Fulgores: El retorno de Leonie Rysanek

Cortesía Archivos del Metropolitan Opera

Cortesía Archivos del Metropolitan Opera

El más antiguo recuerdo musical del que tengo memoria es mi abuelo sentado frente a la radio escuchando emocionado una transmisión desde el Teatro Colón. Treinta años después a miles de kilómetros de mi ciudad natal, me reconozco no sin un dejo de asombro en la misma actitud frente a otra radio que me transporta al Metropolitan de New York.

La ópera es Jenufa, y junto a su protagonista (la estupenda Gabriela Benackova), reaparece la última sobreviviente de una generación de sopranos ilustres convirtiendo una rutinaria transmisión sabatina en un evento artístico memorable: la vienesa Leonie Rysanek, a los 67 años (y con 43 de ininterrumpida carrera escénica) en el difícil papel de la Kostelnicka.

A un problemático debut neoyorkino en 1959 como Lady Macbeth (reemplazando nada menos que a Maria Callas, echada del teatro por Rudolph Bing) le seguiría un verdadero romance con el público metropolitano que ya lleva 33 años y que no parece tener fin a juzgar por la interminable ovación que coronó la velada. Aquel injusto “Brava Callas!” que marcó su entrada al escenario en 1959 fue recompensado con una fervorosa adhesión testimoniada en su vigésimo quinto aniversario con la compañía y que fuera visto como el concierto mas relevante de la temporada centenaria del teatro en 1983.

Poseedora de una voz también problemática, altamente individual, las grabaciones jamás le hicieron justicia sino todo lo contrario: solo realzaron sus bien conocidos defectos: voz velada, errática, afinación no siempre precisa y una tendencia a prolongar las notas altas más, mucho más de lo debido (“Dígame Rysanek, ¿piensa pasarse todo el verano allá… arriba?” repetía resignado su padre artístico, el director Karl Böhm). Sus falencias vocales ya forman parte de una tradición; lo mas significativo es que su voz opaca, enorme e inconfundible continúa casi intacta a tan avanzada edad. Como con Callas, nos hemos tenido que acostumbrar a sus peculiaridades, aprender a degustarlas.

Muchas de sus contemporáneas supieron negociar el paso del tiempo cambiando de registro (al de mezzo), eligiendo roles a una medida mas modesta para prolongar el disfrute de contemplar un hecho teatral de primera magnitud. Así los nombres de Astrid Varnay, Martha Mödl, Régine Crespin, Anja Silja o Evelyn Lear acuden a la memoria. Pero el caso Rysanek es la excepción a la regla.

En 1988-a los 61-volvió a ser la mas apasionada Sieglinde, con todas la notas, con aquel mismo grito visceral del Bayreuth 1966 de Wieland Wagner, a quien la unió una tormentosa relación profesional. Pocas temporadas atrás era Kundry para el Parsifal de Jon Vickers y otra vez Crysotemis para la última Elektra de Birgit Nilsson (“Gracias a Birgit que me previno de cantar Isolda y Brunilda mantuve mi voz en forma, nunca hubiese podido competir con ella”).

Pocos saben de sus notables  Gioconda, Amelia, Medea, Abigail o aquella única Turandot en San Francisco(1957). En cambio, Elizabeth, Elsa, Tosca, Leonora, Salome, Ariadne y en especial Senta, Sieglinde, Crysotemis y la estratosférica Emperatriz straussiana se han convertido en sinónimos de la soprano. Las adquisiciones de la última década-Ortrud, Herodias, Kostelnicka, Kabanicha, la Dama de Pique-sólo confirman la sentencia del desaparecido cineasta Rainer W.Fassbinder:”Usted ni siquiera es una gran actriz… usted es simple y llanamente LA actriz”.

Fue la única cantante en la historia de Elektra de Richard Strauss que a través de su carrera encarnó los tres roles: la protagonista( en el film de Götz Friedrich), su madre Klytaemnestra y su hermana Crysotemis. Su Klytaemnestra es diferente, no es el fascinante monstruo al que nos acostumbraron Astrid Varnay, Regina Resnik, Maureen Forrester o Christa Ludwig, sino una patética mujer que ve el resultado de un destino inexorable (“Ella nunca amó a Agammenon-afirma Rysanek-la obligaron a casarse, luego él sacrificó a su hija preferida [Ifigenia] y regresó de la guerra de Troya trayéndose a Casandra como amante.  Acaso no hay motivos para el odio?”).

El mínimo rol de Kabanicha- en Katya Kabanova de Janacek- fue la antesala a esta antológica Kostelnicka que pasea por los escenarios justificando plenamente el deseo del compositor en llamar a la ópera Su hija adoptiva en vez de Jenufa. Rysanek transforma el “Co chvila….” del segundo acto en un eterno, escalofriante pianisimo que se agiganta envolvente hasta convertir al público en cómplice de su inenarrable crimen: el asesinato de su nieto. Gracias a ella, vemos a Jenufa a través de su colapso mental y en el perdón final, en la transfiguración de Rysanek no es sólo el personaje sino también la audiencia la que queda redimida.

En un Parsifal (1979, Francia) el silencio sepulcral que siguió a su narración de Kundry fue interrumpido por una voz que quebrada por la emoción musitó “Merci”. A miles de kilómetros, como anónimo oyente radial -que recuerda y semeja a un abuelo que se fue hace mucho- yo también me siento obligado a dejar testimonio con el mismo “Gracias”.

PD: Leonie Rysanek falleció en 1998.

Sebastian Spreng

(Publicado en la Revista Clásica de Buenos Aires en 1992)

Como Kostelnicka en el Liceo de Barcelona, 1990