Adiós a Tom «Wotan» Stewart

Thomas Stewart y Evelyn Lear

Era inevitable pero previsible. Aunque no supieran de quien se trataba cada vez que, sin la menor pretensión, Thomas Stewart hacia su entrada en las veladas de la Florida Grand Opera o The Concert Association, la audiencia reparaba en su imponente figura de porte indiscutiblemente wagneriano. Pocos sabían que, en efecto y en todo sentido, estaban en presencia de un gigante. Desde mi sitio, me enorgullecía solamente el estar en presencia de este patriarca benévolo cuyo estilo en nada se parecia a la solemnidad y arrogancia de los dioses que encarnaba. “Tom”Stewart era el más afable entre los grandes.

A principios de la década del ochenta su Wotan (El oro del Rhin y La Walkiria) y su Wolfram (Tannhauser) en el Teatro Colón de Buenos Aires habían dejado una indeleble impronta en mi percepción y aproximación al canto wagneriano. Su voz portentosa se unía a una suprema consubstanciación con los personajes siempre a partir del “belcanto” italiano, lejos del “ladrido” de Bayreuth, el célebre festival donde fue el cantante americano que actuó durante mas temporadas consecutivas. La ternura y la ira hacia la desobediente Brunilda, la ambición del joven dios por el anillo maldito o la sublimación  del poeta Wolfram hacia la inalcanzable Elisabeth confirmaban un cantante de medios excepcionales usados con inteligencia superior revelando al actor de raza y a un artista de rara nobleza y humanidad.  Lírico, jamás amanerado; sagaz, jamás afectado, siempre desde la perspectiva correcta fuera Beethoven o Britten pasando por Debussy, Schubert, Mahler, Hindemith, Barber, Schoenberg, Offenbach y sus cuatro villanos, el espectro amplísimo de sus personajes llevan una marca de jerarquía inobjetable y ejemplar.

El Wotan preferido de Herbert von Karajan había nacido en Texas en 1928. Formado en la Juilliard de New York, una de sus primeras incursiones fue  como Raimondo en la Lucia di Lamemoor del debut americano de Maria Callas en 1954, Chicago. En 1955, en circunstancias anecdóticas conoció a su futura esposa, la soprano Evelyn Lear y juntos marcharían becados a Berlín donde brillaron como paradigmas de la versatilidad del cantante americano. Juntos se convertirían en la mas importante pareja de cantantes liricos de fama equiparable. Ella como intérprete del repertorio moderno, Alban Berg, Richard Strauss y Mozart; él como el bajo barítono wagneriano por excelencia de la década del 60-70 sin olvidar Verdi, Mozart, Bizet y Strauss. Las casas de ópera y festivales europeos asistían al despliegue de versatilidad cuando juntos navegaban desde el más riguroso recital de Lieder de Wolf al mas desenfadado americano donde Stephen Foster, Hammerstein o Gershwin transformaban al dios en Porgy, Ravenal o Bill.

De esa época datan ilustres grabaciones: La Walkiria, Sigfrido y El Ocaso de los Dioses con Karajan, El Holandes Errante con Boehm, Parsifal con Boulez, Lohengrin con Kubelik y una exquisita retrospectiva de Lieder recientemente aparecida en DG (A musical tribute: Lear & Stewart). Hace pocos años pudo finalmente editarse el que quizás sea su mejor registro y que por diversos motivos había permanecido archivado: Los maestros cantores de Nuremberg dirigido por Rafael Kubelik donde su antológico Hans Sachs, se acerca al elusivo sello de definitivo. Nunca el maestro zapatero emergió tan visionario, tan sabio, tan campechano, simple y universal.

En América fue  favorito del MET, Chicago y San Francisco al igual que en Florida  desde que cada invierno lo tuvo como residente. Sus clases magistrales -junto a Evelyn- guiando a jóvenes cantantes a través del intrincado laberinto que encierra cada aria o canción despertaba con cada consejo la indicación justa y la anécdota risueña capaz de quebrar el hielo. Su legado se aprecia en cantantes de la talla de Thomas Hampson o James Morris asi como en el Evelyn Lear and Thomas Stewart Emerging Singers Program, que fundaron para alentar, inspirar y encontrar a los Wotan del futuro.

En este año de adioses, con inefables historias había participado en el tributo del MET a su querida colega Birgit Nilsson. Hoy, un adiós a Tom se hace tan difícil como inesperado. En el campo de golf, su otra pasión, se desplomó sin vida con Evelyn, su compañera de cincuenta y tres años, a su lado. La noticia se resumio como “Un dios ha muerto”. Si nuestra despedida nunca podrá equipararse a su majestuoso Adiós de Wotan, será igualmente entrañable, seguramente tanto más pequeña. Se limitará a un momento de silencio cuando el 28 de octubre falte a la inauguración de temporada del nuevo teatro que lo esperaba como invitado de honor. Su sitio estará vacío; en cambio, su recuerdo estará tan vivo, tan imponente como aquella entrada que echaremos de menos todos aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo.

©Sebastian Spreng

(Obituario en El Nuevo Herald de Miami el 28 de septiembre de 2006)