Miami: crónica de dos éxitos anunciados

Reinbert de Leeuw

Los dos conciertos del último fin de semana desbordaron las expectativas creadas y reafirmaron la sana tendencia que se aprecia con mayor asiduidad en la audiencia local: que está ávida por una programación mas diversa y que responde al estímulo cuando se le ofrecen alternativas novedosas.

En primera instancia, la espectacular versión de la Sinfonía Turangalila de Messiaen, no precisamente la más fácil o digerible en su género, a cargo de Reinbert de Leeuw, solistas y más de cien integrantes de la New World Symphony en pleno. Si el sonido de las ondas martenot (en manos de Valerie Hartmann-Claverie) y alguno que otro pasaje comienzan a delatar su edad, la sinfonía aún logra impactar gracias a su poderoso mensaje y avalancha sonora; de hecho, hubo momentos – como el final del Joie du sang des étoiles – en que la sala literalmente pareció estallar.

La única función del sábado marcó otro triunfo para el avezado director holandés y su exhaustivo trabajo con la joven orquesta. Gran parte del éxito se debió a la contribución del pianista Igor Roma y a los diferentes solistas, entre otros, los clarinetistas David Lemelin y Brad Whitfield y Marnie Hauschild en celesta.

La ferocidad de la pared sonora arreció durante hora y media para hallar su panacea en el Jardin du sommeil d’amour donde el tiempo pareció detenerse. Vertido con sublime lirismo (y ansiada serenidad), el director plasmó las mas tierna poesía del Messiaen místico.  Turangalila II – con destacadísima intervención de piano y percusión – dio paso al tsunami musical último con el desarrollo y resolución de los temas principales hasta culminar en el ensordecedor final. Una noche incandescente y una obra de gran aliento que debe escucharse en vivo para, más allá de toda preferencia, poder apreciarse en toda su magnitud.

Patrick Quigley

La calma llegó el domingo en la iglesia frente a la ex sede de la NWS con un programa en las antípodas y en el mejor estilo  de Seraphic Fire que transitó la música del renacimiento inglés bajo la dirección de Patrick Dupré Quigley. Bastaron una docena de sus integrantes para convencer toda la solemnidad, austeridad y sutil espectro cromático del período Tudor. Quigley supo jugar con  el contrapunto religioso- católicos vs. anglicanos- señalando cada instancia tanto en música como en sus  explicaciones para llevar a buen término este recoleto e intrincado Tapiz Tudor que hizo honor al título del programa.

No es un secreto que una de las mayores virtudes del ensemble es la intensidad y brillo que adquiere cuando aborda el repertorio temprano. En O Maria Salvatoris de John Browne primó la exactitud en la yuxtaposición de filigranas vocales en una obra de desusada extensión que los seráficos navegaron con inmaculada convicción. Aún más brillaron en O Lord, make Thy servant Elizabeth y Quist est homo de William Byrd y en las más conocidas de Thomas Tallis – junto a Byrd, el preferido de la «reina tirana» – If ye Love Me  y Candidi facti sunt.

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Próximamente, ambas entidades afrontan otras dos pruebas de fuego, en funciones extraordinarias fuera de abono:

La primera ópera en el Gehry hall es El castillo de Barba Azul de Bartok el 27 y 28 de abril con protagonistas de primerísimo nivel que mostrará las múltiples posibilidades de la sala con esta versión semiescenificada dirigida por Michael Tilson Thomas (para información pulsar  aquí).

Antes, el 28 de marzo y en la misma sala de la NWS, Seraphic Fire presentará arias y coros de ópera en concierto a cargo de sus solistas y la Miami Choral Academy integrada por doscientos escolares de zonas carenciadas que reciben tutelaje gratuito por parte del ensemble como parte de su compromiso con la comunidad (para información pulsar  aquí).