Adiós a Evelyn Lear, fulgor pionero

En un año de pérdidas significativas para el mundo de la música, la desaparición de Evelyn Lear cierra un capítulo vital de la interpretación lírica. Y la palabra “vital” quedará por siempre asociada a su temperamento arrollador, a su esencia de pionera a cualquier costo, a este camaleónico kamikaze, «animal escénico» y actriz cantante que hizo época, a una maestra que pedía a sus alumnos «Por fuera tengan piel de elefante;  por dentro, la sensibilidad de una mariposa».

Lear y Fischer Dieskau en Lulu – foto Ilse Buhs

Tuve el privilegio de entrevistarla a sus jóvenes casi setenta años para la Revista Clásica en 1993 a raíz del regreso de la ópera Lulu al Teatro Colón de Buenos Aires donde había debutado en 1965 con un éxito clamoroso. La viuda del compositor, Helene Berg, la había señalado como la definitiva encarnación de la vampiresa y “Esos argentinos se volvieron locos conmigo…” rememoraba “…y con mis piernas! Nunca los olvidaré!”. Tampoco ellos la olvidaron. Tanta razón tenía que su recuerdo motivó a Clásica a ilustrar aquella portada con ella en vez de la Lulu de turno de 1993.

Era impredecible, indómita, tierna, disparatada, vehemente, divertida, podía ser el tigre que le correspondía en el zodíaco chino y aún en sus setentas conservaba aquel aura de incorregible niña con visos de “femme fatale”. Para nuestra entrevista me esperaba altiva en la puerta de su casa. Había preparado té con tortas – “No pude evitarlo” suspiró “es la Yiddishe Mame que llevo en mi” – y por hacer honor a mi apellido no dejaba de hablarme en perfecto alemán… hasta que debí revelarle que con mi rudimentario, francamente patético, conocimiento del idioma, el reportaje no llegaría a buen puerto.  Entonces, en un segundo la irreductible Prima-Donna pasó de Pamina a Auntie Mame desgranando una catarata de anécdotas que me hicieron olvidar té y tortas de una tarde floridana que acabó bien entrada la noche.

Evelyn Lear, Lulu en 1965

Como en sus inefables Master-Classes ( la Florida Grand Opera contó con ese privilegio y en su intensidad y lucidez era como asistir a una sesión del Actor’s Studio ) primaba su pasión incontenible, su certera intuición y una “imprescindible urgencia al servicio de la música” para ella condición sine qua non del músico y que la definían sin vuelta de hoja. Esa misma contagiosa urgencia la habían hecho marchar junto a su marido, el gran bajo-barítono Thomas Stewart, al Berlín de posguerra a perfeccionarse y amalgamar Europa con su esencia de pionera americana.

Allí fue alumna de la húngara Maria Ivogün (“Una mujer, francamente, rarísima”), también maestra de Elisabeth Schwarzkopf y sin querer fue una especie de Schwarzkopf americana con un toque de Elizabeth Taylor, gracias a sus ojos bellísimos que motivaron otra Cleopatra, la de Handel. Ese casamiento de dos mundos dio resultados ejemplares, la legión de cantantes americanos que los siguieron va desde Marilyn Horne y Helen Donath a Thomas Hampson y Cheryl Studer.

Con desparpajo encantador disparaba sus dardos dulces o picantes y en la redada podían caer Mozart (“El mas sexy para cantar, tanto que derrama aceite en las cuerdas vocales”), Carlos Kleiber, Fritz Wunderlich (“Antes del canto, los dos estudiamos el corno francés: ideal para aprender a graduar la respiración”), Lenny Bernstein («Toqué el corno en su orquesta!«), Herbert von Karajan (“Ay, pretendía que cantara Salomé y Sieglinda!”) y Karl Böhm (“mi querido mentor, qué hombre tan difícil!”) y Dietrich Fischer Dieskau con quienes grabó el incomparable Wozzeck que la catapultó al estrellato internacional. Su “Sprechgesang” («Siempre desde el belcanto») permanece insuperado, ninguna otra Marie se le acerca en la estremecedora dimensión de la lectura de la Biblia a su crío. En esos acentos particularísimos y pausas inimitables, desde su perspectiva lírica (alejada de una Mödl o Rysanek), Lear construía la actriz-cantante por excelencia fuese Berg, Strauss o Mozart, sus tres compositores fetiches.

