Adiós Claudio

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Claudio Abbado (1933-2014)

Prefería que lo llamaran “Claudio” en vez de “maestro” toda una definición aparte de que el título sobraba, como sobraba el de Caballero de la República o el de senador de por vida que le había otorgado el gobierno italiano. Siempre estuvo mas allá de los títulos, de la política y de la música que hoy se queda sin uno de sus pilares. Emblema del hombre hecho director, de carne y hueso, ciudadano del mundo portador de un arte abstracto que en sus manos cobraba vida. 

Hace doce años le había ganado a la muerte, la música misma pareció haber intervenido, lo necesitaba un tiempo más (y creímos que no lo volvería a importunar…). Había regresado, literalmente, a la vida, frágil, descarnado, ave fénix absoluta, testimonio irrefutable de que “la música puede hacer milagros” como le decía a su gran amigo Bruno Ganz en la documental “Escuchando el silencio” de Paul Smaczny. Lo cierto es que Abbado es inabarcable, mucho mas para un obituario que se impone tan obligatorio como breve, apenas el recordatorio de una fecha triste para la música y para la humanidad, 20 de enero de 2014, de una noticia que a muchos nos resulta insoportable. 

Como es inabarcable el espectro musical, intelectual y social que cubrió aquel milanés que a los siete deslumbrado por Debussy en La Scala encontró la senda de su vida, un camino que lo llevó a destacarse en un repertorio ecléctico, algo inusual para italianos, a excepción de su antecesores Toscanini, su maestro Giulini y su “rival” Muti.

Desde Mozart, Beethoven, Brahms, Prokofiev, Mendelssohn, Ravel, Bruckner, Bartok, Wagner, Bach, la escuela de Viena, Mussorsky, Verdi – en especial sus Macbeth, Simon Boccanegra y Don Carlo reivindicadores – al belcanto y su Rossini exquisito hoy algo olvidado en vista de un Mahler tan inmenso como paradigmático; desde sus legendarias colaboraciones con Berio, Nono, Strehler, Ponnelle, Ronconi, Olmi, Pollini, Argerich, Serkin, Gutman, Tarkovski, Sukowa y una legión de instrumentistas y de cantantes que incluyeron a Domingo, Freni, Berganza, Prey, Capuccilli, Verrett, Scotto, Pavarotti, von Stade, von Otter, Terfel, Raimondi, Caballe, Valentini-Terrani, Carreras, Bruson, Furlanetto, Ghiaurov… la lista es interminable. Sin aspavientos ni la pretensión asociada con su métier, aparte de la Sinfónica de Londres sin olvidar Chicago y Nueva York (la filarmónica se quedó sin él pese al apretón de manos que signó un contrato inexistente y la pérdida neoyorquina fue la ganancia berlinesa) se dió el gusto supremo de reinar dos décadas en La Scala, y luego en Viena y mas aún en la Filarmónica de Berlín como “elegido democráticamente por la propia orquesta” para suceder a Karajan. El milanés, músico de músicos, representaba una nueva era, la nueva Europa desde la caída del muro a las puertas del nuevo siglo.

Entonces el cáncer asestó un golpe que pareció definitivo, pero Claudio y su aliada, la música, ganaron. Y su retorno revivió y definió su legado, aquel iniciado con la Orquesta Juvenil Mahler y la de Europa que floreció con la del Festival de Lucerna, su mas glorioso testimonio de esta última década, decantado y trascendental, el Festival Gesualdo o la Orquesta Juvenil Mozart, creación final del adolescente que se colaba en los ensayos de sus ídolos Toscanini, Bruno Walter, Szell, Krips, Scherchen y sobre todo, Wilhelm Furtwäengler “el que menos hablaba y del que mas aprendí”, del maestro perfeccionado con Swarowsky, Votto y Gulda en Viena, del heredero de una tradición familiar de artistas e intelectuales ilustres que reverdeció en el entusiasmo y esperanza depositada en El Sistema de Jose Antonio Abreu del que fue su paladín por todo el mundo.

Se ha ido, mejor dicho, nos ha dejado un titán y un ángel de la música, un gran hombre, emblemático de la posguerra y de la esperanza de un mundo mejor. Tímido, accesible, elusivo, íntegro, afable, hermético, generoso, intenso, querible… amigo de la humanidad, explorador del arte, investigador incansable, hombre de paz exquisito y sensible, sobreviviente ejemplar que en su amor a la Naturaleza – para volver a dirigir a Milán puso como condición que se plantaran miles de árboles de magnolias – como dedicado jardinero en su huerta de Cerdeña y Bolonia pareció encarnar aquella que Beethoven consideraba el único símbolo de superioridad humana: la bondad.

Decía «la gente tiene miedo al silencio» y al terminar sus conciertos imponía uno respetuoso, tácito, inmaculado, un hiato breve y a la vez interminable reflexión entre la última nota y el aplauso que aguardaba incontenible como aquella ovación de media hora coronada con una lluvia de cuatro mil rosas en Viena con la filarmónica berlinesa. A su partida, se impone hoy mas que nunca, ese silencio que nos obligó a respetar y nos enseño a escuchar, ese silencio que curiosamente, es toda la música. Adiós Claudio, adiós – y esta vez con todas las letras – MAESTRO.

* Claudio Abbado, 26 de junio de 1933, Milán – 20 de enero de 2014, Bologna

Lo sobrevive su primer mujer, Gabriella Cantalupi y su hijos Sebastian, Daniel y Alessandra y Misha de la violinista Viktoria Mullova.

nota relacionada – Discografía Esencial

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