Astrid Varnay, regreso al Walhalla (2006)


Especial/El Nuevo HeraldSep. 24, 2006

Al preguntársele a Wieland Wagner por qué sus producciones carecían de escenografia, el genial nieto del compositor respondió »No las necesito, tengo a Varnay». Este comentario definió como ninguno el arte de esta intérprete única que acaba de fallecer a los 88 años. Es una era de despedidas de una generación de irremplazables: Tebaldi, De los Angeles, Schwarzkopf, Nilsson, ahora Varnay. Es nuestro deber recordarlos, nuestra obligación conocer el legado de estos titanes sin los cuales la ópera no sería hoy un arte tan vivo. Fueron una raza consagrada a su arte, eslabón y puente mientras daban una perspectiva nueva y a la vez, atemporal.



Varnay se fue cuando su nombre reverdecía con la edición del recientemente hallado Anillo wagneriano estereofónico del festival de Bayreuth 1955 dirigido por Keilberth y que editado por Testament se suma a los legendarios de Krauss (1953) y Knappertsbusch (1958). En los tres, su Brunilda deslumbra tanto como su visionaria Senta de El holandés errante. Quizá ninguna cantante moderna demostró tal asimilación y comprensión del texto wagneriano (y por ende straussiano). Con su voz oscura e inmensa, filosa y lacerante, Varnay hablaba cuando cantaba. Nunca la narración de Isolda, su Muerte de amor o las Wesendonck Lieder sonaron tan intensas e inmediatas. (Wagner, Beethoven, Verdi; Original Masters, 3CDs DG 474410-2)


Ejemplo del crisol de razas, nació en Estocolmo de padres húngaros, cantantes itinerantes que luego de Suecia, Noruega y Argentina recalaron en Estados Unidos para quedarse y hacerla americana. En Oslo, mientras su madre cantaba, la bebita quedaba en el camarín al cuidado de Kirsten Flagstad. ¿Acaso otra cantante tuvo el honor de ser acunada por la más grande de las wagnerianas? Ese privilegio fue bien retribuido cuando la sucedió. No pudieron ser más distintas y sin embargo, encarnaron dos facetas de la misma música. Varnay estaba destinada a grandes desafíos. En 1941, con sólo 23 años no debutó en un escenario cualquiera sino en el del MET reemplazando nada menos que a Lotte Lehmann como Siglinda. Seis días después fue la valquiria Brunilda suplantando a otro coloso: Helen Traubel. 



Pese al luto por Pearl Harbour, América supo reconocer el nacimiento de una estrella en aquella escena metropolitana poblada por gigantes exilados, razón por la que llamaban al MET »el Walhalla sobre el Hudson». Siguieron importantes papeles italianos –Leonora, Santuzza, Gioconda, Amelia, Lady Macbeth– pero, fue Bayreuth y Wieland Wagner quien –otra vez a instancias de Flagstad– comprendió que estaba frente a un talento sin parangón. Junto a Martha Moedl, seria baluarte y paradigma de la soprano del Nuevo Bayreuth. Hacia 1960, llegó Birgit Nilsson que con agudos más portentosos y brillantes la reemplazaría cuando los suyos ya empezaban a dejarla.

Entonces Varnay –indómita e inteligente– se transformó de soprano a mezzosoprano y así las villanas de la ópera encontraron la figura y voz más espeluznantes. Salomé fue Herodias, Elisabeth fue Venus, Brunilda y Elsa las más demoníacas Ortruda y Kundry y la desconsolada Elektra del pasado envejeció como la más odiosa Klytamnestra. Basta ver su confrontación con Leonie Rysanek para que ese inexpugnable monstruo devorado por la culpa asegure la peor pesadilla al espectador desprevenido. (Elektra; DVD DG B0005082).
En su ocaso vocal, esta »Bette Davis de la ópera» siguió aportando su hipnótica presencia como la favorita »mezzo de carácter» –Kabanicha, Kostelnicka, Nodriza, Mother Goose, Leocadia– de la Opera de Munich, ciudad donde vivíó hasta su muerte. Una extensísima carrera que supo testimoniar en una estupenda autobiografía recientemente publicada: 55 años en 5 actos (Northeastern University Press).

Hace ocho meses, para el fallecimiento de Nilsson, escribió »Nacimos suecas y taurinas, el mismo año. Fuimos colegas, nunca rivales, nunca hubo celos y si, alguna envidia. Yo le envidiaba sus agudos, ella mi histrionismo. Amábamos compartir la escena: Elsa versus Ortruda o Elektra versus Klytamnestra. Un talento como Birgit aparece, con suerte, una vez en varias generaciones. Fue mi gran colega y amiga, la extrañaré mucho». Ambas irremplazables, hoy habitan en el Walhalla de los monstruos sagrados.