Ilustres británicos hacen buena música en Miami

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Benjamin Grosvenor – foto DECCA

Atribuída a Toscanini y Mahler (entre otros) la frase “no hay malas orquestas sino buenos o malos directores” se reconfirmó el viernes pasado en la sala Wertheim de FIU ante el numeroso público que desafió tránsito, lluvia y vientos, cuando James Judd – en una tan bienvenida como rara aparición en estas costas – desafió a la FIU Symphony Orchestra a sonar como un ensamble profesional hecho y derecho. Judd logró aquello que parecía imposible y que lo había llevado, con buen tino, a cancelar uno de los dos conciertos programados ante la falta de suficientes ensayos.

Apuntalada por profesionales invitados en puestos estratégicos, la formación de estudiantes de la universidad no sólo salió a flote, sino que demostró un rendimiento sólido por demás encomiable. Judd proveyó una dosis de cuidado evidentísimo y la pasión capaz de encender a la orquesta con la energía indispensable para secundar a su notable compatriota Stephen Hough en el Emperador beethoveniano. En todo momento fue evidente que Hough fue su incondicional e invalorable aliado, decidido a tomar el toro por las astas elevó la calidad de la velada a niveles inesperados. La audiencia se quedó sin el Primero de Liszt pero tuvo en cambio un Quinto de Beethoven de jerarquía con Hough desplegando preciso virtuosismo e inveterada inteligencia en el tratamiento de cada intervención, incluso el primer acorde en fortissimo que propició desde el vamos un enfoque diferente según decisión del intérprete después de estudiar el manuscrito original. El primer artista clásico merecedor de la beca “genio” McArthur, es un hombre del renacimiento – intérprete, compositor, poeta, pintor, escritor y disertador – virtudes que fueron disfrutadas por la audiencia en un improvisado torneo de preguntas y respuestas en escena después del concierto junto al maestro Judd. No está demás aclarar que ambos no sólo salvaron la noche sino que le estamparon una impronta diferente y en última instancia, ejemplar. A tomar nota.

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James Judd

Si Hough emergió como cabal representante del piano inglés, dos días después el recital de su compatriota Benjamin Grosvenor – también para Miami Friends of Chamber Music – fue el de un joven ciudadano del mundo. Miami puede sentirse afortunada con estar siguiendo tan de cerca la carrera y evolución del prodigio inglés, es esta su cuarta aparición desde el 2011, en una ocupada agenda que incluye Carnegie Hall y otras salas fundamentales del circuito internacional. Su actuación no dejó dudas de su imparable evolución y maduración, de que se está en presencia de un grande con mayúsculas.

Quizás sea Grosvenor el mayor pianista de su generación; no importa demasiado, lo que si importa es su vuelo poético, su vasta paleta cromática y aventuradas opciones en el tratamiento del repertorio tradicional sustentado por una técnica monumental que le permite abordar con pasmosa naturalidad y sencillez lo que se le antoje. En síntesis, un artista genuino con el que puede discreparse y donde lo esencial  reside en abrirse a su enfoque, escuchar lo que tiene para decir y asimilarlo porque hay poquísimos de su calibre.

Asimismo fascinante fue verlo construir un programa bien diferente, reflejo de sus intereses actuales en cuanto a repertorio y que permitió juzgarlo en un espectro bien amplio. Grosvenor se abocó a dos preludios y fugas del Opus 35 de Mendelssohn con una claridad y equilibro fuera de serie, donde la austeridad de Bach pareció presidir ese orden volatilizado por la admiración romántica de Mendelssohn, una Segunda Sonata de Chopin personalísima, internalizada, severa y doliente, sin sentimentalismos vacuos.

En la segunda mitad literalmente reveló el elusivo Ravel de Le tombeau de Couperin, iluminando cada rincón con delicadeza de orfebre, insuflando vida a una obra difícil de aprehender y verter en toda su dimensión. Las tres italianas de Liszt – Venezia, Napoli y Tarantella – le dieron la oportunidad de cantar con lirismo exquisito pleno de fervor romántico haciéndose eco de los imposibles requerimientos del compositor. Su apabullante digitación fue otro renglón que no puede dejar de destacarse, asi como el caudal sonoro que obtiene sin sacrificio de una calidad tonal de deslumbrante redondez.

Grosvenor regaló dos bises, Love Walks In de Gershwin en el arreglo de Grainger, ya un clásico fetiche del pianista, y el diabólico filigrana del Capriccio Op. 28 (6) de Erno Donhnanyi, despachado con la velocidad y el buen gusto digno de titanes, lo que en definitiva, es. Que regrese pronto.

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Próximos conciertos de MFCM:

Integral de tríos de Beethoven

Kalichstein-Laredo-Robinson

11, 13, 14 de febrero