A Berlín, Viena, Salzburg, Londres, Munich, Buenos Aires, San Francisco, Chicago siguió el Met, al que llegó algo tarde para quedarse y deslumbrar como Lavinia, la feroz Electra americana de Eugene O’Neill (Mourning becomes Electra) via Martin Levy y Michael Cacoyannis («Soberbio!») en 1967.  En esa sala, dos años después era Octavian para la Mariscala de Christa Ludwig y como la Mariscala se despediría en 1985 dirigida por Levine junto a Tatiana Troyanos y Kathleen Battle,  para integrar la privilegiada nómina de cantantes que a través de su carrera encarnaron los tres personajes de Der Rosenkavalier (Sophie, Octavian y Marschallin).

Para esta intrépida todo-terreno, pronto se hizo sentir la inevitable decadencia vocal ocasionada por los rigores de la música contemporánea. Atrás quedaron Tatiana de Tchaicovsky, Marina de Mussorsky, el Compositor, Cherubino y la Condesa Almaviva, Donna Elvira, la Judith bartokiana, Emilia Marty, Desdémona, Tosca, Mimi, Alice Ford, Fedora, Dido, Pamina, Fiordiligi y Despina, la Irina Arkadina de La Gaviota de Pasatieri, una formidable Didon de Les Troyens (en inglés y dirigida por Colin Davis en los PROMS londinenses) para dar paso a Madame Armfeldt de Stephen Sondheim, Kabanicha de Janacek, Offenbach, Kurt Weill, la Bruja de Hansel & Gretel y regresar una vez más a Lulú pero, como una fascinante Condesa Geschwitz junto a Teresa Stratas, otra de su especie inhallable.

En recital se paseó de Debussy, Schubert y Hugo Wolf a Schönberg, Barber, Berlioz, Villalobos, Stravinsky y las canciones rusas de Rachmaninoff y Glière, legadas por su madre, la soprano ucraniana Nina Quartin. Junto a Thomas – el referencial Wotan, Holandés y sobre todo, Hans Sachs de su generación –  grabó Wagner, Strauss, Krenek, Des Knaben Wunderhorn de Mahler (mucho antes que Schwarzkopf y DFD), el Requiem Alemán de Brahms, El secreto de Susana  y un exótico recital de música ligera: Lehar, Romberg, Cole Porter, Gershwin, Hart, Kern-Hammerstein y una versión realmente única de The “Boy” of Ipanema  más un inesperado The Lady is a Tramp  «a la Shirley Bassey«.

Lear and Stewart, 2006 – foto © Dario Acosta

El inmenso, patriarcal Tom era su columna vertebral (¨Habrá muchas parejas de cantantes famosos, digamos… Mirella y Nicolai, Virginia y Nicola..” se ufanaba “pero nosotros somos… LA pareja… somos los Joanne WoodwardPaul Newman de la opera… de hecho, hice una película con él”*) en escena y en la vida y cuando en 2006, después de medio siglo inseparables, él colapsó en el campo de golf (*) donde jugaban desde siempre, se iniciaba su desconsolado principio del fin, su Liebestod personal.

Si esta pareja de colosos americanos merecieron un homenaje que nunca llegó, el del Kennedy Center Honors, y por el que se les estará eternamente en deuda, rastros inequívocos de su arte pueden apreciarse en el estilo y color vocal de sus herederos; en la misma inconfundible fiereza y tersura de cantantes como Lorraine Hunt-LiebersonRenée Fleming o Dawn Upshaw.

A una semana de la partida de Franz Crass – «su» Sarastro – y a pocas de la de Fischer Dieskau – «su» Wozzeck – Evelyn Lear parte a reencontrarse con «Tom» – «su» Daddy Wotan – su eterno compañero de alma. Ya no estará tan sola☼

Kammersängerin Evelyn Lear, née Shulman

Brooklyn, 8 de enero 1926 – 1 de julio de 2012, Sandy Spring, Maryland.

Esencial Evelyn Lear en CD

* Berg, Wozzeck & Lulu, Karl Böhm.  Deutsche Grammophon  435705

* Evelyn Lear-Thomas Stewart, a musical TributeDG  689702

* Evelyn Lear, an 80th Birthday TributeVai Audio 1245

(*) Obituario de Thomas Stewart 

* Robert Altman’s Buffalo Bill and the Indians (1976)