José van Dam, un señor Quijote

Primero fueron las óperas basadas en clásicos de la literatura, después se contagiaron las películas de Hollywood y si le pasó al mismísimo bardo con Hamlet y parientes, el caballero de la triste figura tampoco se salvó de esta expropiación. Menos fiel al original que lo aconsejable y adaptado a óperas de Mercadante, Paisiello, Kienzl, Caldara y Förtsch (y entonces es imposible no mencionar a De Falla, Ravel, Ibert y el ballet de Minkus), Don Quijote también sirvió de argumento a Jules Massenet a partir del “Le chevalier de la longue figure” de  Jacques Le Lorrain de 1904.

Encargo de la Opera de Montecarlo en 1910, Massenet la confeccionó a la medida del legendario Chaliapin quien dos décadas después la llevó a Nueva York, y dicho sea de paso, fue el único que zafó de la guillotina crítica que la condenó aduciendo no sin razón la falta de inspiración massenetiana. A más de un siglo del estreno, si es obvio que no alcanza la genial intensidad de Manon o Werther ni posee el cariz exótico y voluptuosidad de Thais, Herodiade y Esclarmonde, debe reconocerse la impecable factura de un Massenet otoñal que no deja cabos sueltos. Exquisito y sutil en su paleta sonora, Don Quichotte es un compendio del sazonado oficio del compositor evidenciado en la sabia orquestación e inveterada maestría con la voz, maestría que en mayor o menor medida comparte con Mozart, Verdi y Wagner y a quienes parece citar en instancias de la partitura.

Como el Falstaff  verdiano, este Quichotte puede ser vehículo ideal para el adiós de un grande, de hecho, es donde halla plena justificación. Y como prueba, fue la elección del mítico Jose van Dam para su retiro al borde de los setenta años y en «su» Teatro de la Moneda de Bruselas. “Tesoro nacional belga”, el bajo-barítono ineludiblemente asociado a la película El maestro de música, lo grabó en 1993 junto a Alain Fondary y Teresa Berganza bajo la dirección de Michel Plasson y casi veinte años después se mide consigo mismo dirigido por dos enfants terribles (Minkowski y Pelly) que lo dejan como un rey. Sin el poderío vocal de Quijotes como Ghiaurov, Raimondi, Ramey o Furlanetto – que acaba de cantarlo con Gergiev –  el bajo-barítono con la inteligencia que lo caracteriza construye un personaje exquisito, frágil y querible, de una dimensión interior que trasciende las limitaciones actuales de una voz muy disminuida por el paso del tiempo. Le basta una inflexión vocal, la pronunciación inigualable o una mirada cómplice para reafirmar su categoría de artista completo y maestro de la escena donde se advierte la impronta de Leporello, Escamillo, San Francisco de Asís, Boccanegra, Edipo, el Holandés y tantos otros. Como la Bella Dulcinea – producto del enamoramiento del Massenet por Lucy Arbell, como tantas antes fueron inspiradas por Sybil Sanderson – la ascendente mezzo valenciana Silvia Tro Santafe regala un timbre oscuro y pese a cierta estridencia, delinea bien su papel. Contrasta el barítono Werner van Mechelen es un Sancho Panza, suerte de Leporello que  brinda impetuoso y rudo marco al caballero.

A la vigorosa y delicada contribución de Minkowski en el foso orquestal, se suma el notable trabajo del director Laurent Pelly. Siempre arriesgado, ocurrente, casi delirante pero con una garra estética innegable Pelly se las ingenia para crear un ámbito insólito de originalísima belleza auxiliado por su escenógrafa Barbara de Limburg. Este Quijote, quizás Cervantes anciano iluminado por una lámpara, vive en su mundo, un universo hecho por pilas de libros, por montañas y quebradas hechas de páginas que sirven de marco y contención a su imaginación. De paredes y empapelados surgen los personajes, bandidos, bailaoras, taberneros e incluso toros y burros, para acompañarlo hasta el poético final. Anticonvencional, bello y emocionante.

Desde un palco, la familia real belga asiste junto a público a esta obra crepuscular que marca el digno ocaso de un Señor Quijote: José van Dam.

* MASSENET – DON QUICHOTTE – NAÏVE DVD 2147