Asmik Grigorian es Rusalka en el Real
Finalmente en DVD, para festejar que Rusalka haya dejado de ser una rareza reservada al área eslava con esporádicas apariciones internaciones; finalmente abrazada, consagrada, establecida en los escenarios del mundo la flamante puesta en escena desde el Real madrileño es otro hito en la humilde ascensión de esta joya de la lírica. Estrenada en los albores del siglo XX, la magistral partitura de Dvorak no se mide con sus primas Salome, Melisande o la mas cercana en latitud Jenufa sino que mira al siglo XIX con la dulzura de una tierna despedida a un mundo que no volverá, conjugando, fundiendo, alivianando, tejiendo con su inconfundible impronta los hilos del romanticismo germánico – de Schumann a Wagner guiñando un ojo a Humperdinck – y las brisas de su tierra e incluso las estepas hacia el este (recuérdese su homónima predecesora por Dargomizhky y Sadko de Rimsky Korsakov) para concebir una obra única en su encanto, magia y posibilidades, sin fisuras musicales, dueña de un discurso musical que inicialmente deleita, en última instancia emociona con rara calidez, es imposible no amarla.
En esta perfecta síntesis musical, Rusalka resulta mucho más que Ondina o La sirenita de Andersen, muestra sin vuelta de hoja como Dvorak supo coquetear elegante y un tanto descaradamente con las hijas del Rhin wagnerianas y hasta quizás se permitió anunciar las ninfas de la Ariadna straussiana o emparentarse con la emperatriz que renuncia a su sombra como Rusalka a su condición sobrenatural gracias a la fatalidad del amor.
La rodea un elenco de primerísimo nivel encabezado por Eric Cutler, noble príncipe y valiente cantante desempeñándose con bastones canadienses debido a una desafortunada lesión de tendón de Aquiles antes del estreno; lo cierto es que el tenor americano regala una de sus mejores actuaciones hasta la fecha. La hechicera Ježibaba, que pícara asoma desde la taquilla del teatro, es una criatura fellinesca a cargo de Katarina Dalayman, ex valquiria sueca ahora veterana regente de maldades, sin exhibir pasados fulgores pero de gran presencia escénica al igual que Karita Mattila, un auténtico lujo – e indudable atracción – como la princesa extranjera. Si el inconfundible timbre mate de la gran soprano finlandesa a perdido lustre, y ciertos graves no llegan con la facilidad deseada, irrumpe con una energía desbordante que compensa todo reparo. Se suma Maxim Kuzmin-Karavaev como un estupendo Vodnik, el Espíritu de las aguas y vale mencionar los trabajos de Sebastià Peris, Manel Esteve y Juliette Mars así como las tres ninfas capitaneadas por la ascendente Julietta Aleksanyan.
Destacadísima labor de Ivor Bolton al mando de las fuerzas del Real, quizás un punto apenas por debajo en cuanto a colores y texturas pero cumpliendo espléndidamente con una partitura con aristas traicioneras.
Es un enfoque radical y en las antípodas de las añosas versiones fílmicas con Milada Subrotova o la mimada de Peter Weigl con la maravillosa voz de Gabriela Benackova que paseó su Rusalka por los teatros del mundo en los años 70-80 y fascinante comparación con la extraordinaria versión parisina de Robert Carsen con una soberbia Renee Fleming, y las sucesivas del Met, Glyndebourne con Ana Maria Martinez, Munich con Kristine Opolais y osada de Stefan Herheim en La Moneda.
Triunfo de Loy, con economía de medios que subliman la poesía, en el final, queda indeleble en la memoria del espectador la imagen de Grigorian ascendiendo de espaldas al público bajo una blanca luz cenital contemplando su destino, ni Tosca ni Odette, ni un Caspar David Friedrich, ni un Magritte, ni la muchacha en la ventana de Dalí, sino todas conjurando el enigma que Rusalka guardará para sí, aunque no quiera.
*DVORAK, RUSALKA, BOLTON, DVD UNITEL C MAJOR 759508