«Nobleza obliga» (aún desde muy lejos)

Luca Pisaroni y Thomas Hampson debutaron en el Teatro Colón – foto Arnaldo Colombaroli

 

Híbridos propios de esta era: ni carta ni llamada telefónica, el email inauguró una insólita modalidad; así las transmisiones online, ni editada filmación ni irremplazable asistencia in situ impusieron una nueva costumbre que sirve de premio consuelo al ávido espectador lejano. Con las licencias del caso, vaya entonces esta necesaria justificación para comentar  la actuación de Thomas Hampson y Luca Pisaroni transmitida en vivo desde el Teatro Colón porteño con un show que como suegro y yerno en la vida real vienen paseando por el mundo – con orquesta o como en esta ocasión acompañados por el espléndido pianista austríaco Christian Koch- cuando sus ocupadas agendas permiten reunirlos. Se trató de No tenors allowed, título que encierra ironías varias y que desde el vamos sugirió un recital diferente y distendido por dos estrellas de la lírica en etapas diferentes de sus carreras, notables representantes de su respectiva generación y de la cruza y asimilación de lo mejor a cada lado del Atlántico.

Con emoción a flor de piel impregnando cada instancia del programa, fue evidente que ambos artistas estaban saldando una vieja deuda con el primer coliseo argentino. El mas joven – Pisaroni, 44 – pisaba el escenario donde había soñado cantar desde su época de estudiante en Buenos Aires con Renato Sassola en 2002; el mas veterano – Hampson, 64 – había debutado en la capital argentina en la temporada 2007 en el Teatro Coliseo cuando el Colón se hallaba en remodelación. La inocultable alegría del italiano y la emoción del americano se combinaron en alquimia infalible premiada con el fervor del público.

Afortunadamente, no fue la competición de agudos y «etcéteras» típicos del recital diva soprano versus divo tenor que emparentan a los fanáticos líricos con sus iguales del fútbol, tampoco fue el hoy inevitable concierto rellenado con interminables oberturas y preludios sino dos horas de canto que incluyeron cinco bises y la tierna acotación de Hampson “Tardamos tanto en llegar, disculpen sin tardamos en irnos”. Fue una demostración de cómo llevar a buen término un show diseñado como tal y hasta ejemplar en este venerable escenario a veces bastardizado por la vulgaridad imperante en el ámbito popular e incluso clásico.

Para aceitar cuerdas no podía ni debía faltar una generosa dosis Mozart en tributo al compositor que los llevó al estrellato (y que dicho sea de paso, los convirtió en familia política), tampoco el chispeante cuando no enrevesado belcanto de Donizetti, Bellini y Rossini, ni el amadísimo Verdi del barítono – que entre los bises brindó un doliente Pietá, rispetto amore – amén de la gran escena de la confrontación de Don Carlo que cerró la primera parte.

Digno discípulo de Elisabeth Schwarzkopf, el mas distinguido e intelectual de los cantantes norteamericanos (enciclopedia andante a menudo comparado con su ídolo Fischer Dieskau) no llegó al Colón a cantar sus célebres Mahler y Schumann o las sesudas antologías de canciones americanas del que es máxima autoridad, sino que vino a compartir el escenario con un efervescente Pisaroni – impagable en el aria del catálogo de Leporello – que en todo momento aportó un barniz fresco y encantador de genuina italianitá. Ambos mostraron como hacer comicidad sin caer en vulgaridades, ni pasarse de la raya; prueba cabal fue el Anything you can do (Annie, get your gun) y el final Cheti, cheti, immatinente (Don Pasquale) que debieron bisar.

Antes, Pisaroni había regalado un manojo de canciones italianas – sin ceder a la posible tentación de un tango que pudo cantar y que seguramente no le permitió su conocida rigurosidad estilística – mientras Hampson degustó un memorable Roses of Picardy, la emblemática canción de los muchachos britanicos partiendo a la guerra. Desde  La viuda alegre al Night and Day de Cole Porter hubo mucho más pero esa es tarea del crítico en la butaca del teatro capaz de evaluar el desempeño de los artistas en vivo. Para el aficionado online, queda para el recuerdo la entrega total, la camaradería y admiración mutuas asi como la contagiosa alegría de esta suerte de hijo pródigo sumado a la nobleza de un artista al hincarse a besar el escenario de un teatro donde debió haber cantado mucho antes pero al que finalmente llegó. Con el debido respeto, «nobleza obliga» sacarse el sombrero.

(crédito – fotos de Arnaldo Colombaroli cortesía Teatro Colón)