Muti & Chicago o la magia inmanente

© Todd Rosenberg Photography 2020

 

Por segundo año consecutivo la Serie Clásica del Adrienne Arsht Center tuvo la astucia y privilegio de recibir a la Chicago Symphony Orchestra capitaneada por el ya legendario Riccardo Muti, hoy por hoy una combinación imbatible. La máxima orquesta al oeste del Atlántico (con apenas dos o tres rivales al otro lado del charco) bajo el liderazgo del último representante de una estirpe gloriosa que se remonta a Arturo Toscanini evidencian una afinidad y consustanciación absolutas, aquí la química entre Europa y América funciona irrebatible, sana y renovada. A sus briosos setenta y ocho años, el carismático maestro napolitano ofreció un concierto modélico reviviendo su indiscutible versatilidad, su autoridad musical y escénica, su férreo control de músicos y público (le bastó mover dos dedos con elegancia sin par para silenciar un atisbo de aplauso inoportuno entre movimientos) para conducir el discurso musical hacia un estado de gracia de una orquesta poseedora de un sonido único así como gran parte de la audiencia. Y aquello que se perfilaba como “el concierto del año”, lo fue dejando una impronta indeleble.

Desde tiempos de Georg Solti, la obertura de El holandés errante ha sido sinónimo de la CSO y plato presentación ideal de un ensemble célebre por sus metales que atronaron soberanos en el Knight Hall. Menos impulsivo que el húngaro, mas rotundo y veraz, el feroz adalid del “come scritto” entregó una lectura wagneriana tan perfecta como habría de ser toda la velada balanceando la sedosa astringencia de las cuerdas sutilmente entretejidas con el poderío enceguecedor de los bronces.

Le siguió un obra lamentablemente poco frecuentada que en sus manos resultó la revelación que debe ser, la Sinfonía Matías el pintor que Paul Hindemith compuso en 1934 a instancias de Wilhelm Furtwängler en plena asunción del nazismo sobre Matthias Grünewald (1476-1528) autor del maravilloso Altar de Isenheim, y cuyo dilema existencial halló obvio eco en el compositor y tantos otros. Atormentado entre arte y política, estos interludios sinfónicos que sirven de pórtico a la ópera homónima, resumen la lucha por expresarse libremente en un aciago clima de turbulenta represión. Dividida en tres “tableaux”- Concierto angélico, Entierro y La tentación de San Antonio – parece mentira que este místico, sublime tríptico fuera etiquetado de “degenerado” por los nazis motivando un escándalo mayúsculo que llevó a la dimisión del director – lo había defendido en el sonado escrito El caso Hindemith – y el consecuente exilio del compositor. Extraordinaria pieza de orfebrería musical, en el  triunfo de la gracia que culmina con la secuencia gregoriana medieval del Corpus Christi, la orquesta literalmente transformada en órgano tubular plasmó una asombrosa catedral sonora favorecida por la amplia acústica del Knight Hall.

En la segunda mitad, Muti volvió a hacer magia reverdeciendo los laureles de la popular Novena Sinfonía -del Nuevo Mundo– de Dvorak con una lectura rebosante de lirismo ejemplar, iluminando rincones desconocidos, imbuída en partes iguales de fervor y exactitud. Severo pero afable, Muti creó un inmenso tapiz tejido minuciosa e impecablemente para lucimiento de cada sección de la orquesta volviendo a demostrar su camaleónica versatilidad estilística. Una versión tan refrescante como inolvidable que resultó justamente ovacionada.

Como bis, no por tratarse del mismo del año pasado resultó menos emocionante, genuino testimonio de su inclaudicable, visceral amor por la ópera, el titán italiano regaló el breve Intermezzo de Fedora de Giordano trazado con infinita dulzura y luz crepuscular, quizás un tácito homenaje a uno de los últimos personajes de la recientemente fallecida Mirella Freni“este Amor ti vieta, suele quedarle mucho mejor a esta orquesta que a los tenores para los que fue compuesta” bromeó el maestro. Dicho y hecho, la orquesta la “cantó” como ninguno y el regreso a casa proveyó una tan insólita como reconfortante calidez mediterránea.

No puede dejar de enfatizarse que se trató de una lección desde todo punto de vista. Asi debe ser un concierto, así se hace música, así se educa, asi se extasía al público, asi se preserva la gran tradición. Muti y CSO reconfirmaron que el modelo no está caduco, que no necesita ni aditamentos, ni concesiones ni amaneramientos superfluos, cuando las cosas se hacen como se debe está todo dicho: basta la música. Gracias maestrissimo, gracias Chicago. Regresen pronto.

 

Proximos conciertos de la Serie Clásica del Arsht Center

ACADEMY OF ST MARTIN IN THE FIELDS WITH JOSHUA BELL

Michael Barenboim & West-Eastern Divan Ensemble

Emanuel Ax Plays Brahms

Lang Lang: The Goldberg Variations

Todd Rosenberg