Simon con «bemoles»
Hasta no hace mucho Simon Boccanegra (1857) parecia ser una de las óperas malditas de Verdi, uno de sus fracasos reflotados gracias a la intervención de Arrigo Boito y una afortunada revisión décadas después (1881) durante su período de madurez creativa. La historia del corsario devenido Dogo de Genova en el siglo XIV enlazada con intrigas, asesinatos, raptos, venganzas, falsas identidades y reconciliaciones últimas conforman un cóctel apetitoso para este título, si musicalmente atípico uno de los mas bellos trabajos del grande de Busseto. Tampoco es una ópera que tenga a soprano o tenor como protagonistas sino para esa cuerda que Verdi supo engalanar como ninguno, la de barítono, aquí mas estrella absoluta sólo rivalizado por el bajo con quien tiene un memorable enfrentamiento.
Ópera bien amada por los músicos que justificadamente sienten no se la valora como se debe, es un “bocado de cardenal” para barítonos verdianos, especie hoy casi extinguida, que fuera bien servido por Lawrence Tibbett, Leonard Warren, Tito Gobbi, Cornell McNeil, Piero Cappuccilli, Renato Bruson, Leo Nucci, Vladimir Chernov y Dmitri Hvorostovsky, entre otros ilustres de su cuerda. Si la legendaria versión metropolitana de Hector Panizza con Tibbett sentó el estandar en 1939, en los setenta fue la escalígera de Abbado-Strehler, casi definitiva en todo renglón. Felizmente testimoniada en videos de La Scala (Abbado), Londres (Solti), Viena (Gatti), Roma (Muti) y el Met (Levine), llega uno flamante desde el Festival de Salzburgo del año pasado bajo la dirección de Valery Gergiev, ese año dirigiendo simultáneamente en Salzburgo y Bayreuth. Gran éxito de público y crítica es un muestrario de los estándares actuales: una excelente lectura a la que le falta “aquello”, no es suficiente.
Principal reparo va para la puesta de Andreas Kriegenburg en el vastísimo escenario salzburgués, en principio impactante y monumental en los decorados de Harald Thor (y el vestuario blanco y negro de Tanja Hofmann a excepción del traje de Amelia) quizas homenaje al arquitecto genovés Renzo Piano acusando una frialdad que conspira contra el ardor verdiano. Imponente en su despliegue de mármol travertino, bella en la evocación marina, innecesarios en los celulares y tweets e imperdonable en las palmeras y piano, no acierta en mostrar el juego de poderes y la trama humana subyacente, máxime en la fundamental relación padre-hija que Verdi dibuja magistral como en Rigoletto.
Si al comienzo, el ruso Valery Gergiev al frente de la espléndida Filarmónica de Viena parece dirigir Boris Godunov (obra con paralelos indudables), a medida que avanza construye una lectura notable aunque poco italiana con soberana intervención de cuerdas enfatizando, paliando el drama que no convence en escena. Luca Salsi cumple como Simon, excelente en Plebe, Patrizi, Popolo asi como la suntuosidad sonora del bajo Rene Pape con Il lacerato spirto, el aria mas famosa de la ópera a cargo de su rival Jacobo Fiesco. El tenor Charles Castronovo convence como Gabriele y la soberbia letona Marina Rebeka, una de las soprano estrella del día, resuelve Amelia con pureza de medios y suficiente lirismo aunque sin equiparar el recuerdo de grandes que hicieron inolvidable la romanza Come in quest ora bruna. El barítono francés André Heyboer aporta un Paolo sólido.
En síntesis, un equipo vocal de lujo para nuestro tiempo y una dirección musical opulenta para un espectáculo anticlimático que si bien impresiona no emociona como debiera.
- VERDI, SIMON BOCCANEGRA, GERGIEV, UNITEL DVD 802608
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