Lecciones de un granado fin de semana musical
Miami gozó con un fin de semana de lujos musicales cuando tres notables orquestas compitieron en sucesión motivando un apetecible torneo: la Orquesta de Cleveland, la Filarmónica de Israel y la New World Symphony que si etiquetada como Academia Orquestal – de hecho, lo es –bien puede competir con sus experimentadas «hermanas mayores».
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El viernes, la Orquesta de Cleveland ensayó un programa un tanto atípico dentro de su tradicional programación en estas costas con buenos aunque variables resultados. No puede negarse que se está frente a uno de las máximos conjuntos del mundo, poseedor de un sonido único amén de sus cuerdas justamente célebres lideradas por William Preucil, otra razón para brillar como lo hizo en Los Planetas de Holst. La obra requiere del mas aceitado organismo orquestal, uno que sea capaz de plasmarla en todo su esplendor y los clevelanders respondieron con sobrada naturalidad al reto bajo la batuta de Giancarlo Guerrero, a quien se lo ve muy cómodo en este repertorio. La ejecución fue acompañada con una presentación multimedia con fotografias y videos de los planetas proveniente de la NASA que si bien interesante y hasta didáctica no terminó de convencer. Una de las razones fue el tamaño de la pantalla utilizada; otra, confirmar que la intención e inspiración del compositor estaba mas relacionada con el dificil momento en que fue escrita – plena Primera Guerra Mundial – y alusiones a la mitología, la astrología y a otros compositores– sutilmente encarnados como guerra, paz, alegría, vejez y misticismo –que con viajes interplanetarios; en este sentido saltó a la vista cuánto más apropiada resultó la música de R. Strauss y Ligeti en el 2001 de Kubrick. No obstante y pese a estos aspectos difíciles de conciliar, hubo instancias donde la propuesta llegó tanto visual como musicalmente a buen puerto. En la primera parte una enérgica obertura a El rapto en el serrallo de Mozart preparó a la audiencia para el Concierto para Percusión de Jennifer Higdon, un híbrido orquestal que afortunadamente contó con Colin Currie, solista multifacético, virtuoso y sin duda alguna, excepcional.
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El sábado, dos representantes de la nueva camada de estrellas hicieron su segunda aparición en Miami y por primera vez juntos en la New World Symphony: el director granadino Pablo Heras Casado y la chelista cordobesa Sol Gabetta para un programa que resaltó una exquisita alianza y bien pensada coincidencia gracias a su carácter esencialmente elegíaco y reflexivo, rasgos que los artistas supieron recalcar desde el vamos. Armada de su Guadagnini de 1759, la chelista exhibió pureza de línea y técnica inmaculada en el Concierto para Cello de Elgar – composición que para todo ejecutante, máxime si es mujer, lleva la impronta de Jacqueline Du Pré – al que sumó un fraseo de gran expresividad. Por cierto que Gabetta no se inhibe ni se inmuta ante posibles comparaciones, abordó la composición con elegancia y seguridad, con una gentileza y bríos “á la Mendelssohn” que dieron a la obra una frescura renovada. Con evidente rapport, Heras Casado, pareció hacer respirar al ensamble en el mismo plano que la solista logrando una lectura de soberbia intimidad ejemplificada por un legato sin pausa ni transiciones entre orquesta e intérprete que sólo se quebró con la ovación final. Como bis, solista – y cuerdas de la orquesta – regalaron un memorable Après un reve de Fauré.
En la segunda parte, regresó el director andaluz con la Décima Sinfonía de Shostakovich, menos popular que la Quinta, Séptima y Octava pero igualmente sombría y valiosa. Heras Casado optó por una lectura urgente, frontal, expansiva, feroz y en instancias ensordecedora que si bien puso a prueba cada sección de la orquesta – con destacadísimas intervenciones de flauta, clarinete y violín concertino – mostró un enfoque analítico que no escapó a la poesía lacerante, al sarcasmo e ironía tan implícitos como esenciales a Shostakovich.
Además de ser excelentes comunicadores, tanto Heras Casado como Gabetta son artistas en meteórico ascenso, con agendas intensísimas, que sugieren un nuevo tipo de intérprete acorde con la velocidad de estos tiempos y que hace aún mas atractivo imaginar donde se hallarán de aquí a diez o veinte años. Para no perderlos de vista.
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El domingo concluyó la serie clásica del Arsht Center con la rentrée de la Orquesta Filarmónica de Israel con su líder de por vida, Zubin Mehta. El programa, que afortunadamente no estuvo integrado por los sempiternos caballitos de batalla sino por la monumental Octava Sinfonía de Bruckner, superó toda expectativa convirtiéndose en verdadero hito de la temporada. A través de la casi hora y media de la última sinfonía completada por el compositor, la orquesta literalmente inundó, sumergió al público en su universo sonoro. Mehta plasmó cada movimiento con admirable autoridad, tratándolos como entes separados que fueron hilándose y uniéndose hacia la construcción de un todo con una naturalidad ejemplar.
Esta sinfonía apocalíptica, plena de anuncios de muerte – y cabe destacar los bronces tan espectaculares como agoreros y las dos arpas absolutamente mágicas del adagio – exhibió en sus manos una contención y distancia significativas, con una aproximación serena, obviamente experimentada y al mismo tiempo fugaz de las obsesiones brucknerianas y sus pinceladas características. Los últimos minutos completaron la resolución del gigantesco tapiz que había empezado a esbozar con mano segura desde el comienzo, la orquesta respondiendo en bloque, monolítica, ostentando un envidiable tersura mate centroeuropea pareció invadir cada rincón del Knight Concert Hall.
La venerable institución israelí dió cátedra en muchos sentidos, incluso la de animarse a presentar Bruckner en una ciudad donde, a diferencia de Beethoven o Mahler, es el menos frecuentado de los grandes sinfonistas y con la virtud de hacerlo totalmente accesible a una audiencia atenta y ensimismada. Es de esperar que este buen síntoma inspire a presentar más Bruckner; sin ir más lejos, Cleveland podría hacerlo visto y considerando que Franz Welser-Most es uno de los máximos brucknerianos de la actualidad. Miami no sólo lo merece, lo agradecería con creces.