que se transmitió desde el, quizás, mas bello teatro del mundo. Los que mantuvieron la cabeza fría sufrieron alípori, cerrando los ojos para no ver y luego pensar. Al que apruebe, en cambio, se le aconseja olvidar el entusiasmo desmedido de haber sido aceptado en el selecto club de los 20, tomar distancia, comprobar, admitir, asumir lo que fue y lo que pudo ser. Y no se podrá argumentar que no hubo tiempo para preparar y pulir algo mejor que tanto rap foráneo y cháchara disney-hollywoodesca disfrazada de autóctona.

Mejor ni imaginar que pasaba por la mente, mas alla del jet-lag de una Merkel (ávida asistente a ópera y conciertos), de un Macron (exquisito concertista de piano), incluso un Putin o un Trudeau, o la primera dama china, soprano ella, frente a este infomercial turístico sobre Argentina pretendidamente inclusivo, saturadamente desprolijo y en la subcategoría del lobotomizante Showmatch, quizás el único que lo disfrutó fue aquel cuya formación no le permite siquiera imaginar un espectáculo que no sea de estas caracteristicas so pena de aburrirse soberanamente, a buen entendedor pocas palabras.

Mas allá de que si el “mapping” saturaba o fue excesivo, mas allá de la loa al «short-span-attention», mas allá del intento de abrazar el mosaico de culturas que conforman el país, más alla de que no podía excederse de una hora, mas allá de todo, por qué tanta banalidad? por qué tanta pretensión? por qué tanta imitación for-export? por qué tanto y tan poco? esto es todo? realmente, cabe preguntarse, eso es todo?.

Obviamente, a estas alturas nadie pretende un interminable mamotreto clásico que también hubiera estado fuera de lugar sino un espectáculo digno que representara lo mejor que tiene Argentina para agasajar al mas selecto grupo de líderes en su mayoría público culto e informado.

De nada vale enumerar las posibilidades de programación, podría aventurarse una participación del ballet del teatro (significativamente no participó ningún cuerpo estable de jerarquía probada) en una coreografia para la ocasión por algun ilustre coreógrafo argentino, una recorrida y demostración del sólido bagaje cultural que tiene Argentina en el magnífico ámbito estético y acústico admirado por figuras como Richard Strauss, Saint Saens, Stravinsky, Toscanini, los dos Kleiber, la lista es interminable…Folclore? se pudo usar el ballet folclórico nacional, excelente; tango? se pudo usar la orquesta de tango de Buenos Aires, excelente; danza contemporanea? se pudo usar el Ballet del San Martin, excelente; pero, si la excusa fue “darle espacio a los bailarines de todas las provincias» mejor apoyar a las compañias provinciales todo el año y no recordarlas  una sola vez para este circo callejero. El amplio abanico de posibilidades se desaprovechó lastimosamente en aras de un grupo que bailó y cantó con el nivel de una fiesta de fin de curso adornado con un sinfin de chirimbolos visuales, y mejor ni hablar de la música, un minestron insípido para ascensores.

Ya pasó, ya pasó, de nada vale ensalzar o culpar, ni siquiera nombrar, a los instigadores y perpetradores del adefesio, ni las críticas bienintencionadas que señalan la magnitud del despropósito, ni las obsecuentes de un periodismo desinformado al servicio del régimen de turno (o quien hace la vista gorda íntimamente avergonzado), ni la tilinguería de unos ni el resentimiento de otros. Lo cierto es que fue una oportunidad perdida, en vez de aprovechar la creatividad extraordinaria argentina se optó por un show visualmente abrumador y musicalmente banal del mas rancio populismo tercermundista que sólo dilató el hambre de las víctimas que no veían la hora de aplacarla.

No se trata de facciones políticas, complejos o resentimientos que parecen darse la mano, sino de sentido común. Ese sentido común que se ha ausentado del planeta, que lo sume en una decadencia romana, universal, tangible, omnipresente, al que el bueno viejo y querido Sur tampoco escapa. Ir en contra del refinamiento intelectual parece ser la consigna actual, mejor despreciar, mejor improvisar, darle lugar a los que no saben y experimentan como excusa para no pulirse y marcar una inexorable cuesta abajo. 

Para los estándares previstos el espectáculo funcionó de maravillas, hubo un aplauso cortés que los franceses tan bien llaman succes d’estime, amén de la petit barra-brava vitoreando un infantil «Ar-jem-ti-na» y un presidente que lloraba como un niño emocionado frente al pato Donald.

Asi estamos, viene a la memoria aquel fatídico tango de Cortázar “Y si el llanto te viene a buscar, agarrálo de frente, llora argentino llorá por fin un llanto de verdad”, en menos palabras “ves llorar la Biblia junto a un calefón”. Ay, Discepolín que bien nos retrataste.