Claudio Abbado: Fidelio fulgurante

Ópera única y ardua. Sombría «hija del dolor», atípica y a la vez, representativa del espíritu beethoveniano como pocas o ninguna, Fidelio encuentra en Claudio Abbado el traductor ideal de nuestra época. El director milanés (1933), cuyo regreso al podio después de su gravísima enfermedad depara que cada uno de sus emprendimientos parezca estar tocado por la varita mágica, entrega una lectura de claroscuros estremecedores y lucidez trascendental.

La suntuosidad y transparencia de la orquesta de Lucerna – conformada por solistas elegidos por el director más la Mahler Chamber Orchestra – es su pilar fundamental. Tomada en vivo en el Festival de Lucerna 2010, sus otros dos pilares son el coro Arnold Schönberg y el equipo de solistas.

Irresistible el Florestán de Jonas Kaufmann, un felino agazapado cuya voz crece en un hilo de luz que desafía la oscuridad hasta estallar en un Gott! tan antológico como su impactante naturalidad interpretativa y color abaritonado. Al mismo nivel, la vibrante Leonora de Nina Stemme.  Instrumento lustroso, sin amaneramientos, homogéneo a través de todo el registro con un fiero  Töt’ erst sein Weib! y un timbre que cambia la aspereza por la dulzura femenina a partir del momento en que revela su identidad. Dos voces oscuras cuyo enfoque es decidida y afortunadamente clásico, sin tentaciones ni tintes wagnerianos.

Los secundan, admirables, Falk Struckmann (Pizarro) y Christof Fissheser (Rocco),  los adecuados Rachel Harnisch (Marzelline) y Christoph Strehl (Jaquino) y Peter Mattei, lujo extra como Don Fernando.

En cuanto a Abbado, no sorprende de este veterano magistral artífice de crescendos y pianissimos, su tratamiento en la transición de las tinieblas opresoras a la irrupción de la luz de la justicia. Abbado ofrece una combinación imbatible de sutileza, calidez, entusiasmo y claridad camarística. Sin olvidar a Mackerras, Harnoncourt, Böhm, Karajan o Haitink, la suya es diferente y comparable a las referenciales de Wilhelm Furtwängler, Ferenc Fricsay, Leonard Bernstein y especialmente  Otto Klemperer, quizás la única cuyo dúo protagónico (Christa Ludwig y Jon Vickers) sea tan parejo como el de Abbado.

Igualmente válidos en la universalidad del mensaje, donde el teutón Klemperer es monolítico, el latino Abbado es diáfano y si el registro en vivo acusa ciertas imperfecciones, aporta la cuota vital de ímpetu y fervor necesarias. Por una vez, se echa de menos la supresión del aplauso final.

Título esquivo en el gusto del público, éste reconfortante Fidelio conquistará nuevos adeptos porque es, en primera y última instancia, la rotunda realización de un manifiesto atemporal – y vigente – del triunfo de la dignidad humana☼

Sebastian Spreng©

 FIDELIO, DECCA, 001570502