Teztlaff + MTT + NWS = «Das himmlische Leben»
En ocasiones especiales, la crónica se impone a la crítica. Y si no fuese porque el concierto que siguió equiparó al primero, también sería grande la tentación en afirmar que el recital de Christian Tetzlaff en la New World Symphony (viernes 26 de abril) fue lo mejor de la temporada 2012-13. Una aseveración injusta, ya que por segundo año consecutivo la «Academia Orquestal Americana» ha brindado una programación que marcó no sólo altísimos estándares sino rumbos a seguir.
Teztlaff entregó una interpretación inolvidable. Fue un privilegio dejarse invadir por este «músico de músicos» que solo en escena pareció instalarse en el centro de su universo proyectándose con su violín hasta llegar a cada rincón del espectador y de una sala que sirvió de justa catedral a la música de Bach.
Cuentan que una vez le preguntaron a Miguel Angel cómo había logrado convertir un bloque de mármol en magnífica estatua. El maestro respondió «Muy sencillo, quité todo lo que no era estatua». Y la anécdota – que por jugosa poco importa si es verídica – aplica a Tetzlaff, porque da la impresión de que no hay nada en él que no sea músico. Riguroso y elegante, el violinista derrochó seriedad y honestidad conjugadas con un virtuosismo y solidez monolíticas.
Plantado como un roble en medio del escenario, artista e instrumento fueron uno para que Bach, otra vez fuese el principio y el fin. Hasta sobró el impecable renglón técnico; mas allá de las notas se instaló la música pura y el público fue impulsado a un viaje interior motivado por el diálogo íntimo que presenciaba entre intérprete y compositor. En esta sana combinación de ascetismo y vehemencia, Teztlaff tiende a desaparecer. Su enfoque de las dos – 2 y 3 – partitas partió de la más noble tradición hasta llegar a otra orilla mas inquisitiva y aventurada encontrando en el cruce de caminos la atemporalidad esencial a Bach. Entre ambos extremos, que ató magistralmente, plasmó un espectro ilimitado de colores y matices resultante en un asombroso coral a capella.
El programa se completó con el Segundo Quinteto de Brahms donde el violinista lideró a cuatro miembros de la orquesta. Digno cierre que mostró su compromiso y afinidad con la música de cámara; no en vano es la voz cantante del aclamado Cuarteto Teztlaff, uno de los máximos grupos camarísticos actuales.
La noche siguiente se sumó la orquesta y Brahms continuó marcando la senda con el Concierto para violín dando Teztlaff otra muestra de talento, madurez y técnica superlativos.
Originarios de Hamburgo, tanto compositor como intérprete saben transmitir la particular nostalgia de la lluviosa ciudad hanseática. Como cada uno representa su época, la vieja Alemania encarnada por Brahms adquirió nuevo lustre desde la moderna perspectiva de Tetzlaff. La inconfundible melancolía y rotunda expresión tan caras al espíritu brahmsiano no pudieron hallarse mejor vertidas. Y la orquesta, sabiamente liderada por Michael Tilson Thomas, igualó la eficiencia y majestad del solista, desde el célebre tema del oboe al esplendor tonal de cuerdas y metales.
Ante el fervor del público, el violinista regaló un Bach que calmó los ánimos y que sirvió de introducción ideal para el gran final a cargo de la orquesta.
Final que señaló el último concierto de la temporada de Michael Tilson Thomas con una radiante lectura de la Cuarta Sinfonía de Mahler donde no sólo el director brilló con un aura especial, sino su orquesta que termina el ciclo 2012-13 exhibiendo una preparación y resultado envidiables.
Por si esto fuera poco, el paisaje de la cuarta se aviene idealmente a la juventud y estilo de la agrupación. Los cambios de atmósfera y humor, los juegos que propone y el cúmulo de frescas emociones protagonizan la última entrega de aquellas sinfonías inspiradas por El cuerno mágico de la juventud. Compuesta durante el último verano del siglo diecinueve, MTT supo rescatar y enfatizar esa transparencia estival plena de elegancia mozartiana y pastoral pero que es, en color y espíritu, absolutamente vienesa. Pintó cada uno de los tres primeros movimientos con exactas dosis de lirismo, sorna y serenidad y preparó el campo para la intervención de la soprano – delicada Kiera Duffy – en Das himmlische Leben (La vida celestial), apropiado epílogo para una velada que supo a la descripción de las delicias celestiales.
Como prueba, la audiencia que colmó el teatro más los dos mil asistentes – todo un récord – que siguieron el concierto desde el parque vía wallcast bajo una noche de luna llena que se antojó «demasiado» perfecta. Otra impensada añadidura que justifica más la crónica que una crítica y que reflejó como ninguna Das himmlische Leben.